viernes, 4 de febrero de 2011

Sufragar: un malentendido.


Hablar de democracia evoca apresuradamente a pensar en la colectividad, en el nudo social. Entiéndase como nudo social, a éste enmarañamiento de subjetividades que se cruzan entre ellas; es por esta vía que podemos considerar que existe la singularidad; una singularidad por cada sujeto que conforma la sociedad.

El problema suele residir alrededor de: imaginar un bien común con el aglomerado de singularidades, esto sin preocuparse aún de la cuestión económica; e imaginar el acuerdo social a partir del bienestar de cada uno. Para Jacques Rancière, vivir en democracia, es el “reinado de los deseos ilimitados de los individuos en la sociedad”[1]. El bienestar de cada uno, ¿pensado por quién: por el gobernante o por ese cada cual? Se desbroza el malentendido entre lo que el individuo promedio quiere y el gobierno de turno cree lo que el individuo quiere.

Siguiendo el pensamiento de Rancière, la "vida democrática" , es un principio anárquico, donde los integrantes de un grupo social, buscan su bienestar y satisfacción. En ese caso, el gobierno tendrá que reprimir, sin embargo, el mismo autor hace una distinción entre ese gobierno democrático, con un gobierno autocrático y tirano. La vida democrática, no es el régimen que lleva un Estado. Esto no significa que alguien lo haya dicho, solamente se lo quiere dejar claro.

El derecho a sufragar entonces no devendría como un acto democrático, más bien como uno político: es una acción. En detrimento, la democracia es un régimen, resultado de la relación del poder (estado – sujeto) con el sujeto de la política. No son todos los que sufragan, quienes eligen o “deciden”, sino una parte del grupo social: el que es identificado en los registros. Condición que implica necesariamente una plusvalía: social y económica. Hay instancias que no eligen.

De esos a los que se les obliga a elegir a manera de derecho, y se les dice a quién elegir[2], y están facultados para poder hacerlo, se puede discriminar que, cada cual elige según sus propios intereses a alguien quien de manera supuesta sabe cuáles son los intereses de éstos votantes. De aquí, que el pueblo[3], no puede elegir un gobernante. Existe este mal entendido, atravesado por la subjetividad de cada uno de los que votan, junto con el malentendido de este que quiere llegar a ser gobernante y el desacuerdo del pueblo al momento de votar, con respecto a sus intereses.



[1] Rancière, Jacques. “El Odio a la Democracia”. Versión en Castellano. Argentina. 2006
[2] Esta es otra de las problemáticas que Rancièr aporta: la postulación a gobernantes por filiación humana, divinidad o por el poder de la riqueza.
[3] Que es el sujeto de la democracia. No la totalidad de la comunidad.