En algún momento de la Filosofía se
empezó a hablar de la “nueva carne”, que implicarían formas de acuñar la
personalidad desde nuevas manifestaciones corporales, que surgían a partir de,
en primer lugar, la maquinización del hombre y por otro lado, el implante con
finalidades estéticas en sí.
La maquinización del hombre en cierto
sentido es atractiva. De aquí proviene
el denominado -cyborg-; la ilusión de ser el androide sin tener limitaciones
por delante. Dentro de la cultura
popular lo hemos visto en el cine: Alien,
Terminator, Robocop; en dibujos animados como Silverhawks, Mazinger, El
Inspector Gadget, con un poco de
magia los Visionaries; en juegos de
video el camaleónico Mega Man o el
héroe galáctico Metroid y no se diga
en la literatura de ciencia ficción. Lo
metálico, la máquina por lo tanto, devendría invencible al hombre: el brillo de
la inmortalidad, se encontraría sobre el metal.
Pensando claramente ya no estamos tan
lejos de la ficción. Nos convertiríamos
en cyborgs en el mismo momento en que
nos subimos a un vehículo. Con
curiosidad en un inicio y luego con la necesidad de poner en acción al motor y
sentir la velocidad, hay así una sensación de poder. El sujeto funcionaría como la conciencia del
auto y este por su parte, como la bestia. Tratándose en definitiva como una
cuestión de poder, y también, poder-hacer. En otros términos, el cyborg figura como una prótesis que en ocasiones obedece solamente
a necesidades subjetivas. De aquí que
hasta podemos hablar de cuestiones éticas.
Ahora es difícil escuchar sobre una
posible separación de mente-cuerpo. Estos dos son en tanto, como se comportan,
una sola cosa. Existen prácticas donde
se lleva al cuerpo a límites permitidos por uno mismo, como el CrossFit por
ejemplo. Aquí no hay espacio
para el cyborg mencionado, se apelaría
en todo caso a las mismísimas capacidades humanas, sin llevar al hombre a caer
en una especie de animalización, sino más bien exceder sus propios límites en
el encuentro con su misma naturaleza. Ya
habíamos escuchado que en CrossFit los hombres se hacen máquinas, pero
podríamos decir también que es ahí donde se hacen humanos.
Esto va más allá de satisfacer el sentido
de la vista, olvidándonos de los demás sentidos, tratándose de un hommo videns[1],
que se conforma con lo que ve desde una posición de confort. Si es que hablamos del cuerpo, nos venden
imágenes de uno sano, bonito, sin marcas, acorde al maniquí del shopping o simplemente el de “los
modelos”. Sin embargo se quiere exaltar aquí
al cuerpo llevado al límite, porque es ahí donde el sujeto se hace existir; a
sabiendas que el cuerpo tiene límites desde su estructura: la piel que nos
separa de la exterioridad. Por lo que el
conocimiento que tenemos del mundo es limitado de muchas maneras. Llevado el cuerpo al límite, se ve el mundo
de una forma distinta: existiendo aquí y ahora, extendiéndose subjetivamente
sin límite hacia el exterior.
Un día normal de CrossFit no se trata de
un mero masoquismo como se ha dicho antes, sino que en cierto punto del –Trabajo
del Día-, el dolor va sujeto de vitalidad.
¿Qué tan pertinente sería involucrar aquí al psicoanálisis y decir que
de eso se trata del goce? Que para el psicoanalista francés Jacques Lacan, hay
goce en la medida en que existe lenguaje, placer y displacer, y aquí tenemos de
esas tres cuando del cuerpo se refiere llevado a los límites que le permitimos. En tanto que el cuerpo no habla, pero al
hombre le sirve para hablar.
Llegar a estos límites, superarlos,
bordear un grado de dolor, significa hacerse cargo de sí, de su propio cuerpo-existencia,
de su propio deseo; por lo tanto, un retorno a la esencia de su humanidad. En la medida en que se deja desposeer por la
ola de la tecnología, la belleza artificial o el híbrido entre máquina-animal y
otros discursos que recaen sobre él. El cuerpo humano se encuentra en constante
estructuración y diseño, evoluciona a cada momento.
Recordemos que el cuerpo ha sido objeto
de estudio por tanto tiempo, intentando llegar hasta su más infinitésima capa
por tratar de curarlo, sanarlo, auscultarlo, sin mencionar aquí que, el cuerpo
está cargado de mente. Se lo trata
siempre de clasificarlo y encajarlo. Existe una colectivización del sujeto a
partir de su cuerpo, desde un discurso muy ajeno a él. Es decir, cuando vamos al doctor, creeríamos
que él sabe más de nuestro cuerpo que nosotros mismos y hacemos con nosotros lo
que este diga, por ejemplo.
Llevar al límite su cuerpo, para el
sujeto, implicaría su forma de apropiarse de este. Cincelar en el cuerpo su deseo, como si fuera
un tatuaje, como si estuviera poniendo su rúbrica psíquica sobre sí: practicar CrossFit
es un acto de libertad y resistencia sobre nuestro propio cuerpo. Cuando vemos o sabemos de alguien que
practica CrossFit, suponemos más de sus cualidades subjetivas que de las
corpóreas.
Carlos Silva Koppel