martes, 1 de marzo de 2016

Quitar la vida, dar la muerte



No es ajena para mí la conmoción de la muerte de otro ser humano, menos si su vida le ha sido quitada. Lo que produce el psicoanálisis –como compromiso ético- dentro de su práctica clínica, es que cada sujeto se pueda ubicar dentro de una posición singular; siendo este discurso un esfuerzo del uno por uno, escapando de cualquier otro discurso aglutinante y semblante.

Una muerte, un suicidio, un asesinato, por lo tanto está dentro de esta lógica de lo singular, que es carcomida por los medios y devorada por las estadísticas. Obviamente, para los colectivistas son casos estadísticos, cuya información se recogió ¿Cómo? ¿Por medio de qué? Y, ¿Para qué? Las estadísticas están también bajo la mesa de un Amo. No por eso voy a dejar de decir algo sobre la cultura.

¿Cómo se licúa una cultura altamente represora sobre lo pulsional? Represora y hostil con la pulsión de muerte. Freud en 1920, da cuenta que la pulsión de muerte está presente y no se puede educar, re-ducar, gobernar. Las sociedades están compuestas por personas que se hacen daño y hacen daño; lo vemos en acto, día a día y en la historia. ¿Amar al otro como a sí mismo? El otro existe para descargar lo reprimido pulsional (sin que ignoremos el momento histórico-cultural) ese otro es un objeto para odiar, incluso que se puede llegar a matar.

Las leyes y prohibiciones se articulan a un nivel macro, a lo largo del tiempo, como resultado de los idilios edípicos familiares, con las respectivas problemáticas sociales que se derivan al respecto, como tapón represor a un problema social del que no se sabe qué hacer, incluso porque a las leyes y Estado no les compete ¿Interesa?. En una suerte de genealogía, el suceso del asesinato por ejemplo, siendo una cuestión netamente subjetiva, es un síntoma cultural que se repite hoy en Ecuador.

De unos años acá, la agresividad y violencia en Ecuador aumenta desde varias aristas discursivas, de políticas que derivan en una aplanamiento abusivo burocrático e institucional de lo pulsional, de confrontación social, que promueven marcadas diferencias y enfrentamientos entre grupos étnicos, sociales, culturales y de género; de sucesos violentos o agresivos que quedan con exceso o sin sentido; de persecuciones políticas; de macro y micro relaciones de poder que repiten la figura de un Amo; de una crisis económica violenta; o hasta de un de sistema penitenciario deplorable: esto es la asepsia social.

La destrucción –pulsión de muerte– se ubica en el lugar de lo real lacaniano. El sujeto que destruye o se autodestruye, es un efecto también de la cultura a partir de los significantes que cité del párrafo anterior, que taponan, forcluyen, tuercen. Quien comete un acto violento, un homicidio, es también pues un sujeto del inconsciente; debidamente, un dispositivo psicoanalítico escucha al sujeto –que hable para que no cometa–. La posibilidad donde se da cabida a la palabra del sujeto, está aplanada por una gran plataforma, que ya no es la capitalista.

Carlos Silva K.