viernes, 23 de octubre de 2020

¿Cómo opera un psicoanalista? Y sobre la ética del mismo



        Inicialmente el presente texto se titulaba “¿Cómo trabaja un psicoanalista?” y he decidido cambiar las acciones de “trabajar”, por “operar”.  Esta segunda opción conociendo nuestra labor similar a la del cirujano, no solo por el corte que demanda precisión o la sutura en las palabras, también porque requiere mucha preparación y seriedad, además de no ser ni menos ni más que la profesión médica, sino igual de compleja.  Aunque sabemos que la preparación del psicoanalista es una cosa extra académica, algo empujado solo por el deseo.  De “operar”, por ser algo semejante a las operaciones matemáticas.

Aunque en la práctica psicoanalítica trabajar, operar y funcionar, pudieran tener alguna sinonimia, la decisión de hacer dicho cambio fue por no causar confusión entre el público que pudiera conocer una sola acepción de trabajo, la marxista por ejemplo, y no una que vendría dada desde la física.  Funcionar, en su defecto, consistiría en verbalizar, quisiera decir, “poner en verbo” el sustantivo “función” que es desde las matemáticas la relación entre dos.  Esto parte de una pregunta mía constante, a saber, ¿cómo mismo hace un psicoanalista en su consultorio? Se habla de un saber-hacer y sin pensar, del “acto analítico” como un espadazo, del habla y la escucha “de inconsciente a inconsciente” –respectivamente–, de una suerte de mayéutica, etc.

          El psicoanálisis que el francés Jacques Lacan deja como tarea puede ser apasionante para sus practicantes, dependiendo cómo se aprehenda desde cada uno.  De ese modo, siempre será una pregunta sobre cómo se asume la ética en psicoanálisis, de lo que colegas psicoanalistas sostendrán que se llega a cocer pasando por el propio psicoanálisis. Eso encierra muchas preguntas, está claro.

Se lograron diversas formas de sostener el psicoanálisis lacaniano y una de ellas encanta, ceñido de la propuesta de la filóloga Barbara Cassin[1], que plantea la similitud entre el sofista griego y Lacan… por ende un psicoanalista lacaniano.  Lo dice claramente: Lacan (y además Freud) es sofista de entrada, con la salvedad de que Lacan lo es muchísimo más que Freud (p.92), dice Cassin. Sin embargo, nada más ajeno que lo que se sostiene en la enseñanza profusa del francés, que no deja de ser meticulosamente técnica, con definiciones establecidas y herramientas que hacen posible un psicoanálisis.

Para operar como psicoanalista, dentro del dispositivo analítico se necesitará de manera inexorable de algo de dónde sostener o guiar el análisis del paciente.  Una teoría, una “caja de herramientas”, como suelen decir.  Pero como requisito fundamental establezcamos que ninguna teoría o técnica debería ser aceptada religiosa o “chamanísticamente”; ya por ahí, vamos asentando al menos una base ética.  Es decir, incluso, sin la religiosidad que el espíritu de cuerpo que un grupo pudiese contagiar.  No es de conformarse, porque no hay espacio ni tiempo para asumir al psicoanálisis –de Lacan– como algo ya sabido o ignorar que no se sabe mediante una postura religiosa de la fe que dice: “no veo (y no sé), pero creo”.  Asumir el psicoanálisis como religión puede ser lo que miente.  Pero lo que no va a mentir será el matema, la lógica y el grafo de Lacan, donde allí está inserto el decir del sujeto… el inconsciente estructurado como un lenguaje.

La ética del psicoanálisis entonces estará ahí: en no repetir religiosamente lo que dicen los otros psicoanalistas que han recibido al psicoanálisis como herencia familiar, por consanguinidad, por asociación y compatibilidad u otras categorías excluyentes que no tienen nada que ver con el estudio de la teoría y del planteamiento de la novedad contra-la-tradición, tal como hicieran Freud o Lacan.

De la misma manera el psicoanalista sabe que en el dispositivo analítico, lo que estaría contando el paciente se trataría de enunciados que les pertenecen realmente, por tradición, a otros: a lo “que se dice”, a la cultura, a lo que se enseña en las escuelitas.  Al menos así es cómo podemos asumirlo: eso que dice el paciente estaríamos dispuestos a interrogarlo porque envuelve un enigma, y ese es que lo que hay detrás es lo que se desconoce.  Lo enigmático es eso y para nada lo referente a lo “místico”, al misterio o lo tenebroso.  Y fuera de la lógica con el paciente, también y ¿por qué no?, lo podemos aplicar a lo que dicen otros analistas con respecto a la teoría… por lo tanto, lo planteado aquí tendría que ser igualmente interrogado por quien sepa leer: esto es para mí una ética del psicoanálisis.

Lo que cuenta el sujeto dentro del consultorio, esa ilación, es un enunciado del cual el sujeto mismo debe ubicarse a su respecto mediante la intervención del psicoanalista.  No hay que confundirse demasiado.  Quiere decir que el sujeto se va a ubicar con respecto a ese discurso que da, puesto que de por sí ya forma parte y no se trataría bajo ningún concepto que el sujeto se va a ubicar con respecto el acontecimiento.  No es entonces la famosa pregunta: “¿y tú qué tienes que ver con aquello que te sucede?”.  Allí no se encuentra, ni se busca, la ubicación discursiva del sujeto, porque es en relación a lo que enuncia, no a lo que le aconteció como hecho “fáctico”, de la “realidad objetiva”, etc.  Lo que el sujeto vaya a decir más allá de lo que ya ha dicho –es decir lo novedoso, lo que da otro sentido– será lo que va a separarlo de la tradición de sus decires.

Esto se da luego que el sujeto habiendo dado por sentado que lo que tenía como certeza, un discurso monolítico, tome otro estatuto por medio de la regla fundamental del psicoanálisis… la asociación libre.

La asociación libre es una herramienta que requerirá de otros presupuestos accesorios para no caer, por ejemplo, en que sea un método para corregir lo que “moralmente no diga bien el sujeto”.  Frente a la asociación libre el psicoanalista no presenta la corrección, ni otorga culpa alguna al sujeto sobre lo que narra, sino que allí entra la interrogación para dar lugar a otra significación sobre lo que está contando el sujeto, ya que lo preciso es el interrogar lo cual agujerea el relato dando salida a lo que se denomina inconsciente, a lo no sabido, a otras palabras que no dejan de estar inscritas en un discurso Otro y eso es lo que también se llama “deseo”; presto también para la mala interpretación para los practicantes del psicoanálisis.  El deseo no es nada más ni nada menos en dónde se ubica el sujeto en relación a lo que narra.

      Es desde aquí que ya podemos formular la pregunta ¿qué quiere un sujeto de un psicoanalista? Que pueda ayudarle a hacer algo que no puede hacerlo por sí solo, a ubicarse en relación con lo que se cuenta; a ubicar su deseo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         Carlos Silva Koppel

         @filosofocar

         carlos.silva.koppel@outlook.com



[1] Cassin, B. (2013). Jacques el sofista: Lacan, logos y psicoanálisis. Buenos Aires: Manantial.