En este
tema del desencuentro con la política, o del desinterés por la política tal
como la conocemos, emerge una pregunta clave: ¿cómo explorar nuevas formas de
ser ciudadanos políticos sin contribuir a la destrucción del tejido urbano y
social? Al hablar de desencuentro con la política, no me refiero a un abandono
total, sino a un replanteamiento de cómo nos vinculamos con ella.
Un aspecto
relevante es el aparente desinterés que se observa entre los jóvenes. ¿Cuál
podría ser la razón de este desapego hacia la política actual? Es posible que
muchos de ellos rechacen la violencia como medio de expresión, pues no todos
están dispuestos a salir a las calles a destruir bajo el pretexto de reclamar
derechos. Estas cuestiones merecen un
análisis más profundo y un debate abierto. Las ideas que planteo hoy son debatibles, y
entiendo que las posturas contrarias pueden ser muchas. Sin embargo, este es solo el comienzo de una
discusión que espero sea enriquecida por los aportes de los lectores.
Invito a
quienes deseen participar a compartir sus comentarios o contactarme en mis
redes, para establecer un debate más amplio. Dicho esto, procederé a plantear el presente
texto, basado en los sucesos ocurridos tanto en Chile como en Ecuador durante
octubre de 2019. Estos eventos dejaron
en evidencia la legitimación de categorías políticas como las desarrolladas por
Niklas Luhmann, y serán el eje central de mi análisis.
En este trabajo,
busco demostrar cómo los estallidos sociales no solo reflejan el descontento
ciudadano, sino también el desconocimiento colectivo acerca de los mecanismos
políticos y los acuerdos que se gestan tras bastidores. Tomemos como ejemplo los arreglos entre grupos
de poder y gobiernos del llamado Socialismo del siglo XXI, entre ellos, el de
Ecuador. Estos procesos, a menudo
marcados por la corrupción endémica de nuestra región desde la época colonial,
no han sido superados siquiera por los regímenes democráticos actuales.
Ante esta
realidad, los ciudadanos enfrentan una encrucijada. Si bien la violencia ha sido históricamente el
camino menos indicado, no podemos ignorar que ciertas legislaciones y derechos
se han alcanzado después de trágicos episodios con cientos de muertos. Sin embargo, este contexto nos invita a
reflexionar sobre la necesidad de evitar actos bárbaros como los vividos
durante la Revolución Francesa.
Una de las
hipótesis que planteo es que en nuestras sociedades prevalece una apología al
egoísmo o al egocentrismo. Todos los
ciudadanos nos vemos reflejados en la búsqueda de un "salvador" que
prometa resolver todos nuestros problemas. Este fenómeno es particularmente interesante
en países como los nuestros, donde las elecciones tienden a centrarse en
figuras caudillistas.
En
contraste, en naciones bajo el régimen del estado de bienestar, existe una
estructura administrativa sólida. Allí,
quien llega al poder no es un "salvador", sino un gestor encargado de
cumplir con un trabajo específico. En
esos contextos, se busca al más preparado o la más preparada para liderar,
mientras que aquí seguimos atrapados en la búsqueda del "Uno", del
líder que encarna nuestras esperanzas y frustraciones colectivas.
Política y la Realidad Tras Bastidores
El fenómeno
de las negociaciones tras bastidores siempre ha sido parte inherente de la
política. Es una idea muy popular, aunque no me desenvuelvo profundamente en
las discusiones teóricas sobre la política o lo político. Sin embargo, revisando a algunos filósofos
políticos contemporáneos y siguiendo debates en redes sociales, puedo afirmar
que existe un consenso: siempre habrá algo que sucede "tras cámaras". Esta dinámica, que ya se identificaba desde
Maquiavelo, sigue vigente.
Ahora bien,
el problema surge cuando lo que ocurre tras bastidores es ilegal, y esto
generalmente permanece invisible para los ciudadanos. Es el caso del tráfico de drogas, la trata de
personas o los asesinatos encubiertos. Estos
hechos, aunque duros, merecen ser señalados, ya que representan un abismo entre
lo que creemos conocer de la política y lo que realmente ocurre.
Quisiera
introducir aquí una parte de la bibliografía que sustenta mi análisis. Para comenzar, me referiré a un poema en prosa
del siglo XVII: "El Paraíso Perdido", de John Milton. Este texto ofrece una metáfora poderosa sobre
el poder y la rebelión, elementos centrales en cualquier reflexión política.
Además, mi
enfoque se nutre de obras como La Historia Olvidada del Liberalismo de
Elena Rose, textos de Edmund Burke, La Democracia en América de Alexis
de Tocqueville y El Antiguo Régimen y la Revolución. Estas obras plantean perspectivas
fundamentales sobre la relación entre los ciudadanos y las estructuras
políticas.
Permítanme citarles
un fragmento del poema de Milton para ilustrar mi planteamiento:
"Confiando al
Altísimo igualarse, si con él se enfrentaba, y ambiciosa contra el trono de
Dios y monarquía, levantó la India guerra de los cielos; la altiva ira con
varios esfuerzos a Satán el poder omnipotente arrojó de cabeza envuelto en
llamas, en horrorosa combustión y ruina, de la mansión etérea a la insondable
perdición..."
Este pasaje
describe cómo Satanás, desafiando la autoridad divina, desata una revolución en
el cielo. No pretendo situar a Satanás
como símbolo de conocimiento o sabiduría, pero su figura representa una certeza
rígida y absoluta. Esta certeza cierra
la puerta a la duda y a la exploración de otras vías posibles para la mejora,
lo que conduce inevitablemente a su caída y a la creación de un nuevo régimen:
el infierno.
La
narrativa de Milton nos permite establecer analogías con los sistemas de
gobierno. En este caso, el cielo se
presenta como una monarquía que enfrenta la ambición y el desafío de Satanás. Este evento inaugura un nuevo régimen basado
en el egoísmo y la certeza absoluta, elementos que también se encuentran en
momentos históricos como la Revolución Francesa.
El texto
político de Edmund Burke sobre este acontecimiento destaca cómo la idea misma
de crear un nuevo gobierno puede llenarnos de discursos y horrores. Esta reflexión nos invita a cuestionar no solo
las formas tradicionales de poder, sino también las certezas que acompañan a
quienes intentan sustituirlas.
Reflexiones Sobre Octubre de 2019 en Ecuador
En Ecuador,
aún resuena el impacto de esos días de paralización, viajes interrumpidos y
manifestaciones. Es importante destacar
que no todas las protestas fueron violentas; muchas fueron pacíficas y contaron
con la simpatía de otros ciudadanos. Sin
embargo, en medio de esas movilizaciones surgieron estructuras de poder
complejas, una circulación desbordante de información, y, entre todo esto, el
fenómeno de las fake news.
Este
panorama plantea preguntas fundamentales: ¿Fue aquello una revolución?
¿Representó una forma de actuar político o simplemente una expresión política a
través de la ilegalidad? ¿Qué ocurrió tras bastidores? Es evidente que detrás
de los hechos hubo elementos que se planearon en las sombras, y es necesario
reflexionar sobre ello.
La Violencia Como Herramienta Política
Hoy, en
pleno siglo XXI, y mirando retrospectivamente al siglo XX, un periodo marcado
por millones de muertes debido a conflictos ideológicos y políticos, es alarmante
que aún se contemple la violencia como medio para la acción política. Reflexionar sobre ello en un contexto como el
de 2019, cuando se buscaban respuestas a crisis sociales, es crucial para
entender qué aprendimos (o no) de nuestra historia reciente.
En este
punto, quisiera compartir postulados algunos textos que he estudiado y que
resultan útiles para pensar estas problemáticas. Mi propuesta se basa en una premisa: no es
posible construir un nuevo gobierno o una nueva sociedad política basándonos
exclusivamente en certezas a priori.
La Experiencia Como Fundamento Político
La
sociedad, por naturaleza, está estructurada de forma política. No obstante, un sistema político exitoso debe
construirse a partir de la experiencia y no de certezas absolutas. Cuando se intenta imponer una idea como una
verdad incuestionable, se corre el riesgo de producir un "infierno"
político, similar a lo que describe John Milton en El Paraíso Perdido.
Los textos
políticos de Burke nos enseñan que no se puede establecer una comunidad
democrática desde un punto de partida violento. Es decir, no se puede fundar un gobierno
con principios democráticos si el proceso que le dio origen estuvo impregnado
de violencia. Esta paradoja plantea
una pregunta fundamental:
¿Cómo
podemos pensar en un sistema democrático estable si su nacimiento estuvo
marcado por la revolución y el enfrentamiento?
Lo que
necesitamos no es un gobierno que surja de una idea preconcebida y absoluta,
sino uno que sea capaz de transformarse y evolucionar a partir de la
experiencia. Solo así podremos evitar
repetir los errores de un pasado que ya ha costado demasiadas vidas.
La idea de
revolución se conecta inevitablemente con el concepto de propiedad privada. En
Ecuador, por ejemplo, solemos asociar la propiedad privada con grandes magnates
o empresarios, pero este concepto va mucho más allá. Puede referirse, simplemente, al pequeño
espacio que una persona ha conseguido con esfuerzo para vivir. Cuando alguien promueve ideas revolucionarias
que atentan contra esta propiedad, se convierte en enemigo de aquello que otros
han conseguido con sacrificio.
Este
principio tiene raíces históricas, como la Revolución de 1688 en Inglaterra,
conocida como La Gloriosa. Fue
una revolución incruenta, pero su carácter planificado hace que algunos
historiadores duden de que realmente pueda clasificarse como una revolución.
Generalmente, asociamos las revoluciones con espontaneidad, con estallidos
inesperados de las masas. Esto nos lleva
a cuestionar: ¿Fue espontánea la manifestación de octubre de 2019 en
Ecuador?
¿Cuánto tiempo se
estuvo planeando? ¿Cuáles fueron los intereses detrás? En un contexto
latinoamericano como el nuestro, estas preguntas son esenciales. Durante aquellos días, se habló incluso de
intentos de derrocamiento del gobierno de Lenín Moreno, lo que algunos
calificaron como un golpe de Estado encubierto.
Alternancia y Poder: Una Lección de la Historia
Un tema
recurrente en las discusiones políticas es la alternancia en el poder. A lo largo de la historia, se ha demostrado
que cuando una figura o un régimen se perpetúa, el poder tiende a corromper. Esta idea, que Maquiavelo ya sugería, también
resuena en obras como 1984 de George Orwell. La alternancia no es solo un acto formal de
democracia, sino un mecanismo para evitar la corrupción y el abuso.
En Ecuador,
vivimos 10 años de un mismo régimen. En
Bolivia, Evo Morales gobernó durante 14 años. Aunque los bolivianos votaron nuevamente por
el MAS, el acto en sí de regresar al partido refleja una dinámica política
distinta, una que merece ser estudiada y entendida. Bolivia, a menudo
ignorada en las discusiones internacionales, tiene mucho que enseñar
políticamente.
Otro
concepto clave en el análisis de las revoluciones es el espíritu de innovación.
Crear un nuevo gobierno, un nuevo
sistema político, a menudo parece estar motivado por un impulso egoísta y
limitado. Tras el derrocamiento de un
régimen, lo que debería seguir es la construcción de una utopía prometida. Sin embargo, lo que vemos frecuentemente es lo
opuesto: el surgimiento de un nuevo sistema que repite los errores del pasado.
Para
profundizar en este punto, tomaré referencias de La Teoría de la Justicia
de John Rawls. Este texto, que
discutiremos más adelante, plantea preguntas fundamentales sobre cómo debería
estructurarse un sistema político justo y equitativo.
A lo largo de
la historia, los ideales revolucionarios prometen un paraíso que parece
inalcanzable. Sin embargo, el camino
hacia estos ideales suele plantearse como una dicotomía sin término medio: o es guerra o
es revolución. Esta
tensión ha estado presente desde el siglo XVIII y sigue siendo un tema
recurrente en textos políticos.
Uno de estos textos es el de Edmund Burke, quien en su análisis de
la Revolución Francesa expresó duras críticas hacia lo que él percibía como el
carácter de quienes accedían al poder mediante la violencia. En la página 110 de su obra, describe a estos
individuos como:
“Una nación de bárbaros groseros, estúpidos y feroces; a la vez
pobres y sórdidos, desprovistos de religión, honor y orgullo, que no poseen
nada en el presente ni esperan nada en el porvenir.”
Aunque Burke
era un conservador y su perspectiva está marcada por los valores de su época,
su observación refleja un temor universal: el riesgo de que el poder obtenido
a través de la violencia perpetúe la barbarie en lugar de construir una
sociedad más justa.
Elena Rose
Milán, en La
historia olvidada del liberalismo, menciona cómo muchas
revoluciones han sido vistas por los historiadores como procesos que terminan
en descarrilamientos. La Revolución
Francesa, por ejemplo, es un caso emblemático de cómo los ideales de libertad,
igualdad y fraternidad pueden ser rápidamente sustituidos por regímenes
autoritarios o estructuras oligárquicas.
Un ejemplo
recurrente en la iconografía de la Revolución Francesa es la famosa pintura de
Eugène Delacroix, donde una mujer con el torso descubierto lleva la bandera de
Francia. Sin embargo, esta obra, La libertad
guiando al pueblo, no pertenece a la Revolución Francesa, sino a la
Revolución de Julio de 1830, que culminó con la instauración de Luis Felipe I
como rey. Este evento dio lugar a una
oligarquía y, como señala la crítica marxista, a una apología de la revolución
misma como proceso, pero no necesariamente de sus resultados.
Un patrón que
se observa en muchos sistemas que se autodenominan socialistas o comunistas es
su tendencia a generar oligarquías, alejándose de los ideales de igualdad que
inicialmente los sustentaron. Esto ha
sido motivo de debate en redes sociales y foros académicos.
Por ejemplo,
algunos afirman que los países nórdicos representan ejemplos de socialismo
exitoso. Sin embargo, esto es
incorrecto. Los países nórdicos no son socialistas; su modelo se basa en una
economía de mercado combinada con políticas de bienestar social financiadas
mediante impuestos progresivos. Este
enfoque contrasta con las propuestas de algunos candidatos ecuatorianos que
prometen bajar impuestos indiscriminadamente, sin distinguir entre pequeños
empresarios y grandes corporaciones.
La reflexión aquí es clara:
- El ajuste fiscal debe ser equitativo.
- No es lo mismo subir impuestos a un pequeño empresario que a
una multinacional.
- Las revoluciones, aunque inspiradas en ideales nobles, a
menudo se desvían hacia estructuras que contradicen sus principios
originales.
La cuestión
fiscal y la redistribución de la riqueza son temas complejos, que incluso los
economistas suelen debatir. El principio
básico de que quienes tienen más deben pagar más impuestos es ampliamente
aceptado, y que los pequeños y medianos empresarios deberían tener menos carga
fiscal. Sin embargo, en Latinoamérica, a
menudo se confunde a la clase media con la burguesía. Esta distorsión de conceptos influye en las
interpretaciones de los procesos revolucionarios. Por ejemplo, la Revolución de 1830 resultó en
una oligarquía y una apología del ego, lo cual es un tema central en el
análisis de Elena Rosenblatt en su texto sobre el liberalismo reciente.
A menudo se
cree que las revoluciones son inherentemente violentas, pero la realidad es más
compleja. La violencia puede surgir
cuando las instituciones del Estado no funcionan, lo que provoca que el pueblo
tome la justicia por sus propias manos. Un
claro ejemplo de esto ocurrió en Ecuador hace algunos años, cuando en una
pequeña ciudad se mató en público a tres personas tras rumores de un secuestro
de una niña. La ministra de Gobierno
envió una patrulla, pero llegó demasiado tarde para evitar el linchamiento.
Cuando fui
entrevistado en la radio sobre este suceso, afirmé que "esa es
la revolución". El
entrevistador, bastante tonto, sorprendido, no entendió mi punto, ya que estaba
convencido de que la revolución debería ser algo organizado y legítimo. Pero el linchamiento público no es más que la
manifestación de una revolución sin instituciones, sin mecanismos de justicia
formal, donde la violencia se vuelve un acto de justicia espontánea del pueblo.
Esta es la paradoja: la
revolución, en su forma más cruda, puede ser una manifestación de la ausencia
del Estado.
Algunos
piensan que las revoluciones traen consigo una renovación total, un cambio
completo en la estructura social y política. Sin embargo, la Revolución Francesa,
a pesar de ser poderosa y transformadora, no fue un punto de partida desde
cero. Alexis de Tocqueville, en su obra El Antiguo
Régimen y la Revolución, señala que:
"Indudablemente, jamás hubo revolución más poderosa, más
rápida, más destructiva y más creadora que la Revolución Francesa, pero
constituía un error inaudito creer que haya surgido un pueblo francés
enteramente nuevo, y que se haya elevado un edificio cuyas bases no existían
antes de ella. La Revolución Francesa ha
creado una multitud de cosas accesorias y secundarias, pero no ha hecho más que
desarrollar el germen de las cosas principales, pues estas existían antes de
ella. Lo que hizo fue reglamentar, coordinar y legalizar los efectos de una
gran causa."
Este extracto
revela una verdad esencial: las revoluciones no crean todo de la nada; simplemente,
destapan y organizan procesos preexistentes. Lo que la Revolución Francesa logró fue dar
forma y estructura a ideas y tensiones que ya estaban latentes en la sociedad.
La Revolución
Francesa no fue una causa que surgió de la nada, sino que, como señala Alexis
de Tocqueville, "la revolución no fue más que un proceso violento y rápido
con cuya ayuda se adaptó el Estado político al Estado social, los hechos a las
ideas y las leyes a las costumbres." Es decir, la revolución no inventó todo desde
cero, sino que transformó y dio forma a lo que ya existía, adaptando el sistema
a las demandas sociales y políticas. En
Francia, las condiciones de igualdad ya estaban más avanzadas que en otros
lugares, pero fue la revolución la que impulsó esas condiciones hacia un
desarrollo legal, promoviendo la igualdad y unificando el poder en un solo
cuerpo nacional.
La revolución
acabó con el sistema feudal, destruyó los fragmentos de la sociedad medieval y
consolidó un Estado centralizado más eficiente. Sin embargo, según Tocqueville, todo lo que la
revolución logró "también se habría hecho sin ella", pero
de manera más lenta y quizás menos radical.
Cuando se
habla de revolución, a menudo se asume que esta trae consigo una nueva forma de
libertad. Sin embargo, Tocqueville nos
recuerda que "las
instituciones del Estado son la libertad, así como la ciencia son las
escuelas". Este es
un concepto fascinante porque nos invita a reflexionar sobre cómo, en lugar de
un salto hacia la libertad absoluta, las revoluciones pueden ser un proceso de
adaptación y ajuste de las instituciones a las nuevas realidades sociales.
Este es el contraste
que se vive cuando el poder es asumido a través de la revolución. A menudo, las revoluciones no traen certezas
claras, sino que son impulsadas por ideas vagas y muchas veces, por ambiciones
que no se corresponden con la libertad real. Esta es la paradoja central: lo que parece
ser un camino hacia la libertad, a menudo puede transformarse en una lucha por
el poder que limita la verdadera libertad.
En las escuelas
no se enseña ciencia, sino ideología, y que las instituciones no siempre
garantizan la libertad, un punto crucial para entender el impacto de las
revoluciones y los cambios sociales. Termina
reflexionando sobre la política actual, destacando que muchos sistemas
políticos hoy en día promueven una "exaltación del yo" y la imagen del
individualismo, lo que a menudo es incompatible con un verdadero ejercicio de
la política democrática.
El exceso de
individualismo puede llevar a la "pérdida del otro", del reconocimiento
de la colectividad y sus necesidades. En
este sentido, se hace un llamado a encontrar un balance, donde ni el
individualismo extremo ni el colectivismo absoluto sean los motores del sistema
político.
Tengo un
apunte de varios textos del libro "Teoría de la Justicia" de John
Rawls, que he leído por partes. Es
increíble cómo la exaltación de un hombre automáticamente anula los principios
de justicia más básicos.
Rawls
desarrolla una serie de principios fundamentales para la justicia en su libro,
y lo que propondría como conclusión es que debemos pensar en la política desde
una perspectiva que busque, por un lado, la justicia y, por el otro, los
derechos en el sentido de la igualdad de oportunidades para todos. No puede haber un principio de justicia básico
cuando en un sistema predomina la exaltación de uno solo. Tampoco puede haber igualdad de oportunidades
en esas circunstancias.
No hay
compatibilidad entre justicia y la exaltación del "Uno". En la página 263 del libro Teoría de la
Justicia de John Rawls, se presenta la siguiente cita: "La teoría de
la justicia supone, además, un límite definido a la fuerza de la motivación
social". Esta es la conclusión que les propongo. Rawls sostiene que los individuos y grupos
promueven intereses competitivos, y aunque deseen actuar justamente, no están
dispuestos a abandonar sus intereses cuando hay una competencia por llegar al
poder. Es bueno pensar esto para el tema
de las elecciones, ya que no todo detrás de este interés por la justicia y la
igualdad de oportunidades está vinculado con la verdadera intención de
alcanzarlas.
No es necesario insistir en que esta presunción no implica que los hombres sean egoístas en el sentido ordinario de la palabra. Rawls describe una sociedad donde todos puedan conseguir el máximo bienestar, sin demandas conflictivas, y donde las necesidades de todos aparezcan unidas en una acción armoniosa dentro de un plan común. Es una sociedad que, en cierto sentido, va más allá de la justicia. No es necesario que haya una revolución para alcanzar un sistema de bienestar. Puede hacer falta tiempo, un proceso social, o incluso un fracaso social, pero por ningún lado se ha visto que una revolución produzca la exaltación del ego o del "Uno", un infierno.
Carlos Silva Koppel
Psicoanalista
Referencias Bibliográficas
·
Burke, E. (1790). Textos Políticos.
·
Rosenblatt, E. La historia olvidada del liberalismo reciente.
·
De Lacroix, E. (1830). La Libertad guiando al pueblo [Pintura]. Museo del
Louvre.
·
Tocqueville, A. de. (2003). La democracia en América (Trad. Nombre del traductor,
si es aplicable). Fondo de Cultura Económica.
·
Rawls, J. (1971). Teoría de la justicia. Fondo de Cultura Económica.