martes, 3 de diciembre de 2024

Desencuentro con la política: Reflexiones sobre las dinámicas del poder y las revoluciones

 

En este tema del desencuentro con la política, o del desinterés por la política tal como la conocemos, emerge una pregunta clave: ¿cómo explorar nuevas formas de ser ciudadanos políticos sin contribuir a la destrucción del tejido urbano y social? Al hablar de desencuentro con la política, no me refiero a un abandono total, sino a un replanteamiento de cómo nos vinculamos con ella.

Un aspecto relevante es el aparente desinterés que se observa entre los jóvenes. ¿Cuál podría ser la razón de este desapego hacia la política actual? Es posible que muchos de ellos rechacen la violencia como medio de expresión, pues no todos están dispuestos a salir a las calles a destruir bajo el pretexto de reclamar derechos.  Estas cuestiones merecen un análisis más profundo y un debate abierto.  Las ideas que planteo hoy son debatibles, y entiendo que las posturas contrarias pueden ser muchas.  Sin embargo, este es solo el comienzo de una discusión que espero sea enriquecida por los aportes de los lectores.

Invito a quienes deseen participar a compartir sus comentarios o contactarme en mis redes, para establecer un debate más amplio.  Dicho esto, procederé a plantear el presente texto, basado en los sucesos ocurridos tanto en Chile como en Ecuador durante octubre de 2019.  Estos eventos dejaron en evidencia la legitimación de categorías políticas como las desarrolladas por Niklas Luhmann, y serán el eje central de mi análisis.

En este trabajo, busco demostrar cómo los estallidos sociales no solo reflejan el descontento ciudadano, sino también el desconocimiento colectivo acerca de los mecanismos políticos y los acuerdos que se gestan tras bastidores.  Tomemos como ejemplo los arreglos entre grupos de poder y gobiernos del llamado Socialismo del siglo XXI, entre ellos, el de Ecuador.  Estos procesos, a menudo marcados por la corrupción endémica de nuestra región desde la época colonial, no han sido superados siquiera por los regímenes democráticos actuales.

Ante esta realidad, los ciudadanos enfrentan una encrucijada.  Si bien la violencia ha sido históricamente el camino menos indicado, no podemos ignorar que ciertas legislaciones y derechos se han alcanzado después de trágicos episodios con cientos de muertos.  Sin embargo, este contexto nos invita a reflexionar sobre la necesidad de evitar actos bárbaros como los vividos durante la Revolución Francesa.

Una de las hipótesis que planteo es que en nuestras sociedades prevalece una apología al egoísmo o al egocentrismo.  Todos los ciudadanos nos vemos reflejados en la búsqueda de un "salvador" que prometa resolver todos nuestros problemas.  Este fenómeno es particularmente interesante en países como los nuestros, donde las elecciones tienden a centrarse en figuras caudillistas.

En contraste, en naciones bajo el régimen del estado de bienestar, existe una estructura administrativa sólida.  Allí, quien llega al poder no es un "salvador", sino un gestor encargado de cumplir con un trabajo específico.  En esos contextos, se busca al más preparado o la más preparada para liderar, mientras que aquí seguimos atrapados en la búsqueda del "Uno", del líder que encarna nuestras esperanzas y frustraciones colectivas.

 

Política y la Realidad Tras Bastidores

El fenómeno de las negociaciones tras bastidores siempre ha sido parte inherente de la política. Es una idea muy popular, aunque no me desenvuelvo profundamente en las discusiones teóricas sobre la política o lo político.  Sin embargo, revisando a algunos filósofos políticos contemporáneos y siguiendo debates en redes sociales, puedo afirmar que existe un consenso: siempre habrá algo que sucede "tras cámaras".  Esta dinámica, que ya se identificaba desde Maquiavelo, sigue vigente.

Ahora bien, el problema surge cuando lo que ocurre tras bastidores es ilegal, y esto generalmente permanece invisible para los ciudadanos.  Es el caso del tráfico de drogas, la trata de personas o los asesinatos encubiertos.  Estos hechos, aunque duros, merecen ser señalados, ya que representan un abismo entre lo que creemos conocer de la política y lo que realmente ocurre.

Quisiera introducir aquí una parte de la bibliografía que sustenta mi análisis.  Para comenzar, me referiré a un poema en prosa del siglo XVII: "El Paraíso Perdido", de John Milton.  Este texto ofrece una metáfora poderosa sobre el poder y la rebelión, elementos centrales en cualquier reflexión política.

Además, mi enfoque se nutre de obras como La Historia Olvidada del Liberalismo de Elena Rose, textos de Edmund Burke, La Democracia en América de Alexis de Tocqueville y El Antiguo Régimen y la Revolución.  Estas obras plantean perspectivas fundamentales sobre la relación entre los ciudadanos y las estructuras políticas.

Permítanme citarles un fragmento del poema de Milton para ilustrar mi planteamiento:

"Confiando al Altísimo igualarse, si con él se enfrentaba, y ambiciosa contra el trono de Dios y monarquía, levantó la India guerra de los cielos; la altiva ira con varios esfuerzos a Satán el poder omnipotente arrojó de cabeza envuelto en llamas, en horrorosa combustión y ruina, de la mansión etérea a la insondable perdición..."

Este pasaje describe cómo Satanás, desafiando la autoridad divina, desata una revolución en el cielo.  No pretendo situar a Satanás como símbolo de conocimiento o sabiduría, pero su figura representa una certeza rígida y absoluta.  Esta certeza cierra la puerta a la duda y a la exploración de otras vías posibles para la mejora, lo que conduce inevitablemente a su caída y a la creación de un nuevo régimen: el infierno.

La narrativa de Milton nos permite establecer analogías con los sistemas de gobierno.  En este caso, el cielo se presenta como una monarquía que enfrenta la ambición y el desafío de Satanás.  Este evento inaugura un nuevo régimen basado en el egoísmo y la certeza absoluta, elementos que también se encuentran en momentos históricos como la Revolución Francesa.

El texto político de Edmund Burke sobre este acontecimiento destaca cómo la idea misma de crear un nuevo gobierno puede llenarnos de discursos y horrores.  Esta reflexión nos invita a cuestionar no solo las formas tradicionales de poder, sino también las certezas que acompañan a quienes intentan sustituirlas.

 

Reflexiones Sobre Octubre de 2019 en Ecuador

En Ecuador, aún resuena el impacto de esos días de paralización, viajes interrumpidos y manifestaciones.  Es importante destacar que no todas las protestas fueron violentas; muchas fueron pacíficas y contaron con la simpatía de otros ciudadanos.  Sin embargo, en medio de esas movilizaciones surgieron estructuras de poder complejas, una circulación desbordante de información, y, entre todo esto, el fenómeno de las fake news.

Este panorama plantea preguntas fundamentales: ¿Fue aquello una revolución? ¿Representó una forma de actuar político o simplemente una expresión política a través de la ilegalidad? ¿Qué ocurrió tras bastidores? Es evidente que detrás de los hechos hubo elementos que se planearon en las sombras, y es necesario reflexionar sobre ello.

 

La Violencia Como Herramienta Política

Hoy, en pleno siglo XXI, y mirando retrospectivamente al siglo XX, un periodo marcado por millones de muertes debido a conflictos ideológicos y políticos, es alarmante que aún se contemple la violencia como medio para la acción política.  Reflexionar sobre ello en un contexto como el de 2019, cuando se buscaban respuestas a crisis sociales, es crucial para entender qué aprendimos (o no) de nuestra historia reciente.

En este punto, quisiera compartir postulados algunos textos que he estudiado y que resultan útiles para pensar estas problemáticas.  Mi propuesta se basa en una premisa: no es posible construir un nuevo gobierno o una nueva sociedad política basándonos exclusivamente en certezas a priori.

 

 

 

La Experiencia Como Fundamento Político

La sociedad, por naturaleza, está estructurada de forma política.  No obstante, un sistema político exitoso debe construirse a partir de la experiencia y no de certezas absolutas.  Cuando se intenta imponer una idea como una verdad incuestionable, se corre el riesgo de producir un "infierno" político, similar a lo que describe John Milton en El Paraíso Perdido.

Los textos políticos de Burke nos enseñan que no se puede establecer una comunidad democrática desde un punto de partida violento.  Es decir, no se puede fundar un gobierno con principios democráticos si el proceso que le dio origen estuvo impregnado de violencia.  Esta paradoja plantea una pregunta fundamental:

¿Cómo podemos pensar en un sistema democrático estable si su nacimiento estuvo marcado por la revolución y el enfrentamiento?

Lo que necesitamos no es un gobierno que surja de una idea preconcebida y absoluta, sino uno que sea capaz de transformarse y evolucionar a partir de la experiencia.  Solo así podremos evitar repetir los errores de un pasado que ya ha costado demasiadas vidas.

La idea de revolución se conecta inevitablemente con el concepto de propiedad privada. En Ecuador, por ejemplo, solemos asociar la propiedad privada con grandes magnates o empresarios, pero este concepto va mucho más allá.  Puede referirse, simplemente, al pequeño espacio que una persona ha conseguido con esfuerzo para vivir.  Cuando alguien promueve ideas revolucionarias que atentan contra esta propiedad, se convierte en enemigo de aquello que otros han conseguido con sacrificio.

Este principio tiene raíces históricas, como la Revolución de 1688 en Inglaterra, conocida como La Gloriosa.   Fue una revolución incruenta, pero su carácter planificado hace que algunos historiadores duden de que realmente pueda clasificarse como una revolución. Generalmente, asociamos las revoluciones con espontaneidad, con estallidos inesperados de las masas.  Esto nos lleva a cuestionar: ¿Fue espontánea la manifestación de octubre de 2019 en Ecuador?

¿Cuánto tiempo se estuvo planeando? ¿Cuáles fueron los intereses detrás? En un contexto latinoamericano como el nuestro, estas preguntas son esenciales.  Durante aquellos días, se habló incluso de intentos de derrocamiento del gobierno de Lenín Moreno, lo que algunos calificaron como un golpe de Estado encubierto.

 

 

 

 

Alternancia y Poder: Una Lección de la Historia

Un tema recurrente en las discusiones políticas es la alternancia en el poder.  A lo largo de la historia, se ha demostrado que cuando una figura o un régimen se perpetúa, el poder tiende a corromper.  Esta idea, que Maquiavelo ya sugería, también resuena en obras como 1984 de George Orwell.  La alternancia no es solo un acto formal de democracia, sino un mecanismo para evitar la corrupción y el abuso.

En Ecuador, vivimos 10 años de un mismo régimen.  En Bolivia, Evo Morales gobernó durante 14 años.  Aunque los bolivianos votaron nuevamente por el MAS, el acto en sí de regresar al partido refleja una dinámica política distinta, una que merece ser estudiada y entendida. Bolivia, a menudo ignorada en las discusiones internacionales, tiene mucho que enseñar políticamente.

Otro concepto clave en el análisis de las revoluciones es el espíritu de innovación.  Crear un nuevo gobierno, un nuevo sistema político, a menudo parece estar motivado por un impulso egoísta y limitado.  Tras el derrocamiento de un régimen, lo que debería seguir es la construcción de una utopía prometida.  Sin embargo, lo que vemos frecuentemente es lo opuesto: el surgimiento de un nuevo sistema que repite los errores del pasado.

Para profundizar en este punto, tomaré referencias de La Teoría de la Justicia de John Rawls.  Este texto, que discutiremos más adelante, plantea preguntas fundamentales sobre cómo debería estructurarse un sistema político justo y equitativo.

A lo largo de la historia, los ideales revolucionarios prometen un paraíso que parece inalcanzable.  Sin embargo, el camino hacia estos ideales suele plantearse como una dicotomía sin término medio: o es guerra o es revolución.  Esta tensión ha estado presente desde el siglo XVIII y sigue siendo un tema recurrente en textos políticos.

Uno de estos textos es el de Edmund Burke, quien en su análisis de la Revolución Francesa expresó duras críticas hacia lo que él percibía como el carácter de quienes accedían al poder mediante la violencia.  En la página 110 de su obra, describe a estos individuos como:

“Una nación de bárbaros groseros, estúpidos y feroces; a la vez pobres y sórdidos, desprovistos de religión, honor y orgullo, que no poseen nada en el presente ni esperan nada en el porvenir.”

Aunque Burke era un conservador y su perspectiva está marcada por los valores de su época, su observación refleja un temor universal: el riesgo de que el poder obtenido a través de la violencia perpetúe la barbarie en lugar de construir una sociedad más justa.

Elena Rose Milán, en La historia olvidada del liberalismo, menciona cómo muchas revoluciones han sido vistas por los historiadores como procesos que terminan en descarrilamientos.  La Revolución Francesa, por ejemplo, es un caso emblemático de cómo los ideales de libertad, igualdad y fraternidad pueden ser rápidamente sustituidos por regímenes autoritarios o estructuras oligárquicas.

Un ejemplo recurrente en la iconografía de la Revolución Francesa es la famosa pintura de Eugène Delacroix, donde una mujer con el torso descubierto lleva la bandera de Francia.  Sin embargo, esta obra, La libertad guiando al pueblo, no pertenece a la Revolución Francesa, sino a la Revolución de Julio de 1830, que culminó con la instauración de Luis Felipe I como rey.  Este evento dio lugar a una oligarquía y, como señala la crítica marxista, a una apología de la revolución misma como proceso, pero no necesariamente de sus resultados.

Un patrón que se observa en muchos sistemas que se autodenominan socialistas o comunistas es su tendencia a generar oligarquías, alejándose de los ideales de igualdad que inicialmente los sustentaron.  Esto ha sido motivo de debate en redes sociales y foros académicos.

Por ejemplo, algunos afirman que los países nórdicos representan ejemplos de socialismo exitoso.  Sin embargo, esto es incorrecto. Los países nórdicos no son socialistas; su modelo se basa en una economía de mercado combinada con políticas de bienestar social financiadas mediante impuestos progresivos.  Este enfoque contrasta con las propuestas de algunos candidatos ecuatorianos que prometen bajar impuestos indiscriminadamente, sin distinguir entre pequeños empresarios y grandes corporaciones.

La reflexión aquí es clara:

  • El ajuste fiscal debe ser equitativo.
  • No es lo mismo subir impuestos a un pequeño empresario que a una multinacional.
  • Las revoluciones, aunque inspiradas en ideales nobles, a menudo se desvían hacia estructuras que contradicen sus principios originales.

La cuestión fiscal y la redistribución de la riqueza son temas complejos, que incluso los economistas suelen debatir.  El principio básico de que quienes tienen más deben pagar más impuestos es ampliamente aceptado, y que los pequeños y medianos empresarios deberían tener menos carga fiscal.  Sin embargo, en Latinoamérica, a menudo se confunde a la clase media con la burguesía.  Esta distorsión de conceptos influye en las interpretaciones de los procesos revolucionarios.  Por ejemplo, la Revolución de 1830 resultó en una oligarquía y una apología del ego, lo cual es un tema central en el análisis de Elena Rosenblatt en su texto sobre el liberalismo reciente.

A menudo se cree que las revoluciones son inherentemente violentas, pero la realidad es más compleja.  La violencia puede surgir cuando las instituciones del Estado no funcionan, lo que provoca que el pueblo tome la justicia por sus propias manos.  Un claro ejemplo de esto ocurrió en Ecuador hace algunos años, cuando en una pequeña ciudad se mató en público a tres personas tras rumores de un secuestro de una niña.  La ministra de Gobierno envió una patrulla, pero llegó demasiado tarde para evitar el linchamiento.

Cuando fui entrevistado en la radio sobre este suceso, afirmé que "esa es la revolución".  El entrevistador, bastante tonto, sorprendido, no entendió mi punto, ya que estaba convencido de que la revolución debería ser algo organizado y legítimo.  Pero el linchamiento público no es más que la manifestación de una revolución sin instituciones, sin mecanismos de justicia formal, donde la violencia se vuelve un acto de justicia espontánea del pueblo.  Esta es la paradoja: la revolución, en su forma más cruda, puede ser una manifestación de la ausencia del Estado.

Algunos piensan que las revoluciones traen consigo una renovación total, un cambio completo en la estructura social y política.  Sin embargo, la Revolución Francesa, a pesar de ser poderosa y transformadora, no fue un punto de partida desde cero.  Alexis de Tocqueville, en su obra El Antiguo Régimen y la Revolución, señala que:

"Indudablemente, jamás hubo revolución más poderosa, más rápida, más destructiva y más creadora que la Revolución Francesa, pero constituía un error inaudito creer que haya surgido un pueblo francés enteramente nuevo, y que se haya elevado un edificio cuyas bases no existían antes de ella.  La Revolución Francesa ha creado una multitud de cosas accesorias y secundarias, pero no ha hecho más que desarrollar el germen de las cosas principales, pues estas existían antes de ella. Lo que hizo fue reglamentar, coordinar y legalizar los efectos de una gran causa."

Este extracto revela una verdad esencial: las revoluciones no crean todo de la nada; simplemente, destapan y organizan procesos preexistentes.  Lo que la Revolución Francesa logró fue dar forma y estructura a ideas y tensiones que ya estaban latentes en la sociedad.

La Revolución Francesa no fue una causa que surgió de la nada, sino que, como señala Alexis de Tocqueville, "la revolución no fue más que un proceso violento y rápido con cuya ayuda se adaptó el Estado político al Estado social, los hechos a las ideas y las leyes a las costumbres."  Es decir, la revolución no inventó todo desde cero, sino que transformó y dio forma a lo que ya existía, adaptando el sistema a las demandas sociales y políticas.  En Francia, las condiciones de igualdad ya estaban más avanzadas que en otros lugares, pero fue la revolución la que impulsó esas condiciones hacia un desarrollo legal, promoviendo la igualdad y unificando el poder en un solo cuerpo nacional.

La revolución acabó con el sistema feudal, destruyó los fragmentos de la sociedad medieval y consolidó un Estado centralizado más eficiente.  Sin embargo, según Tocqueville, todo lo que la revolución logró "también se habría hecho sin ella", pero de manera más lenta y quizás menos radical.

Cuando se habla de revolución, a menudo se asume que esta trae consigo una nueva forma de libertad.  Sin embargo, Tocqueville nos recuerda que "las instituciones del Estado son la libertad, así como la ciencia son las escuelas".  Este es un concepto fascinante porque nos invita a reflexionar sobre cómo, en lugar de un salto hacia la libertad absoluta, las revoluciones pueden ser un proceso de adaptación y ajuste de las instituciones a las nuevas realidades sociales.

Este es el contraste que se vive cuando el poder es asumido a través de la revolución.  A menudo, las revoluciones no traen certezas claras, sino que son impulsadas por ideas vagas y muchas veces, por ambiciones que no se corresponden con la libertad real.  Esta es la paradoja central: lo que parece ser un camino hacia la libertad, a menudo puede transformarse en una lucha por el poder que limita la verdadera libertad.

En las escuelas no se enseña ciencia, sino ideología, y que las instituciones no siempre garantizan la libertad, un punto crucial para entender el impacto de las revoluciones y los cambios sociales.  Termina reflexionando sobre la política actual, destacando que muchos sistemas políticos hoy en día promueven una "exaltación del yo" y la imagen del individualismo, lo que a menudo es incompatible con un verdadero ejercicio de la política democrática.

El exceso de individualismo puede llevar a la "pérdida del otro", del reconocimiento de la colectividad y sus necesidades.  En este sentido, se hace un llamado a encontrar un balance, donde ni el individualismo extremo ni el colectivismo absoluto sean los motores del sistema político.

Tengo un apunte de varios textos del libro "Teoría de la Justicia" de John Rawls, que he leído por partes.  Es increíble cómo la exaltación de un hombre automáticamente anula los principios de justicia más básicos.

Rawls desarrolla una serie de principios fundamentales para la justicia en su libro, y lo que propondría como conclusión es que debemos pensar en la política desde una perspectiva que busque, por un lado, la justicia y, por el otro, los derechos en el sentido de la igualdad de oportunidades para todos.  No puede haber un principio de justicia básico cuando en un sistema predomina la exaltación de uno solo.  Tampoco puede haber igualdad de oportunidades en esas circunstancias.

No hay compatibilidad entre justicia y la exaltación del "Uno".  En la página 263 del libro Teoría de la Justicia de John Rawls, se presenta la siguiente cita: "La teoría de la justicia supone, además, un límite definido a la fuerza de la motivación social". Esta es la conclusión que les propongo.  Rawls sostiene que los individuos y grupos promueven intereses competitivos, y aunque deseen actuar justamente, no están dispuestos a abandonar sus intereses cuando hay una competencia por llegar al poder.  Es bueno pensar esto para el tema de las elecciones, ya que no todo detrás de este interés por la justicia y la igualdad de oportunidades está vinculado con la verdadera intención de alcanzarlas.

No es necesario insistir en que esta presunción no implica que los hombres sean egoístas en el sentido ordinario de la palabra.  Rawls describe una sociedad donde todos puedan conseguir el máximo bienestar, sin demandas conflictivas, y donde las necesidades de todos aparezcan unidas en una acción armoniosa dentro de un plan común.  Es una sociedad que, en cierto sentido, va más allá de la justicia.  No es necesario que haya una revolución para alcanzar un sistema de bienestar.  Puede hacer falta tiempo, un proceso social, o incluso un fracaso social, pero por ningún lado se ha visto que una revolución produzca la exaltación del ego o del "Uno", un infierno.



Carlos Silva Koppel

Psicoanalista




Referencias Bibliográficas

·         Burke, E. (1790). Textos Políticos.

·         Rosenblatt, E. La historia olvidada del liberalismo reciente.

·         De Lacroix, E. (1830). La Libertad guiando al pueblo [Pintura]. Museo del Louvre.

·         Tocqueville, A. de. (2003). La democracia en América (Trad. Nombre del traductor, si es aplicable). Fondo de Cultura Económica.

·         Rawls, J. (1971). Teoría de la justicia. Fondo de Cultura Económica.

 

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