miércoles, 10 de octubre de 2012

Espacio urbano y sujeto



El encuentro social es sin duda uno de los intereses principales del sujeto, incluso por antonomasia: por estar sujeto al otro.  Ser hablado, encontrarse en el discurso del otro.  Si es que esto no fuera posible, es decir ser parte de un grupo social, el sujeto se encontraría eliminado.

El encuentro con el otro está íntimamente relacionado con el espacio. El sujeto en sí es espacio, ocupa un lugar.  Hemos visto que en algunos apartados norteamericanos aparece el término funcionalista de “proxémica”, donde el espacio íntimo de un individuo no sobrepasaría los 45 cm de radio.  En todo caso, somos espacios andantes; llevamos un espacio por donde quiera que vayamos.  Ese espacio es virtual y discursivo.  Virtual no en un sentido opuesto a la realidad, sino que con sus propias características (ya sean ilusorias), existe; discursivo, en tanto hablamos estrictamente del lenguaje.

En detrimento de lo mencionado, no encontrarse en el espacio discursivo del otro, que no sería posible sin un espacio físico, concreto, donde pueda transitar el lenguaje, el sujeto entra en un complejo dilema: una seria complicación. Si el topos no existe, no es posible ser hablado, por lo tanto hay angustia en el sujeto.

El sujeto se encuentra en la búsqueda constante de espacios donde pueda existir, en función de estar en relación con el otro: ser visto/ver, ser hablado/hablar.  Por lo menos, que haya la ilusión de que se permita aquel fenómeno.  El espacio constituiría en sí una obra monumental dentro de la subjetividad del sujeto.  Se produce espacio siempre que haya la apertura al lenguaje.  Podríamos inclusive pensarlo en términos de la famosa y tan hablada “libertad de expresión”, quizá algo de eso haya.  

Sin embargo nos referimos propiamente a un espacio concreto, donde pueda circular el lenguaje de manera fluida.  Entiéndase con esto, una libre interacción entre sujetos.  El lenguaje produce espacio, el espacio produce lenguaje.  Es una relación vectorizada de ida y vuelta.  Categorías que conviven y se alimentan la una de la otra.

Pareciera que se halla una vehemencia urbanizante, proveniente de todas las partes que habitan un lugar.  La idea de ciudad, se asocia definidamente a la noción de progreso.  El comercio, los edificios, los carros, la carencia de árboles; se ajusta a una concepción que, por mucho pueda ser irracional, está relacionada al desarrollo en sí de la sociedad: urbanizar. Las migraciones a la ciudad, en definitiva, han sido y son, para encontrar mejores condiciones de vida viviendo bajo el manto de “lo civilizado”, del desarrollo, lo moderno, las metrópolis.

Las ciudades se extienden permanentemente, absorbiendo lo que en algún rato fue lo rural.  Su crecimiento no coincide por ningún motivo con las intenciones del sujeto, de buscar espacios o un lugar en el discurso del otro.  Sino más bien, el desarrollo urbano está ajustado a políticas comerciales, ornamentales, viales, que comprenden vericuetos herméticos con fines determinados.

Los espacios, por lo menos en Guayaquil, se encuentran sumergidos en objetivos completamente distintos a lo que el sujeto estaría buscando.  Estos espacios, por ejemplo los comerciales, venden la idea de que pueda producirse este encuentro con el otro, por medio de la adquisición de objetos de consumo.  Quizá este encuentro se dé, pero bajo la vigilancia de una maquinaria capitalista.  Sin consumo, no hay espacio; no hay espacio fuera del consumo.

No quiere decir que la falta de espacios y la planificación urbana con fines comerciales tenga que ver necesariamente con una planificación basada en el capital, sino que por otro lado, también está la planificación policiaca de la vigilancia y el encierro.  Esto último mencionado en términos biopolíticos.

No se pueden estudiar o hablar de estos hechos unos aislados de los otros.  La carencia de espacios, el aumento demográfico, incremento vehicular, sobresaturación de puentes, construcciones, ruido, inseguridad, entre otros; a partir de estos fenómenos se ajustan o agravan otras formas de interacción, una de ellas es la violencia. Como un producto casi automático.  La falta de espacios y el encierro de otros, los hacinamientos sociales a manera de guetos, la vigilancia y la persecución policial, generan violencia.

Sin embargo por otro lado se produce la figura de la transgresión que, en síntesis, es la apropiación de los espacios censurados de alguna forma. Como ejemplo se puede mencionar al grafiti; inaceptable en muchas ciudades, pero es una dinámica de arte que alude a una apropiación de un espacio que le pertenece al ciudadano. 

El significante ciudad se ha vendido con una noción comercial. “Ciudad es comercio”, “ciudad es progreso”.  En este aspecto, el productivo, la relación con el otro está sustentada por la finalidad comercial, siguiendo la misma lógica de la planificación urbana tradicional.  El comercio en los lugares antes mencionados, es denominado informal. Con este principio, se le llama informal a todo lo opuesto a la norma urbanística planteada, por lo tanto anormal y, por lo tanto, desechado.  Desembocará en una lucha por el espacio, por subsistir, por existir.  La transgresión, está en el comerciar en lugares prohibidos.

Espacio condicionado por el consumo

Hablamos entonces de lugares. La migración del sujeto a otras partes más virtuales que la misma virtualidad física, ha venido a posicionarse como un imperativo.  Un cyber-café, el existir informático, el chat, el tuit. Interesante la idea de ver/ser-visto, hablar/ser-hablado en las redes; una ilusión en todo caso. Centrémonos en esto importante, en las migraciones a otros espacios. El internet en sí, es un lugar también.

La relevancia de la búsqueda por existir, ser hablado por el otro debe permanecer. Quizá esa existencia de la que aquí se está hablando pueda darse a la sombra de la vigilancia, de todo el encierro comercial y de la misma persecución policial: en la clandestinidad.  Se deben de tomar en cuenta los no-lugares. Los límites pueden ser uno de ellos: las fronteras, los puentes, los confines, las puertas. No se malentienda con “tierra de nadie”, aunque algo de eso habría.  El paso, la entrada-salida que conlleva un lugar al otro, quizá denominado la nada: es ese mismo límite. La vigilancia aquí antes tratada, no llega hasta esos recovecos.  Quizá ni le interesa. El comerciante llamado informal/anormal, parado en la puerta de reja de un espacio cerrado haciendo su trabajo, se encuentra en un límite. 

La concepción del límite como divisor, es exactamente lo que le da la consistencia de un no-lugar.  La idea misma de la división, puede ser transgredida en el permanecer sobre su línea divisoria. Lo que ahí suceda, es responsabilidad del sujeto.


Foto tomada de http://www.eluniverso.com/2012/08/28/1/1380/callejon-ceibos-galeria-si-fuera.html


El artista visual Chema González realizó una exposición fotográfica en los límites entre el sector marginal "Mapasingue" y el barrio residencial "Ceibos".





Carlos Silva K.