El encuentro social es sin duda uno de los intereses
principales del sujeto, incluso por antonomasia: por estar sujeto al
otro. Ser hablado, encontrarse en el discurso del otro. Si es que
esto no fuera posible, es decir ser parte de un grupo social, el sujeto se
encontraría eliminado.
El encuentro con el otro está íntimamente relacionado con
el espacio. El sujeto en sí es espacio, ocupa un lugar. Hemos visto que
en algunos apartados norteamericanos aparece el término funcionalista de
“proxémica”, donde el espacio íntimo de un individuo no sobrepasaría los 45 cm
de radio. En todo caso, somos espacios andantes; llevamos un espacio por
donde quiera que vayamos. Ese espacio es
virtual y discursivo. Virtual no en un
sentido opuesto a la realidad, sino que con sus propias características (ya
sean ilusorias), existe; discursivo, en tanto hablamos estrictamente del
lenguaje.
En detrimento de lo mencionado, no encontrarse en el
espacio discursivo del otro, que no sería posible sin un espacio físico,
concreto, donde pueda transitar el lenguaje, el sujeto entra en un complejo
dilema: una seria complicación. Si el topos
no existe, no es posible ser hablado, por lo tanto hay angustia en el sujeto.
El sujeto se encuentra en la búsqueda constante de
espacios donde pueda existir, en función de estar en relación con el otro: ser
visto/ver, ser hablado/hablar. Por lo menos, que haya la ilusión de que
se permita aquel fenómeno. El espacio constituiría en sí una obra
monumental dentro de la subjetividad del sujeto. Se produce espacio
siempre que haya la apertura al lenguaje.
Podríamos inclusive pensarlo en términos de la famosa y tan hablada
“libertad de expresión”, quizá algo de eso haya.
Sin embargo nos referimos propiamente a un espacio
concreto, donde pueda circular el lenguaje de manera fluida. Entiéndase con esto, una libre interacción
entre sujetos. El lenguaje produce
espacio, el espacio produce lenguaje. Es
una relación vectorizada de ida y vuelta.
Categorías que conviven y se alimentan la una de la otra.
Pareciera que se halla una vehemencia urbanizante,
proveniente de todas las partes que habitan un lugar. La idea de ciudad, se asocia definidamente a
la noción de progreso. El comercio, los
edificios, los carros, la carencia de árboles; se ajusta a una concepción que,
por mucho pueda ser irracional, está relacionada al desarrollo en sí de la
sociedad: urbanizar. Las migraciones a la ciudad, en definitiva, han sido y
son, para encontrar mejores condiciones de vida viviendo bajo el manto de “lo
civilizado”, del desarrollo, lo moderno, las metrópolis.
Las ciudades se extienden permanentemente, absorbiendo lo
que en algún rato fue lo rural. Su
crecimiento no coincide por ningún motivo con las intenciones del sujeto, de
buscar espacios o un lugar en el discurso del otro. Sino más bien, el desarrollo urbano está
ajustado a políticas comerciales, ornamentales, viales, que comprenden
vericuetos herméticos con fines determinados.
Los espacios, por lo menos en Guayaquil, se encuentran
sumergidos en objetivos completamente distintos a lo que el sujeto estaría
buscando. Estos espacios, por ejemplo
los comerciales, venden la idea de que pueda producirse este encuentro con el
otro, por medio de la adquisición de objetos de consumo. Quizá este encuentro se dé, pero bajo la vigilancia
de una maquinaria capitalista. Sin
consumo, no hay espacio; no hay espacio fuera del consumo.
No quiere decir que la falta de espacios y la
planificación urbana con fines comerciales tenga que ver necesariamente con una
planificación basada en el capital, sino que por otro lado, también está la
planificación policiaca de la vigilancia y el encierro. Esto último mencionado en términos
biopolíticos.
No se pueden estudiar o hablar de estos hechos unos
aislados de los otros. La carencia de
espacios, el aumento demográfico, incremento vehicular, sobresaturación de
puentes, construcciones, ruido, inseguridad, entre otros; a partir de estos
fenómenos se ajustan o agravan otras formas de interacción, una de ellas es la
violencia. Como un producto casi automático.
La falta de espacios y el encierro de otros, los hacinamientos sociales
a manera de guetos, la vigilancia y la persecución policial, generan violencia.
Sin embargo por otro lado se produce la figura de la
transgresión que, en síntesis, es la apropiación de los espacios censurados de
alguna forma. Como ejemplo se puede mencionar al grafiti; inaceptable en muchas
ciudades, pero es una dinámica de arte que alude a una apropiación de un
espacio que le pertenece al ciudadano.
El significante ciudad se ha vendido con una noción
comercial. “Ciudad es comercio”, “ciudad es progreso”. En este aspecto, el productivo, la relación
con el otro está sustentada por la finalidad comercial, siguiendo la misma
lógica de la planificación urbana tradicional.
El comercio en los lugares antes mencionados, es denominado informal.
Con este principio, se le llama informal a todo lo opuesto a la norma
urbanística planteada, por lo tanto anormal y, por lo tanto, desechado. Desembocará en una lucha por el espacio, por
subsistir, por existir. La transgresión,
está en el comerciar en lugares prohibidos.
Espacio condicionado por el consumo |
Hablamos entonces de lugares. La migración del sujeto a
otras partes más virtuales que la misma virtualidad física, ha venido a
posicionarse como un imperativo. Un cyber-café, el existir informático, el
chat, el tuit. Interesante la idea de ver/ser-visto, hablar/ser-hablado en las
redes; una ilusión en todo caso. Centrémonos en esto importante, en las
migraciones a otros espacios. El internet en sí, es un lugar también.
La relevancia de la búsqueda por existir, ser hablado por
el otro debe permanecer. Quizá esa existencia de la que aquí se está hablando
pueda darse a la sombra de la vigilancia, de todo el encierro comercial y de la
misma persecución policial: en la clandestinidad. Se deben de tomar en cuenta los no-lugares.
Los límites pueden ser uno de ellos: las fronteras, los puentes, los confines,
las puertas. No se malentienda con “tierra de nadie”, aunque algo de eso
habría. El paso, la entrada-salida que
conlleva un lugar al otro, quizá denominado la nada: es ese mismo límite. La
vigilancia aquí antes tratada, no llega hasta esos recovecos. Quizá ni le interesa. El comerciante llamado informal/anormal,
parado en la puerta de reja de un espacio cerrado haciendo su trabajo, se
encuentra en un límite.
La concepción del límite como divisor, es exactamente lo
que le da la consistencia de un no-lugar.
La idea misma de la división, puede ser transgredida en el permanecer
sobre su línea divisoria. Lo que ahí suceda, es responsabilidad del sujeto.
| |||||
Carlos Silva K.
No hay comentarios:
Publicar un comentario