sábado, 20 de abril de 2013

De la Clase 6 del Seminario Cosas de Finura en Psicoanálisis/Sutilezas Analíticas.

La Tautología de lo singular.
Jacques – Alain Miller insiste que la clínica del psicoanálisis está en la última enseñanza de Lacan, en el sinthoma, que en definición de Lacan: lo-que-hay-de-singular en cada individuo, en tanto que es lo singular de cada uno, lo singular en tanto difícil de ser singular.

Señala Miller la dificultad de hablar de lo singular, por no parecerse en nada como tal, pero que como-no-tal, tiene la particularidad de ser universal. Lo singular no forma parte, ex-siste, está fuera de lo que es común, poniéndose de esta manera en un lugar de enfrentamiento, si se quiere decir, con lo que vendría a ser el nombre y el nombramiento de las cosas. Es porque el nombre per sé y todo lo que este cubra, lo hará pertenecer, lo hará formar parte de, disipando eso tan único de lo que viene hablando Miller: lo singular.

Y esto a propósito de los nombres/nombramientos en la clínica, en otras palabras, el entusiasmo del diagnóstico y que lleva a un patíbulo desolado a lo singular. Miller apuesta por hacer reinar el punto de vista de lo singular, en tanto aporta un dejar ser. Por lo tanto, dejar ser al sujeto en su singularidad.

El nombre en sí, clasifica. Lo singular en cambio, se expresa como tautología y, siendo singular devendría incomparable. Miller alude al auditorio diciéndoles que ellos sueñan con inscribirlos (al sujeto) en sistemas, y continuamente menciona, que lo que tiene de apremiante lo psicoanalítico es: el punto de vista anti-diagnóstico. Seguirá Miller diciendo que el diagnóstico vendrá por añadidura, haciendo una cita de Freud esencial: “todo en un análisis está por obtenerse”, en seguidilla con otra de Lacan que complementa la anterior: “está por obtenerse como si nada por otra parte se hubiera establecido”.

Por tal motivo el analista no es una máquina de registro. Apunta Miller que en cada sesión el analista debe olvidarlo todo y hacer de cada sesión, como una nueva; en una suerte de restituir la singularidad del momento. El analista no es una memoria, no compara dice Miller, pero luego menciona que el analista sí es una memoria, y subraya: “de los significantes que aparecieron, los articula, señala las repeticiones”; el analista como un secretario del paciente, está como a la espera de sorprender al analizante con sus propias producciones – las del analizante, aclara Miller - re-presentándolas inopinadamente. Sin duda, esto forma parte de una forma de registro, pero se orienta hacia lo singular.

En lógica la singularidad pertenece a la teoría del juicio y precisamente en el momento de la cantidad, acota Miller. La cantidad de los juicios se distribuye en tres registros: lo singular, lo particular y lo universal. De acuerdo a la lógica kantiana un juicio es la representación de una unidad o la representación de las relaciones de esas diversas representaciones que constituyen un concepto[1]. Pero Miller denotará que el juicio singular es irrepresentable en tanto no hay extensión del concepto singular. Si se quisiera representar lo singular solamente podría existir fuera de la extensión del concepto, porque habría extensión a partir de una particularidad de dos o más elementos. Lo singular es un concepto que no tiene extensión.





Cito:

Lo que Lacan llama sinthoma es por excelencia el concepto singular, aquel que no tiene otra extensión más que el individuo. Captándolo como tal ustedes no pueden compararlo con nada.

Miller tomando a Kant dice que el juicio singular es equivalente a un juicio universal en el siguiente sentido: que es sin excepción. Lo singular por una parte mantendría un ápice de universalidad. Sin embargo, aquí es donde incurre el nombre propio, en detrimento de este con su relación al deseo, que es lo que sería la cara de lo singular.

Utilizando la lógica matemática de Quine, Miller define un término singular como un término que apunta a nombrar uno y un solo objeto y lo utiliza matematizando el lenguaje corriente, como una variable, x es mortal.





Leyendo este matema de forma inicial “existe un X, tal que X es mortal”. Pero se lee que existe “al menos un x”, aludiendo que ahí hay varios. Por lo tanto el cuantificador que indica que ahí no hay un menos uno, sino uno-y-uno-solo, es el cuantificador existencial de unicidad.








Lacan quiere hacer una aproximación a lo singular a través de sus matemas, pero tratándose de lo singular, en tanto incomparable, hay que ver allí “súbitamente la cosa”[2]. Lo singular requiere el instante de ver.

Cito:

Desde el punto de vista de lo singular, la sesión analítica tiende en efecto a reducirse el instante. Ah, no es algo conforme al principio time is money, puede ser tachada de impostura por aquellos que rechazan lo que hay de verdad. La verdad es que, para el parlêtre, el efecto de encuentro es instantáneo. Todo se sostiene en el acontecimiento, en un acontecimiento que debe ser encarnado, que es un acontecimiento de cuerpo – definición que Lacan da del sinthoma. El resto, digámoslo, son preparativos – preparativos que son necesarios en la mayoría de casos.


La institución del psicoanálisis, dice Miller, confronta al analista con lo singular y como es insostenible se refugia en lo particular: el confort del diagnóstico y la comunidad de psicoanalistas, que dicho sea de paso al ser ya comunidad, se rechaza la singularidad psicoanalítica. Los psicoanalistas quieren parecerse; y hablando estrictamente del caso y su virtud, como le llama Miller, es precisamente no parecerse en nada.



Cito:


Y es de todos modos el sesgo que Freud eligió, al menos una vez, poner de relieve al menos el aspecto de un caso que desmienta la teoría analítica.


Es de este modo que Miller retoma la metáfora paterna, para introducirse de lleno en la proposición: “el inconsciente, él mismo es una defensa”. El inconsciente es una defensa contra el goce en su estatuto más profundo, que es su estatuto de fuera de sentido. Y lo hace Miller, para dar cuenta de: cómo el sentido adviene al goce.

Miller recuerda a Lacan en su Seminario III, hablando del significante -Deseo de la Madre-, diciendo que ella no está todo el tiempo delante del pequeño, lo abandona y vuelve, aparece y desaparece; se justifica como significante DM. Como significante de su presencia y ausencia. El niño no sabrá qué quiere decir esto.


Sabrá de su significado a través de otro significante, el Nombre del Padre.



Se inscribe con la tachadura del primer significante, dando así un sentido al goce enigmático de la madre que motivaba sus desplazamientos.


Cito:


La esencia de la metáfora paterna es en efecto la resolución de la X inicial en la significación fálica.




De esta manera el goce toma sentido, sentido fálico, a través del Nombre del Padre. “El análisis recurre al sentido para resolver el goce”, Miller cita a Lacan. Pero para “resolver el goce” en tanto esta X de goce desconocido, que tomaría sentido vertiéndose en la significación fálica.



Se origina lo simbólico, que bien podría decirse, el goce desde el sentido común o de lo común. Pero lo que concierne al sinthoma, a su goce, se entra al mismo adjetivo del nombre propio. Esa es indiscutiblemente la orientación hacia lo singular: un goce que excluye al sentido; no se deja resolver desde la significación fálica.


Cito:
La orientación hacia lo singular apunta, en cada uno, al goce propio del sinthoma en tanto que exlcuido del sentido.


Lacan se aproximó a este goce propio bajo la forma de objeto a, incluyéndolo en la metáfora, es decir, articulado al falo.


Ya en la muy última enseñanza como dos órdenes no homogéneos están el inconsciente y el sinthoma. Aparece el nudo, bajo la fórmula: el inconsciente se anuda al sinthoma. Aquí Miller lanza la cuestión, cómo estos dos órdenes están presentes en la práctica del análisis.

Una es la exploración del inconsciente y sus formaciones, cuyo principio es que el síntoma puede ser descifrado. El inconsciente está bajo la lógica del sentido común. Pero en tanto lo singular, no quiere decir que no se descifre lo inconsciente[3]. Quiere decir que esta exploración encuentra necesariamente un tope, que el desciframiento se detiene en el afuera de sentido del goce y que al lado del inconsciente está lo singular del sinthoma, donde eso no habla nadie.

Esto para Lacan vendría a ser el acontecimiento del cuerpo, de un cuerpo sustancial que tiene consistencia de goce. Esto difiere con la formulación de Lacan del inconsciente reducido como un saber, por ser interpretable, lo que hace síntoma, porque esta cualidad excluye al acontecimiento del cuerpo.



Cito:

Lo que Lacan pudo formular a propósito del sinthoma puede en ciertos lugares recordar lo que dijo del objeta a minúsula. Pero lo que llamaba el objeto a minúscula era siempre un elemento de goce pensado a partir del inconsciente, pensado a partir del saber, mientras que el punto de vista del sinthoma consiste en pensar el inconsciente a partir del goce.


Entonces esto repercutirá en la práctica analítica y en particular con la práctica de la interpretación, ya que esta no es solamente un desciframiento de un saber, sino, un hacer ver, esclarecer la naturaleza de defensa del inconsciente. La orientación hacia el sinthoma radica en – eso goza allí donde no se habla-, donde no produce sentido. A diferencia del “allí donde eso habla, eso goza”.

Miller hace un cierre, aludiendo al analista y a su posición. Cita a Lacan en su Seminario del Sinthome: el analista es un sinthoma. Eximido de motivaciones, soportado por el sin-sentido jugando más bien al acontecimiento del cuerpo. Miller terminará diciendo: y le será necesario sacrificar mucho para merecer ser, o ser tomado por, un trozo de real.





Carlos Silva Koppel




[1] Cita Miller a Kant.
[2] Miller citando a Pascal.  
[3] J-A. Miller.



sábado, 13 de abril de 2013

Un discurso que mata



La tendencia actual observadora del sujeto, apunta al aplanamiento de éste.  La ciencia, dentro de sus largos procesos, ha desembocado y convertido en una figura normalizadora al servicio del poder.  Que en sí mismo, en esta idea, podemos interrogarnos si no es que la ciencia misma ocupa ya una posición de poder y la mayor parte de las cosas funcionan en relación a ésta, siguiendo su orden, su lógica.

La idea salubrista, normalista, moralista del sujeto impera en el discurso político, educativo y médico.  Sin saber idóneamente si se trata de un asunto del poder-por-el-poder, o la dialéctica de que lleva lo anterior con lo económico.  La ciencia, ¿Un saber millonario que ejerce poder?

La subjetividad del sujeto, de ese uno por uno, caso por caso, ha caído en el pozo de lo caduco. En una suerte de figura de a-bandono, sabiendo que ahí existe algo, escuchando de vez en cuando uno que otro grito de auxilio, pero que no se gira ni para echarle comida a la pobre subjetividad.  El abrasador discurso que persiste hoy es el de la perfección, de la vía apolínea, la del bien, la de la salud.

Inicialmente el psicoanálisis se estaba estructurando por las vías científicas, usando su terminología, inclusive su propio método.  Felizmente Freud a su debido tiempo, reparó en que no podía ser posible que el psicoanálisis tomara ese corte científico y que la única medición que podía llevarse a cabo era por medio de la transmisión.

El discurso actual, el mercantil es agresivo, violento, mata.




En cuerpo sano.

Hablar del bien,  la lógica de lo sano, la salud, es ciertamente el fin de la ciencia y si se quiere el del discurso político: el bienestar.  Podríamos inferir que el bienestar de alguna manera evoca a la ausencia, entonces, del malestar. Que en lo que nos convoca, al psicoanálisis en sí, se asienta sobre  este malestar del que hablamos, que es intrínseco del sujeto; por procesos muy primitivos inclusive.  Sin embargo, nos encontramos entonces con el discurso científico y salúbrico del “tapar la olla de los cangrejos”, como sea.


Recae este discurso sobre el hombre y su propio cuerpo. Un discurso violento en función a encontrar el lugar donde se pueda alojar o ajustar el mercado de lo sano.  El cuerpo del hombre, utilizado en su misma contra; con la finalidad de sanarlo.  Con el discurso mesiánico de salvar al hombre quién sabe para qué fines, biopolíticos en tal caso. De una forma agresiva, divinicómica: una tráquea perforada, atravesada por una máquina asexuada transportadora de aire, en un cuerpo deteriorado y desgraciado, en un sufrimiento eterno, en (….) es decir, es el infierno.

El cuerpo es un lugar, una suerte de topología donde recaen las mutilaciones subjetivas del sujeto; digamos también, las auto propinadas.  Quiere decir que es donde se deposita aquella agresividad, goce, pulsión de muerte, que eventualmente necesitaría ser atendida.  Las mutilaciones, como la castración o la misma estructuración simbólica del Nombre del Padre, dan muestra de que el cuerpo ha estado sometido a amputaciones desde hace ya algún tiempo  (¿El cuerpo está para ser mutilado, castrado?).



Higienismo y evaluación Vs. Pulsión de muerte


La discusión podría tomarse por un inicio anecdótico, como por ejemplo, el uso de las matemáticas desde el colegio. La pregunta se mueve alrededor de ¿por qué nos serían necesarias las matemáticas? Cuestionamiento harto válido, ya que esta materia se intenta enseñar de manera aislada a otras disciplinas.  Lo que más cierto es, es que su enseñanza radica en las matemáticas aplicadas, es decir, solo sus funciones sin ningún sustento teórico y posteriormente, ninguna aplicabilidad en concreto.  Entre otras tantas funciones que podrían brindarnos las matemáticas, las utilizamos en mayor medida para el conteo; para la sumatoria en todo caso, de los puntos que hacen falta para aprobar o reprobar cualquier asignatura.

De aquí que el sujeto desde el nicho de su formación, se va moldeando según la cultura del número, del de ser contado: el sujeto es un número en un casillero y su futuro depende de ello, lo que deviene en lo real[1].  El número en el casillero, como se identifica al sujeto, es una visión del discurso científico por el ya conocido hecho que lo numeral, bien responde a los conceptos de objetividad de los que la ciencia se vale.  Así, la marca numérica ha estado sobre el sujeto por mucho tiempo desde la educación tradicional y los estándares de la salud.

Es entonces que el sujeto no quedaría nomás bajo la cicatriz del número, sino que por ser número mismo, debe ser uno que cumpla con las expectativas globalizantes que el discurso requiera. De tal manera, que existe una exclusión del sujeto si no cumple con la demanda del discurso universitario o científico. Veamos entonces, esta discriminación es entre otras palabras, la expulsión del sujeto del sistema y por lo tanto, su anulación en detrimento en su relación con el otro.  Implica esto, el goce del mismo sujeto, en tanto él mismo sabe de la exclusión.



·         Las nuevas evaluaciones, nuevas políticas de salud, nuevos síntomas.
·         Por una parte, se promueve la libertad y la decisión pero, por otra, deben acatarse las exigencias del mercado como una obligación.
·         Estandarización de la existencia.





[1] En el sentido lacaniano.