sábado, 13 de abril de 2013

Un discurso que mata



La tendencia actual observadora del sujeto, apunta al aplanamiento de éste.  La ciencia, dentro de sus largos procesos, ha desembocado y convertido en una figura normalizadora al servicio del poder.  Que en sí mismo, en esta idea, podemos interrogarnos si no es que la ciencia misma ocupa ya una posición de poder y la mayor parte de las cosas funcionan en relación a ésta, siguiendo su orden, su lógica.

La idea salubrista, normalista, moralista del sujeto impera en el discurso político, educativo y médico.  Sin saber idóneamente si se trata de un asunto del poder-por-el-poder, o la dialéctica de que lleva lo anterior con lo económico.  La ciencia, ¿Un saber millonario que ejerce poder?

La subjetividad del sujeto, de ese uno por uno, caso por caso, ha caído en el pozo de lo caduco. En una suerte de figura de a-bandono, sabiendo que ahí existe algo, escuchando de vez en cuando uno que otro grito de auxilio, pero que no se gira ni para echarle comida a la pobre subjetividad.  El abrasador discurso que persiste hoy es el de la perfección, de la vía apolínea, la del bien, la de la salud.

Inicialmente el psicoanálisis se estaba estructurando por las vías científicas, usando su terminología, inclusive su propio método.  Felizmente Freud a su debido tiempo, reparó en que no podía ser posible que el psicoanálisis tomara ese corte científico y que la única medición que podía llevarse a cabo era por medio de la transmisión.

El discurso actual, el mercantil es agresivo, violento, mata.




En cuerpo sano.

Hablar del bien,  la lógica de lo sano, la salud, es ciertamente el fin de la ciencia y si se quiere el del discurso político: el bienestar.  Podríamos inferir que el bienestar de alguna manera evoca a la ausencia, entonces, del malestar. Que en lo que nos convoca, al psicoanálisis en sí, se asienta sobre  este malestar del que hablamos, que es intrínseco del sujeto; por procesos muy primitivos inclusive.  Sin embargo, nos encontramos entonces con el discurso científico y salúbrico del “tapar la olla de los cangrejos”, como sea.


Recae este discurso sobre el hombre y su propio cuerpo. Un discurso violento en función a encontrar el lugar donde se pueda alojar o ajustar el mercado de lo sano.  El cuerpo del hombre, utilizado en su misma contra; con la finalidad de sanarlo.  Con el discurso mesiánico de salvar al hombre quién sabe para qué fines, biopolíticos en tal caso. De una forma agresiva, divinicómica: una tráquea perforada, atravesada por una máquina asexuada transportadora de aire, en un cuerpo deteriorado y desgraciado, en un sufrimiento eterno, en (….) es decir, es el infierno.

El cuerpo es un lugar, una suerte de topología donde recaen las mutilaciones subjetivas del sujeto; digamos también, las auto propinadas.  Quiere decir que es donde se deposita aquella agresividad, goce, pulsión de muerte, que eventualmente necesitaría ser atendida.  Las mutilaciones, como la castración o la misma estructuración simbólica del Nombre del Padre, dan muestra de que el cuerpo ha estado sometido a amputaciones desde hace ya algún tiempo  (¿El cuerpo está para ser mutilado, castrado?).



Higienismo y evaluación Vs. Pulsión de muerte


La discusión podría tomarse por un inicio anecdótico, como por ejemplo, el uso de las matemáticas desde el colegio. La pregunta se mueve alrededor de ¿por qué nos serían necesarias las matemáticas? Cuestionamiento harto válido, ya que esta materia se intenta enseñar de manera aislada a otras disciplinas.  Lo que más cierto es, es que su enseñanza radica en las matemáticas aplicadas, es decir, solo sus funciones sin ningún sustento teórico y posteriormente, ninguna aplicabilidad en concreto.  Entre otras tantas funciones que podrían brindarnos las matemáticas, las utilizamos en mayor medida para el conteo; para la sumatoria en todo caso, de los puntos que hacen falta para aprobar o reprobar cualquier asignatura.

De aquí que el sujeto desde el nicho de su formación, se va moldeando según la cultura del número, del de ser contado: el sujeto es un número en un casillero y su futuro depende de ello, lo que deviene en lo real[1].  El número en el casillero, como se identifica al sujeto, es una visión del discurso científico por el ya conocido hecho que lo numeral, bien responde a los conceptos de objetividad de los que la ciencia se vale.  Así, la marca numérica ha estado sobre el sujeto por mucho tiempo desde la educación tradicional y los estándares de la salud.

Es entonces que el sujeto no quedaría nomás bajo la cicatriz del número, sino que por ser número mismo, debe ser uno que cumpla con las expectativas globalizantes que el discurso requiera. De tal manera, que existe una exclusión del sujeto si no cumple con la demanda del discurso universitario o científico. Veamos entonces, esta discriminación es entre otras palabras, la expulsión del sujeto del sistema y por lo tanto, su anulación en detrimento en su relación con el otro.  Implica esto, el goce del mismo sujeto, en tanto él mismo sabe de la exclusión.



·         Las nuevas evaluaciones, nuevas políticas de salud, nuevos síntomas.
·         Por una parte, se promueve la libertad y la decisión pero, por otra, deben acatarse las exigencias del mercado como una obligación.
·         Estandarización de la existencia.





[1] En el sentido lacaniano.
 





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