La tendencia actual observadora del sujeto,
apunta al aplanamiento de éste. La
ciencia, dentro de sus largos procesos, ha desembocado y convertido en una
figura normalizadora al servicio del poder.
Que en sí mismo, en esta idea, podemos interrogarnos si no es que la
ciencia misma ocupa ya una posición de poder y la mayor parte de las cosas
funcionan en relación a ésta, siguiendo su orden, su lógica.
La idea salubrista, normalista, moralista del
sujeto impera en el discurso político, educativo y médico. Sin saber idóneamente si se trata de un
asunto del poder-por-el-poder, o la dialéctica de que lleva lo anterior con lo
económico. La ciencia, ¿Un saber millonario que ejerce poder?
La subjetividad del sujeto, de ese uno por
uno, caso por caso, ha caído en el pozo de lo caduco. En una suerte de figura
de a-bandono, sabiendo que ahí existe algo, escuchando de vez en cuando uno que
otro grito de auxilio, pero que no se gira ni para echarle comida a la pobre
subjetividad. El abrasador discurso que
persiste hoy es el de la perfección, de la vía apolínea, la del bien, la de la
salud.
Inicialmente el psicoanálisis se estaba
estructurando por las vías científicas, usando su terminología, inclusive su
propio método. Felizmente Freud a su
debido tiempo, reparó en que no podía ser posible que el psicoanálisis tomara
ese corte científico y que la única medición que podía llevarse a cabo era por
medio de la transmisión.
El discurso actual, el mercantil es agresivo,
violento, mata.
En cuerpo sano.
Hablar del bien, la lógica de lo sano, la salud, es
ciertamente el fin de la ciencia y si se quiere el del discurso político: el
bienestar. Podríamos inferir que el
bienestar de alguna manera evoca a la ausencia, entonces, del malestar. Que en
lo que nos convoca, al psicoanálisis en sí, se asienta sobre este malestar del que hablamos, que es
intrínseco del sujeto; por procesos muy primitivos inclusive. Sin embargo, nos encontramos entonces con el
discurso científico y salúbrico del “tapar la olla de los cangrejos”, como sea.
Recae este discurso sobre el hombre y su
propio cuerpo. Un discurso violento en función a encontrar el lugar donde se
pueda alojar o ajustar el mercado de lo sano.
El cuerpo del hombre, utilizado en su misma contra; con la finalidad de
sanarlo. Con el discurso mesiánico de
salvar al hombre quién sabe para qué fines, biopolíticos en tal caso. De una
forma agresiva, divinicómica: una
tráquea perforada, atravesada por una máquina asexuada transportadora de aire,
en un cuerpo deteriorado y desgraciado, en un sufrimiento eterno, en (….) es
decir, es el infierno.
El cuerpo es un lugar, una suerte de
topología donde recaen las mutilaciones subjetivas del sujeto; digamos también,
las auto propinadas. Quiere decir que es
donde se deposita aquella agresividad, goce, pulsión de muerte, que
eventualmente necesitaría ser atendida.
Las mutilaciones, como la castración o la misma estructuración simbólica
del Nombre del Padre, dan muestra de que el cuerpo ha estado sometido a
amputaciones desde hace ya algún tiempo
(¿El cuerpo está para ser mutilado, castrado?).
Higienismo y
evaluación Vs. Pulsión de muerte
La discusión podría tomarse por un inicio
anecdótico, como por ejemplo, el uso de las matemáticas desde el colegio. La
pregunta se mueve alrededor de ¿por qué nos serían necesarias las matemáticas?
Cuestionamiento harto válido, ya que esta materia se intenta enseñar de manera
aislada a otras disciplinas. Lo que más
cierto es, es que su enseñanza radica en las matemáticas aplicadas, es decir,
solo sus funciones sin ningún sustento teórico y posteriormente, ninguna aplicabilidad
en concreto. Entre otras tantas
funciones que podrían brindarnos las matemáticas, las utilizamos en mayor
medida para el conteo; para la sumatoria en todo caso, de los puntos que hacen
falta para aprobar o reprobar cualquier asignatura.
De aquí que el sujeto desde el nicho de su
formación, se va moldeando según la cultura del número, del de ser contado: el
sujeto es un número en un casillero y su futuro depende de ello, lo que deviene
en lo real[1]. El número en el casillero, como se identifica
al sujeto, es una visión del discurso científico por el ya conocido hecho que
lo numeral, bien responde a los conceptos de objetividad de los que la ciencia
se vale. Así, la marca numérica ha
estado sobre el sujeto por mucho tiempo desde la educación tradicional y los estándares
de la salud.
Es entonces que el sujeto no quedaría nomás
bajo la cicatriz del número, sino que por ser número mismo, debe ser uno que
cumpla con las expectativas globalizantes que el discurso requiera. De tal
manera, que existe una exclusión del sujeto si no cumple con la demanda del
discurso universitario o científico. Veamos entonces, esta discriminación es
entre otras palabras, la expulsión del sujeto del sistema y por lo tanto, su
anulación en detrimento en su relación con el otro. Implica esto, el goce del mismo sujeto, en
tanto él mismo sabe de la exclusión.
·
Las
nuevas evaluaciones, nuevas políticas de salud, nuevos síntomas.
·
Por
una parte, se promueve la libertad y la decisión pero, por otra, deben acatarse
las exigencias del mercado como una obligación.
·
Estandarización
de la existencia.
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