domingo, 11 de mayo de 2014

De pensar la muerte, de morir pensando….



Yendo al grano: pienso en la muerte, luego existo feliz. 

Es extraño… pensamos que pensamos, pensamos que vivimos y no pensamos que morimos, sin saber siquiera qué es eso del pensar y por ende, no sabríamos qué es vivir, mucho menos morir.  Aquí no escribiré ni por poco de qué se trata el llamado “arte de pensar”, que muchos creemos que ejercemos, porque tampoco sé bien de qué se trata.  Además ya en la filosofía del pensar hay suficiente materia arrumada que nadie lee, con excepciones de quienes sí lo hacen creyendo que la erudición de la cita, tiene algún acercamiento al pensamiento, -incluyéndome porque hablo en clave nietzscheana- sin pasar sin embargo, más allá de la juerga universitaria y de caerle mal al resto.

No es la primera vez que digo que me cuesta escribir en difícil y ahora le agrego, me cuesta también escribir en pretencioso.  Más bien en este documento lanzaré una propuesta que invite al comentario, al diálogo si se quiere o al silencio de pensar, sobre estos tres puntos ya manoseados: pensar, vivir y morir.

Se me ocurre disparar que pensar se trata sobre la soberanía del cuerpo, su triunfo sobre la tiranía del afuera.  En la medida en que todo ya existe ahí, cuando nosotros estamos o aparecemos ahí. ¡Yo sé! los eruditos dirán que suena heideggeriano y sí, pero no va tanto por ese rumbo.  Una forma de maquinaria ya se encuentra existiendo cuando nos encontramos con el mundo: llámenle a este sistema “maquínico” o como quieran llamarle, pero no nos perdamos, comprende todo lo que conocemos y creemos saber.  Maquinaria perversa, en tanto que se apropia de Uno, del cuerpo, es decir, de lo subjetivo, sin mostrarnos la mínima opción de salir de ella, sino todo lo contrario: es un vórtice. 

En este punto vale decir que es perversa en la medida que creemos que tomamos nuestras propias decisiones y en realidad es, que tomamos las decisiones sobre lo que está expuesto ahí en el mundo que ya existe cuando nosotros aparecemos y nos encontramos con él, en él; en una suerte de automatismo.  Y desde esta lógica todos estamos atrapados, aún si queremos decidir sobre nosotros, debemos hacerlo a partir de lo que el mundo hizo de nosotros, porque eso mismo que hacemos de nosotros, lo hacemos a partir del mismo mundo que conocemos.

Siguiendo esta línea entonces, propongo dos maneras para el acto de pensar(nos).  La primera, huir del planeta tierra y acurrucarnos en algún otro astro, así como nos lo enseñó Dr. Manhattan en el cómic Watchmen. La otra, muy parecida, renunciar al mundo; pero esto es casi imposible tal como suena.


La renuncia al mismo mundo y su contenido, trivial para la existencia humana, es la única manera que nos lleve al encuentro con el pensar.  Hay que decirlo, el pensar no como un fluir de ideas y luego aflojarlas por la boca, sino, como la conquista de sí mismo dentro del juego del mundo.  En pocas palabras, la renuncia al mundo para la conquista de sí, para su desenvolvimiento en el mundo.  Queda ahí la pregunta de cómo lograr la renuncia, quizá representada en la figura de ascetismo nietzscheano.  Porque si no es eso, ¿Entonces qué?  Así como describo el pensamiento, bien puede ser concebido como algo que no existe o al menos, se espera que exista.  Así como Dios, por ejemplo.  Porque si existiera, habría la posibilidad de generar una ruptura con el mundo cognoscente y bueno, preguntémonos quién ya ha pasado por esta experiencia. 

La renuncia al mundo, tampoco quiere decir ir a exiliarse a la montaña, porque la montaña está en el mundo, porque se llama “montaña”, porque el mundo es lenguaje.  La renuncia de la que se habla es igualmente una forma de renuncia topológica y también lingüística.

***

Aún ciego.
Desperdicio de tiempo.
No hay más preguntas para la vida,
lo trivial es un tapón.
Además, no sé sumar.
Tampoco sé el valor de vivir.
 Seguramente porque una vida es invaluable
y seguramente, porque me faltan más muertes en la vida.

Porque para poder decir algunas pequeñas cosas de la vida, hay que pensar en la muerte.  No hay discusión entonces: la filosofía de la vida, es la filosofía de la muerte.  Si el pensamiento puede ser una ruptura con la realidad que se conoce e implica sobrepasar el límite humano, entonces la muerte sería una buena metáfora del pensamiento, porque en primer lugar, afecta a todo lo que corresponde el individuo y afecta directamente a todo lo tocado por este individuo mientras estuvo en el mundo.

Cabe entonces preguntar ¿Cómo hacer? Revolcando un poco la discusión, el límite del mundo, son los límites del lenguaje, lo que domina entonces el pensamiento tal como lo conocemos.  Pero el pensamiento está más allá de esta lógica lingüística (es decir, más allá del mundo), porque está en la capacidad de interrogar al mundo/lenguaje.  Las preguntas recaen entonces sobre el Ser. La pregunta sigue abierta ¿Cómo llegar ahí? Según lo que propongo, solo podemos considerar aproximaciones al verdadero acto de pensar y al pensamiento per sé, por lo tanto, al de concebirse a sí mismo que conlleve a hacerse cargo de su existencia y convivencia con el mundo.



Carlos Silva Koppel