Yendo al grano: pienso en
la muerte, luego existo feliz.
Es
extraño… pensamos que pensamos, pensamos que vivimos y no pensamos que morimos,
sin saber siquiera qué es eso del pensar y por ende, no sabríamos qué es vivir,
mucho menos morir. Aquí no escribiré ni
por poco de qué se trata el llamado “arte de pensar”, que muchos creemos que
ejercemos, porque tampoco sé bien de qué se trata. Además ya en la filosofía del pensar hay
suficiente materia arrumada que nadie lee, con excepciones de quienes sí lo
hacen creyendo que la erudición de la cita, tiene algún acercamiento al
pensamiento, -incluyéndome porque hablo en clave nietzscheana- sin pasar sin
embargo, más allá de la juerga universitaria y de caerle mal al resto.
No
es la primera vez que digo que me cuesta escribir en difícil y ahora le agrego,
me cuesta también escribir en pretencioso.
Más bien en este documento lanzaré una propuesta que invite al
comentario, al diálogo si se quiere o al silencio de pensar, sobre estos tres
puntos ya manoseados: pensar, vivir y morir.
Se
me ocurre disparar que pensar se trata sobre la soberanía del cuerpo, su
triunfo sobre la tiranía del afuera. En
la medida en que todo ya existe ahí, cuando nosotros estamos o aparecemos ahí.
¡Yo sé! los eruditos dirán que suena heideggeriano y sí, pero no va tanto por
ese rumbo. Una forma de maquinaria ya se
encuentra existiendo cuando nos encontramos con el mundo: llámenle a este
sistema “maquínico” o como quieran llamarle, pero no nos perdamos, comprende
todo lo que conocemos y creemos saber. Maquinaria
perversa, en tanto que se apropia de Uno,
del cuerpo, es decir, de lo subjetivo, sin mostrarnos la mínima opción de salir
de ella, sino todo lo contrario: es un vórtice.
En
este punto vale decir que es perversa en la medida que creemos que tomamos
nuestras propias decisiones y en realidad es, que tomamos las decisiones sobre
lo que está expuesto ahí en el mundo que ya existe cuando nosotros aparecemos y
nos encontramos con él, en él; en una suerte de automatismo. Y desde esta lógica todos estamos atrapados,
aún si queremos decidir sobre nosotros, debemos hacerlo a partir de lo que el
mundo hizo de nosotros, porque eso mismo que hacemos de nosotros, lo hacemos a
partir del mismo mundo que conocemos.
Siguiendo
esta línea entonces, propongo dos maneras para el acto de pensar(nos). La primera, huir del planeta tierra y
acurrucarnos en algún otro astro, así como nos lo enseñó Dr. Manhattan en el
cómic Watchmen. La otra, muy parecida,
renunciar al mundo; pero esto es casi imposible tal como suena.
La
renuncia al mismo mundo y su contenido, trivial para la existencia humana, es
la única manera que nos lleve al encuentro con el pensar. Hay que decirlo, el pensar no como un fluir
de ideas y luego aflojarlas por la boca, sino, como la conquista de sí mismo
dentro del juego del mundo. En pocas
palabras, la renuncia al mundo para la conquista de sí, para su
desenvolvimiento en el mundo. Queda ahí
la pregunta de cómo lograr la renuncia, quizá representada en la figura de ascetismo
nietzscheano. Porque si no es eso, ¿Entonces qué? Así como describo el pensamiento, bien puede
ser concebido como algo que no existe o al menos, se espera que exista. Así como Dios, por ejemplo. Porque si existiera, habría la posibilidad de
generar una ruptura con el mundo cognoscente y bueno, preguntémonos quién ya ha
pasado por esta experiencia.
La
renuncia al mundo, tampoco quiere decir ir a exiliarse a la montaña, porque la
montaña está en el mundo, porque se llama “montaña”, porque el mundo es
lenguaje. La renuncia de la que se habla
es igualmente una forma de renuncia topológica y también lingüística.
***
Aún ciego.
Desperdicio
de tiempo.
No hay más
preguntas para la vida,
lo trivial es un tapón.
Además, no sé
sumar.
Tampoco sé el
valor de vivir.
Seguramente porque una vida es invaluable
y seguramente,
porque me faltan más muertes en la vida.
Porque
para poder decir algunas pequeñas cosas de la vida, hay que pensar en la
muerte. No hay discusión entonces: la
filosofía de la vida, es la filosofía de la muerte. Si el pensamiento puede ser una ruptura con
la realidad que se conoce e implica sobrepasar el límite humano, entonces la
muerte sería una buena metáfora del pensamiento, porque en primer lugar, afecta
a todo lo que corresponde el individuo y afecta directamente a todo lo tocado
por este individuo mientras estuvo en el mundo.
Cabe
entonces preguntar ¿Cómo hacer? Revolcando un poco la discusión, el límite del
mundo, son los límites del lenguaje, lo que domina entonces el pensamiento tal
como lo conocemos. Pero el pensamiento
está más allá de esta lógica lingüística (es decir, más allá del mundo), porque
está en la capacidad de interrogar al mundo/lenguaje. Las preguntas recaen entonces sobre el Ser.
La pregunta sigue abierta ¿Cómo llegar ahí? Según lo que propongo, solo podemos
considerar aproximaciones al verdadero acto de pensar y al pensamiento per sé, por lo tanto, al de concebirse a
sí mismo que conlleve a hacerse cargo de su existencia y convivencia con el
mundo.
Carlos
Silva Koppel
1 comentario:
Ciertamente debiéramos estar fuera del mundo y de la casa que tenemos en el, representada en el cuerpo, la historia, el lenguaje, para lograr comprender o si quiera observar cómo es este y cómo somos nosotros. Para pensar y pensarnos, como acto de soberanía pero no del cuerpo sino más bien del ser.
La muerte parece ser -aunque desde la visión de un mortal- la única manera de alcanzar el desprendimiento o renuncia necesarios para este ejercicio.
Pero, qué es la muerte sino la negación de la vida. Ya sabemos que esa lógica es la premisa de esta conversación en la que encontramos a la muerte necesaria para pensar y pensarnos sin interferencias del mundo, el lenguaje y quienes somos por obra de la vida que por azar nos tocó.
Es por esto que creo que si se trata de pensarse, lo que pudieramos intentar es negarnos, entiéndase, como una manera de morir al alcance de nuestro bolsillo -esto al menos mientras los científicos descubren la formula para resucitar cual yisus-. En fin, negarse quizás como un acto de rebeldía extrema del ser.
No cuestionarse sino que rotundamente negarse, ya no solo a nuestra historia en el mundo y con esta evidentemente nuestra particular concepción de este y de nosotros mismos, sino un poquitín o un pocotón más allá y negar el mero fundamento del pensamiento: negar el lenguaje.
Dedicarse a descubrir de nuevo, por un momento al menos quienes mismos somos. Qué resulta de esa resta.
Y pues creo que el instrumento con el que contamos para este redescubrirse es la sensación. Las sentidos creo yo, son capaces de negar al lenguaje pues no lo necesitan para existir, pues cuando sentimos calor no necesitamos definirlo, sabemos lo que hemos sentido sin detrimento del nombre que le demos (o del significado que le asignemos, pero eso si está para conversarlo en otro rato) pues aunque le llamemos frío, ese nombre no niega la naturaleza de la sensación que tuvimos.
Seria entonces que en esta búsqueda de lo real pudiéramos hallar respuesta en el sentir, sin articular las palabras para describirlo, es decir sin trasmitirle el código del mundo. El sentir por el sentir. Y como herramienta del ser.
Mi propuesta no es receta alguna para el superhombre, si acaso solo un experimento para la superpersonita, ja
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