lunes, 28 de noviembre de 2016

Un psicoanalista, una escuela.


L’analyste ne s’autorise que de lui même.
Lacan. Seminario 21



¿Qué es ser un psicoanalista? Pregunta que no pierde vigencia y que basada en una suerte de ética, todo psicoanalista intenta sostener.  De la cita que se muestra de Lacan, “el analista no se autoriza más que de él mismo” -y que en otros espacios se ha traducido erróneamente como “por sí mismo”, siendo ese “sí mismo” una correspondencia al yo y el devenir analista no es una asunción (decisión entonces) yoica; el deseo del analista no empata con “mi” deseo  de-ser analista, porque es una formación del inconsciente- , “y de algunos otros” aumenta Lacan, que quienes están interesados en la institución (una escuela) le dan un énfasis mayor, es decir, señalando que la sanción u autorización viene de un Otro. Y es un error leer así la fórmula lacaniana.

“El analista se autoriza por él mismo”, no hay más vuelta que dar.  Y “con algunos otros” quiere decir que el psicoanalista no está solo, remitiendo así al lazo social; el psicoanálisis es un discurso e implica el lazo social.  Está claro que hay que argumentar la autorización, pero no es en el argumento donde se asienta la autorización.  El psicoanalista es un acto y sucede en acto.  Por lo tanto es un absurdo decir si “fulano” es o no analista, pero se puede sospechar de la ética y claro, desconfiar de ese.  Es en cada intervención donde el psicoanalista se juega su autorización, puesto que no hay una teoría para ser analista, solo se es.  Motivo suficiente para afrontar las razones de su práctica, de su intervención y de su acto.

¿Qué pasa con el pase, el testimonio (con el fin de análisis)? ¿Por qué alguien querría hablar algo que sucedió entre él y su psicoanalista, hacer de algo privado, algo público? No se me ocurre otra idea que pensar en la posición de comodidad del ritual, disfrazada con la literatura que esto implica.  Hay psicoanalistas que se vuelven expertos en dar testimonios y basan su autorización en sus testimonios. 

Parece ser que el mayor obstáculo del psicoanálisis hoy no es la época, las neurociencias, el Reiki, la llamada diacronía del psicoanálisis, Freud o Lacan, sino los mismos psicoanalistas.  ¿Será que una escuela garantiza si uno u otra es psicoanalista? ¿Cuál es la garantía del que se autoriza por él mismo? No hay garantías ni en la una, ni en la otra.  Pero con el fin de reglar a los analistas, las escuelas entran en cierta lógica perversa o Estatal para el reconocimiento de otros analistas o si se quiere, están insertas en una lógica del campo de las mercancías y las leyes.

Hay psicoanalistas de escuela que una vez nombrados como tal, se quedan en ese tan mencionado escabel cómodamente y pasar años así, dejando la formación a un lado.  Así es como nacen los dogmas, las sectas, la introversión conceptual y el aislamiento teórico, causantes de la debilidad epistémica para hacerle frente a lo que se viene gestando hace décadas: las neurociencias. 

Es posible que haya un fenómeno de masas dentro de las escuelas, que tiene que ver con la esclerosis y burocratización del psicoanálisis, más que mantenerlo como un discurso vigente.  Es lo que se ha demostrado a través del tiempo con las instituciones, se burocratizan perversamente.  Por eso Lacan disolvió su escuela meses antes de morir.  Por tal motivo recomiendo que hay que hacer lo posible por mantener y recrear el discurso analítico, más allá de las tentativas trampas de autoridad y de semblantes que éste trae consigo y evitar ser una institución cerrada, y terminar como perro que muerde su propia cola.  No se puede producir, ni investigar, ni compartir con otros un saber desde los discursos de los ideales y de la autoridad, el de las creencias o el de las iglesias.

Cabe preguntar, ¿determina la escuela al psicoanalista, a su formación y a su intervención, asentado esto en el anquilosamiento teórico y apoltronamiento como autoridad en psicoanálisis versus un fin de análisis? La fórmula de fin de análisis es: aparece un psicoanalista y otro cae[1].  Hay analistas que no están dispuestos a caer del lugar del sujeto supuesto saber (SSS), haciendo resistencia del superyó[2].   El analista tiene que preguntarse por su lugar continuamente, si no, trabaja desde un discurso Amo.  El psicoanalista que no se deja caer, no es un psicoanalista, puesto que está haciendo resistencia al análisis; es lo que tanto advirtió Lacan[3].

Entonces, ¿cómo escapar de los charlatanes y las pantomimas mediáticas cuando “la garantía” del psicoanalista siempre está en entredicho? Es difícil. Del Seminario X tomo como referencia cuando Lacan dice que la experiencia analítica se transforma a través del tiempo y por la eficacia comprobada de su hacer, en el lecho de la mera autoridad.  

El analista se enfrenta siempre a un real en su formación, según Lacan: el psicoanalista no existe y no sabemos qué es uno.  Es cuando vemos los que se han autorizado desde el plano de las identificaciones, vistiendo, hablando y gesticulando como sus psicoanalistas.

"…Es indispensable que el analista sea al menos dos, el analista
para obtener efectos y el analista que teorice esos efectos…”[4]

Siguiendo esta cita de Lacan, se puede pensar al psicoanalista como dos momentos lógicos: el del acto y el de la teorización de los efectos; el primero que va solo y el segundo que incluye la práctica vía el lazo, un lazo de trabajo.  Si no existe el lazo, empobrece la clínica y muy probablemente, el discurso.  A esto le hace frente el imaginario de la pretensión, de-mostrarse el que “sabe psicoanálisis” y la autorización ideal de psicoanalista, que catapultan la formulación de preguntas; el efecto que se puede producir dentro de una escuela, es el mismo que se puede producir en soledad.

Como conclusión, ninguna institución garantiza al psicoanalista, sino una ética.  La formación del analista es opuesta al estatuto de información del psicoanálisis, que caduca rápido; es una máscara social de institución, de discurso Amo, de la moda o del adaptacionismo a la exigencia del mercado psi. El psicoanálisis exige lo más costoso de uno, en casos lo visceral, el conflicto, el bolsillo.  El resto es fetichismo, propaganda, aretes y joyas, narices respingadas y renegación.

Vamos desprendiéndonos del mito del analista experimentado e infalible, sino asumir de cómo un psicoanalista opera en torno a la falta de un saber, siendo este el punto álgido de la formación del analista.  Porque ¿Qué distingue al grupo de psicoanalistas de otros grupos de poder? Pues, nada; o quizá que saben mejor cómo cohesionarse más –transferencialmente hablando- en torno a un paradigma.


Carlos Silva Koppel



Bibliografía

·         Freud, S. (1925). Obras Completas. Inhibición, Síntoma y Angustia.
·         Lacan, J. (1954) El Seminario. Libro “El Yo en la teoría de Freud y en la técnica psiocanalítica”.
·         Lacan, J. (1963) El Seminario. Libro 10. “La Angustia”.
·         Lacan, J. (1969) El Seminario. Libro 16. “De un Otro al otro”.
·         Lacan, J. (1973) El Seminario. Libro 21. “Los incautos no yerran”.
·         Lacan, J. (1975) El Seminario. Libro 22. “RSI”
·         Lacan, J. (1977) “Apertura a la sección clínica”.





[1] Lacan, J. Seminario 16, Clase 4.
[2] De Inhibición, Síntoma y Angustia. S. Freud.
[3] Lacan, J. Seminario 2.
[4] Lacan, J. Seminario 22.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Teatro y psicoanálisis, los amigos


De un texto poderoso surge una comedia y mucho que decir a partir de ella, por supuesto.  Hay varias lecturas, pero me convoca un comentario cercano al psicoanálisis.  No tengo duda de que esta es una obra muy importante y que su aparición en nuestra localidad es oportuna, y ¿por qué no? Una oportunidad.  Lo digo sin reparo. 

He leído y escuchado el famoso “menos mal siempre hay un amigo que está peor que uno”, y será que después de pensarlo, ¿nos mejora un poco de eso de lo cual nos quejamos? Pero claro que sí y con poca elucubración. Es posible que los caminos de la amistad estén empedrados con el material halagüeño de las buenas intenciones.  También cabe preguntar si ¿podrían las amistades madurar?, y que duren o, ¿es posible salir del apodo infame para uno, pero “fraternal” para el amigo, para poder construir un propio nombre?, por ejemplo.  Pensemos entonces si la amistad paga un impuesto que a veces es imperceptible o que no se escapa de [pre]juicios que terminan en condenas fraternas.

La obra nos entrega un sinnúmero de recursos que no pueden ser posibles sin la dirección y las actuaciones magistrales que se muestran.  Y como ya sabemos, el drama del amigo/del otro (o en una obra), es el entretenimiento para nosotros.  Que los juegos que vemos en otros, son para ellos malentendidos del lenguaje que pueden terminar en el peor de los escenarios.  El hombre que piensa no se percata que primero habla (J. Lacan), y que en el decir habita el equívoco, como el equívoco en la casa del otro al escuchar.  Entonces ¿Dónde alojamos usualmente nuestras palabras? ¿En las amistades?

No hay más vigencia de lo cotidiano del sujeto, que lo que se presenta en esta obra.  Y esta obra en especial no escrita hace mucho, nos sugiere que escribir, hacer y sostener teatro hoy es tan valeroso, como hacer y sostener una práctica psicoanalítica. Que ambos cuestan el trabajo de bordear constantemente la praxis, en estos tiempos de híper velocidad, del relato corto, de gadgets, GIFS/memes, tv basura o psicofármacos, que juegan a ser la entrega total de respuestas a las preguntas de lo que implica ser sujeto (…) Sostener la práctica no para alcanzar el éxito o la perfección, sino para fracasar mejor, en escena o en la vida, respectivamente.  Hoy tanto el teatro, como el psicoanálisis, son vigentes y más que necesarios.




Carlos Silva Koppel

domingo, 6 de noviembre de 2016

Nota al sistema ojo de águila.



Solía ser un profesional, ahora soy un prestador de servicio.
Solía ejercer, ahora practico en un sistema multi jerárquico.
Solía tener clientes/alumnos/pacientes, ahora tengo una lista de usuarios.
Solía tomarme un tiempo para ejecutar el trabajo, ahora cumplo metas diarias.
Solía tener una práctica exitosa, ahora estoy repleto de papeles.
Solía tomarme el tiempo para escuchar/ver/detenerme, ahora debo utilizarlo para justificarme ante los evaluadores.
Solía tener sentimientos, ahora solo tengo funciones.
Solía hacer lo que me gusta, ahora no sé ni qué hago o soy.