viernes, 15 de diciembre de 2017

El envejecimiento como no lo vemos




Lo que le importa al mundo son los adultos y sanos, no los enfermos, ni los viejos o los muertos… como en La Metamorfosis de Kafka, son puestos en un lugar lejano y a veces oscuro, para no hablar de eso u olvidarlo. En nuestra sociedad, Occidental de hoy, solo importa el que produce algo: mercancía, dinero, datos estadísticos. Los viejos están infravalorados, no como era antiguamente.

La visión de quienes plantean que la ancianidad debe ser productiva es de tipo funcionalista. Sociólogos creen que la vejez puede ser considerada como una categoría social inferior, que está formada por individuos improductivos y que suponen una carga y dependencia para la estructura social. También es una visión funcionalista aquella de la vejez como una situación de dependencia social y podemos considerarla de apurada y como una falta de conocimiento de los aspectos más importantes con respecto a la población adulta mayor.

De esta manera coincido con las posturas que dicen que no solo hay un olvido como había dicho antes, sobre la vejez, el envejecimiento… lo viejos, sino que hay discriminación. Habrá que recordar para esto a Jung, cuando sostenía que solo a los 80 años de edad podía desarrollarse un nivel superior de pensamiento, un tercer piso; algo de lo que carecemos los adultos no mayores.

Me parece importante que de aquí tengamos que re-plantearnos, como ejercicio científicamente sano, lo que se viene dando o diciendo. Preguntarse si la vejez activa, como se conoce ese constructo, ¿tendría que ver con la población de viejos que sean productivos a la sociedad o que sean productivos para sí mismos?; en este último sentido pensando únicamente en su vida.

Mientras somos jóvenes y adultos, de 20 a 55 años, somos indolentes con respecto a estos temas que nos convocan, precisamente porque esa indolencia está asociada a la productividad que nos caracteriza como sujetos sociales.

¿Qué tan grave es que nos basemos en los datos estadísticos para los estudios de estos temas, si esos mismos datos son los que hacen daño a eso mismo que estamos estudiando o interviniendo? Digo esto en relación a los discursos Amo, por ejemplo, el de la medicina al dictar las probabilidades de vida en la atención de ancianos en el sistema de salud. No se da la atención de salud integral o adecuada que necesitan, basados en la evidencia de las probabilidades de vida que botan datos estadísticos. 

Tute (2017), recuperado de su cuenta de Twitter @Tutehumor

Me preocupa muy poco el Estado de bienestar cuando tengo enfrente a alguien que le ha dedicado su vida a sostener dicho Estado y que cuando le toca el momento de recibir la retribución, es considerado “la carga”, “el desocupado”, el “no activo”, “el viejo demente”. A la larga el Estado se las arregla para sostenerse siempre.

Las necesidades sociales son esas que son síntoma del mismo sistema y si es así, es porque algo del sistema no anda y más bien debemos de estar del lado de quienes lo necesitan, sin ser parte del mismo sistema que produce a los necesitados, con ojos críticos y dispuestos a revelarnos con inteligencia.





Carlos Silva Koppel

martes, 12 de diciembre de 2017

La pareja que hemos elegido


En este apartado he escrito algunos puntos que pueden indicar que la relación en pareja es abusiva, tóxica, traumática, injusta, irracional o violenta.  Pues si estas viñetas tienen algo que ver con usted, puede pensar algo al respecto.  La postura que he utilizado para señalarlos, es desde un humanismo básico que tiene que ver con el respeto y consideración al otro, sobre sus derechos, cuerpo, vida y relación con sus semejantes.

-Le impide ver a sus familiares, amigos, vecinos.

-Le quita el dinero que usted gana o le pide prestado y no le devuelve.

-No le escucha o lo que usted dice no tiene o le representa mayor importancia a él/ella.  Su opinión le vale muy poco.

-Le insulta o amenaza constantemente.

-Le impide que estudie, trabaje o cumpla con sus compromisos sociales.

-No tiene en cuenta su deseo, motivaciones, necesidades.

-Usted le teme.

-Su pareja no respeta su espacio, sus objetos personales, sus recuerdos materiales, su privacidad del teléfono móvil, redes sociales; le pide las claves de sus cuentas para hurgar en ellas.

-Le dice que usted coquetea constantemente con otras personas y eso es motivo de amenazas o insultos.

-Se enoja sin razón alguna.

-Al enojarse, ella/él le empuja o le agrede; rompe, golpea cosas a su alrededor.

-Le dice que sin él/ella no puede hacer nada.

-Le dice que todo lo que hace está mal, le acusa de torpe.

-Cuando se enoja se desquita con las cosas que usted aprecia, incluso su mascota.

-Le hace sentir culpable porque no le da la atención que se merece o no le entiende.

-Se enfada si no cumple con las condiciones que él/ella ha puesto en la relación.

-Le tiene controlado sus horarios y fuera de ellos no puede hacer nada que no esté en conocimiento de él/ella.

-Le reprocha lo que le ha dado.

-Se burla de su idiosincrasia y sus creencias, las desacredita, además de no darle argumentos.

-Su trabajo o profesión no es valorado por su pareja, es más, es motivo de descrédito y burla.

-Le hace sentirse responsable de tareas que a usted no le competen realizar.

-Le denigra/desautoriza/burla delante de sus hijos.


Estos puntos bien forman parte de una sociología de la pareja de la vida contemporánea, que son parte del idilio que se vive en relación y que al mismo tiempo vuelve difícil identificar cuándo sobrepasa el conflicto de pareja llamado “normal” por los sociólogos y se convierte en una verdadera fuente de toxicidad y peligro.

Por eso es más o menos importante tener identificados los indicadores que nos hablen del maltrato, no para ser optimistas y esperar una transformación radical, que sería lo ideal, pero sí al menos para tener en cuenta y pensar la situación.  

Tengamos presente la distinción entre conflicto y violencia: el primero indica un reconocimiento de las partes sobre un problema existente y la violencia implica una supresión o aniquilamiento del otro, simbólica o físicamente.


Carlos Silva Koppel

lunes, 11 de diciembre de 2017

¿Noci-vidad o Na-vidad?*



Hace unos días atrás la Radio de la Universidad Católica de Guayaquil, tuvo el gentil gesto de invitarme para hablar sobre la interrogante de ¿por qué en diciembre aumentan los intentos de suicidio y la denominada depresión?, en relación a la noticia de la joven mujer que saltó de un paso peatonal. Tuvimos una plática que se quedó corta debido a que sobre esta tela se corta muy poco, pero coincidimos en que era importante decir algo al respecto. 

Pareciera que llegamos al último mes del año extenuados o exprimidos. El remate de volea se da cuando en diciembre se demanda desde la sociedad un poco más del sujeto que en los meses anteriores: como imperativo se demanda de éste que dé, que esté en paz, que sea feliz, que consuma más y comprometidamente, armonía, ¡amor! etc., lo que a veces no hay para dar.

Diciembre en su obligatoriedad de ser un mes de amor y vida, quizá produzca lo contrario. Pensemos si durante el año hay tiempo para el amor en los intersticios del trabajo insaciable, de las deudas, la coyuntura política-económica, malas noticias, desempleo, esto con respecto a lo sociológico más allá del dato estadístico que no podemos dejar de mirar; y en la otra parte está lo subjetivo. 

Cierto es que estamos en un medio perverso que seduce al sujeto a ponerse solo la soga al cuello: es emprendedor, busca el éxito, es su propio jefe/explotador, se cree inagotable; es lo que Sigmund Freud llamó El malestar en la cultura. 

Se ha dicho entre los psicoanalistas que llevar a cabo un suicidio es el único acto genuino y transgresor, sin embargo, habríamos de agregar que la felicidad también es un acto logrado y subversivo. ¿Pero es íntimo o público? Publicar la felicidad en redes sociales para satisfacer la demanda de otros, no solo que habla de la carencia de esta felicidad, sino que se somete al escrutinio y desaliento de los demás.

¿Quién es responsable de que alguien cometa el acto suicida? Es una pregunta harto difícil de responder, hay una decisión en quien lo hace, pero no podemos descartar que las coyunturas, las bajas económicas, la ilegalidad de las drogas y su persecución, una sociedad altamente meritocrática-competitiva-excluyente, moralista, demandante, el desempleo, la corrupción, la felicidad que aparentan unos, no sean alicientes para tomar una decisión como esta. El Estado dice y hace muy poco sobre estos casos, pero lo mínimo que puede hacer es cumplir con su trabajo: combatir la corrupción, las desigualdades sociales, delincuencia, ser menos torpe, etc.

Si alguien estuviera decido en acabar con su vida, un intento de asistir donde alguien que pueda escucharle libre de prejuicios la queja de lo que le acontece, no sería una pérdida de tiempo. Como alivio queda decir que no hay que tomarse tan a pecho estas fechas, ni el bombardeo mercantil, ni las fiestas o compromisos. Solo los seres queridos y uno mismo, quienes somos los que importamos todo el año.


Carlos Silva Koppel







*Amablemente este comentario fue publicado en diario El Universo, con una pequeña edición el martes 12 de diciembre de 2017