Hace unos días atrás la Radio de la Universidad Católica de Guayaquil, tuvo el gentil gesto de invitarme para hablar sobre la interrogante de ¿por qué en diciembre aumentan los intentos de suicidio y la denominada depresión?, en relación a la noticia de la joven mujer que saltó de un paso peatonal. Tuvimos una plática que se quedó corta debido a que sobre esta tela se corta muy poco, pero coincidimos en que era importante decir algo al respecto.
Pareciera que llegamos al último mes del año extenuados o exprimidos. El remate de volea se da cuando en diciembre se demanda desde la sociedad un poco más del sujeto que en los meses anteriores: como imperativo se demanda de éste que dé, que esté en paz, que sea feliz, que consuma más y comprometidamente, armonía, ¡amor! etc., lo que a veces no hay para dar.
Diciembre en su obligatoriedad de ser un mes de amor y vida, quizá produzca lo contrario. Pensemos si durante el año hay tiempo para el amor en los intersticios del trabajo insaciable, de las deudas, la coyuntura política-económica, malas noticias, desempleo, esto con respecto a lo sociológico más allá del dato estadístico que no podemos dejar de mirar; y en la otra parte está lo subjetivo.
Cierto es que estamos en un medio perverso que seduce al sujeto a ponerse solo la soga al cuello: es emprendedor, busca el éxito, es su propio jefe/explotador, se cree inagotable; es lo que Sigmund Freud llamó El malestar en la cultura.
Se ha dicho entre los psicoanalistas que llevar a cabo un suicidio es el único acto genuino y transgresor, sin embargo, habríamos de agregar que la felicidad también es un acto logrado y subversivo. ¿Pero es íntimo o público? Publicar la felicidad en redes sociales para satisfacer la demanda de otros, no solo que habla de la carencia de esta felicidad, sino que se somete al escrutinio y desaliento de los demás.
¿Quién es responsable de que alguien cometa el acto suicida? Es una pregunta harto difícil de responder, hay una decisión en quien lo hace, pero no podemos descartar que las coyunturas, las bajas económicas, la ilegalidad de las drogas y su persecución, una sociedad altamente meritocrática-competitiva-excluyente, moralista, demandante, el desempleo, la corrupción, la felicidad que aparentan unos, no sean alicientes para tomar una decisión como esta. El Estado dice y hace muy poco sobre estos casos, pero lo mínimo que puede hacer es cumplir con su trabajo: combatir la corrupción, las desigualdades sociales, delincuencia, ser menos torpe, etc.
Si alguien estuviera decido en acabar con su vida, un intento de asistir donde alguien que pueda escucharle libre de prejuicios la queja de lo que le acontece, no sería una pérdida de tiempo. Como alivio queda decir que no hay que tomarse tan a pecho estas fechas, ni el bombardeo mercantil, ni las fiestas o compromisos. Solo los seres queridos y uno mismo, quienes somos los que importamos todo el año.
Carlos Silva Koppel
*Amablemente este comentario fue publicado en diario El Universo, con una pequeña edición el martes 12 de diciembre de 2017
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