La conmoción por lo que ha sucedido en los
recientes días, no es ajena para los ecuatorianos. No porque seamos enteramente sensibles, sino
porque este tipo de traumas es nuevo para nosotros. Hay que lamentar profundamente la pérdida de
las vidas de los inocentes compatriotas y a estar preparados para lo que se
viene.
Las respuestas a estos incidentes deben ser
claras y concisas: no olvidar las vidas que fueron arrebatadas, para así tomar
decisiones radicales en el marco de la ley e impedir que vuelva a suceder;
establecer las causas, ya que los secuestros y los anuncios de los grupos
narcoguerrilleros son solo efectos y no esperemos aplacarlos. En el establecimiento de las causas
(políticas), se pueden encontrar vías, incluso pacíficas, siendo hoy la paz lo
más radical en este mundo de conflicto.
Habría que delimitar al enemigo, no para
acabarlo, porque eso deviene en belicismo, sino para establecer las condiciones
políticas para subsistir con éste.
Delimitarlo quiere decir incluso, conceptualizarlo, definirlo. Quienes conocen los conflictos en frontera
saben que es un enemigo difuso, al que se pretende atacar sin saber siquiera
dónde ubicarlo.
Hay que tener en cuenta la existencia de un
grupo de personas que, desde hace mucho tiempo atrás, se dedicó a secuestrar y
conseguir a cambio concesiones políticas o sumas de dinero. Y estos, los
secuestradores, grupos insurgentes, guerrilleros, etc., son completamente
racionales en cuanto lo que desean, establecer negociaciones y precautelar sus
intereses. Cuentan con planes de
contingencia ante imprevistos o faltas en las negociaciones, lo hemos visto ya.
Los secuestros persistirán mientras sean
rentables para los secuestradores y mientras sean posibles realizarlos. Es por eso que la toma de medidas de
prevención anti secuestro de parte de la sociedad y Estado se vuelve una
prioridad. Si los secuestros no son
frustrados, entonces hay que ceder ante las peticiones. No es garantía la no negociación para
frustrar el beneficio que se quiere conseguir con el secuestro, aquello
conlleva a desenlaces desgraciados y otros secuestros igualmente se van a
producir.
También mencionemos que el gasto de
recursos destinado “para el embate” a los secuestradores, bien puede servir
para precautelar la seguridad de nuestros ciudadanos frente a esta nueva
amenaza para nosotros. Pero, dicho sea
de paso, cómo puede ser posible aquello si difícilmente hemos podido ganar la
batalla a la criminalidad interna.
Estamos ante la paradoja de la inclemente
no negociación con los terroristas que en teoría desmotivarían futuros
secuestros, pero devendrían en desenlaces penosos de asesinato y que igualmente
derivarían en nuevos secuestros ante la evidencia de lo que son capaces. La solución emergente: a través de políticas,
la negociación debe afectar o reducir los beneficios que los secuestradores han
calculado de manera racional, convirtiendo su acto atroz en uno poco rentable. Una política por ejemplo que establezca que las
vidas de las personas no son negociables. Y bajo ese nuevo marco legal, a ver
qué pasa.
Carlos Silva Koppel
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