Inicialmente el presente texto se titulaba
“¿Cómo trabaja un psicoanalista?” y he decidido cambiar las acciones de
“trabajar”, por “operar”. Esta segunda
opción conociendo nuestra labor similar a la del cirujano, no solo por el corte
que demanda precisión o la sutura en las palabras, también porque requiere
mucha preparación y seriedad, además de no ser ni menos ni más que la profesión
médica, sino igual de compleja. Aunque
sabemos que la preparación del psicoanalista es una cosa extra académica, algo
empujado solo por el deseo. De “operar”, por ser algo semejante a las
operaciones matemáticas.
Aunque en la práctica
psicoanalítica trabajar, operar y funcionar, pudieran tener alguna sinonimia,
la decisión de hacer dicho cambio fue por no causar confusión entre el público
que pudiera conocer una sola acepción de trabajo, la marxista por ejemplo, y no
una que vendría dada desde la física.
Funcionar, en su defecto, consistiría en verbalizar, quisiera decir,
“poner en verbo” el sustantivo “función” que es desde las matemáticas la
relación entre dos. Esto parte de una
pregunta mía constante, a saber, ¿cómo mismo hace un psicoanalista en su
consultorio? Se habla de un saber-hacer y sin pensar, del “acto analítico” como
un espadazo, del habla y la escucha “de inconsciente a inconsciente”
–respectivamente–, de una suerte de mayéutica, etc.
El psicoanálisis que el francés Jacques Lacan
deja como tarea puede ser apasionante para sus practicantes, dependiendo cómo se
aprehenda desde cada uno. De ese modo, siempre
será una pregunta sobre cómo se asume la ética en psicoanálisis, de lo que
colegas psicoanalistas sostendrán que se llega a cocer pasando por el propio
psicoanálisis. Eso encierra muchas preguntas, está claro.
Se lograron diversas
formas de sostener el psicoanálisis lacaniano y una de ellas encanta, ceñido de
la propuesta de la filóloga Barbara Cassin,
que plantea la similitud entre el sofista griego y Lacan… por ende un
psicoanalista lacaniano. Lo dice
claramente: Lacan (y además Freud) es sofista de entrada, con la salvedad de que
Lacan lo es muchísimo más que Freud (p.92), dice Cassin. Sin embargo, nada más
ajeno que lo que se sostiene en la enseñanza profusa del francés, que no deja
de ser meticulosamente técnica, con definiciones establecidas y herramientas
que hacen posible un psicoanálisis.
Para operar como psicoanalista, dentro del
dispositivo analítico se necesitará de manera inexorable de algo de dónde
sostener o guiar el análisis del paciente.
Una teoría, una “caja de herramientas”, como suelen decir. Pero como requisito fundamental establezcamos
que ninguna teoría o técnica debería ser aceptada religiosa o
“chamanísticamente”; ya por ahí, vamos asentando al menos una base ética. Es decir, incluso, sin la religiosidad que el
espíritu de cuerpo que un grupo pudiese contagiar. No es de conformarse, porque no hay espacio
ni tiempo para asumir al psicoanálisis –de Lacan– como algo ya sabido o ignorar
que no se sabe mediante una postura religiosa de la fe que dice: “no veo (y no
sé), pero creo”. Asumir el psicoanálisis
como religión puede ser lo que miente. Pero
lo que no va a mentir será el matema, la lógica y el grafo de Lacan, donde allí
está inserto el decir del sujeto… el inconsciente estructurado como un
lenguaje.
La ética del
psicoanálisis entonces estará ahí: en no repetir religiosamente lo que dicen
los otros psicoanalistas que han recibido al psicoanálisis como herencia
familiar, por consanguinidad, por asociación y compatibilidad u otras
categorías excluyentes que no tienen nada que ver con el estudio de la teoría y
del planteamiento de la novedad contra-la-tradición, tal como hicieran Freud o
Lacan.
De la misma manera el
psicoanalista sabe que en el dispositivo analítico, lo que estaría contando el
paciente se trataría de enunciados que les pertenecen realmente, por tradición,
a otros: a lo “que se dice”, a la cultura, a lo que se enseña en las escuelitas. Al menos así es cómo podemos asumirlo: eso
que dice el paciente estaríamos dispuestos a interrogarlo porque envuelve un
enigma, y ese es que lo que hay detrás es lo que se desconoce. Lo enigmático es eso y para nada lo referente
a lo “místico”, al misterio o lo tenebroso.
Y fuera de la lógica con el paciente, también y ¿por qué no?, lo podemos
aplicar a lo que dicen otros analistas con respecto a la teoría… por lo tanto, lo
planteado aquí tendría que ser igualmente interrogado por quien sepa leer: esto
es para mí una ética del psicoanálisis.
Lo que cuenta el
sujeto dentro del consultorio, esa ilación, es un enunciado del cual el sujeto
mismo debe ubicarse a su respecto mediante la intervención del
psicoanalista. No hay que confundirse
demasiado. Quiere decir que el sujeto se
va a ubicar con respecto a ese discurso que da, puesto que de por sí ya forma
parte y no se trataría bajo ningún concepto que el sujeto se va a ubicar con
respecto el acontecimiento. No es entonces
la famosa pregunta: “¿y tú qué tienes que ver con aquello que te sucede?”. Allí no se encuentra, ni se busca, la
ubicación discursiva del sujeto, porque es en relación a lo que enuncia, no a lo
que le aconteció como hecho “fáctico”, de la “realidad objetiva”, etc. Lo que el sujeto vaya a decir más allá de lo
que ya ha dicho –es decir lo novedoso, lo que da otro sentido– será lo que va a
separarlo de la tradición de sus decires.
Esto se da luego que
el sujeto habiendo dado por sentado que lo que tenía como certeza, un discurso
monolítico, tome otro estatuto por medio de la regla fundamental del
psicoanálisis… la asociación libre.
La asociación libre es una herramienta que
requerirá de otros presupuestos accesorios para no caer, por ejemplo, en que
sea un método para corregir lo que “moralmente no diga bien el sujeto”. Frente a la asociación libre el psicoanalista no presenta la corrección, ni
otorga culpa alguna al sujeto sobre lo que narra, sino que allí entra la
interrogación para dar lugar a otra significación sobre lo que está contando el
sujeto, ya que lo preciso es el interrogar lo cual agujerea el relato dando
salida a lo que se denomina inconsciente, a lo no sabido, a otras
palabras que no dejan de estar inscritas en un discurso Otro y eso es lo que
también se llama “deseo”; presto también para la mala interpretación para los
practicantes del psicoanálisis. El deseo no es nada más ni nada menos en
dónde se ubica el sujeto en relación a lo que narra.
Es
desde aquí que ya podemos formular la pregunta ¿qué quiere un sujeto de un
psicoanalista? Que pueda ayudarle a hacer algo que no puede hacerlo por sí
solo, a ubicarse en relación con lo que se cuenta; a ubicar su deseo.
Carlos
Silva Koppel
@filosofocar
carlos.silva.koppel@outlook.com