lunes, 14 de diciembre de 2020

Femicidio, ¿un desastre evitable?


Una erupción krakatoana es una erupción volcánica de índole cataclísmica. En la clasificación de erupciones volcánicas le antecede la erupción peleana, cuyo nombre pertenece al monte Pelée, de las Antillas, justamente por su erupción de 1902 en Martinica que alcanzó 28 mil víctimas.

          Por otra parte, una víctima es todo individuo, incluso cualquier ser vivo, que ha sido afectado por algún suceso determinado del cual no ha tenido nada que ver para recibir aquél daño.

          Muy parecido a la fuerza de la naturaleza, por su explosividad y flujos tóxicos, está lo que se ha determinado una causa importante de mortalidad en las mujeres: el machismo. Lo que muchas veces he calificado más bien como imbecilidad, por no darse cuenta del mal que se puede infringir haciendo uso del lenguaje y la acción. Habrá que descartar, obviamente, que quien mate a una mujer no sea un vil psicópata o delincuente, alguien mal de la cabeza para no reducirlo a la cuestión de un simple imbécil. Pero estamos de acuerdo, sí, que es una forma de salvajismo.

       Siguiendo la idea de los volcanes, Estrómboli, es una isla italiana que pertenece a las Islas Eolias situada en el mar Tirreno. Se podría decir que es un poco primitiva, que la civilización “no ha llegado allá”, ya que sus habitantes andan descalzos y la luz eléctrica es inexistente. Su forma de vida es a través del turismo de élite, y de riesgo, porque la isla es un volcán activo y muy peligroso, que lleva el mismo nombre. Sin embargo, pensando en sus condiciones austeras de vida, estos habitantes no llegan a relacionarse primitivamente, más bien todo lo contrario.

     Me pregunto por la forma de relacionarnos los hombres con las mujeres, en Latinoamérica, en Ecuador precisamente. Los casos de violencia machista que se mediatizan, aunque son graves y fenómenos que ya no deberían suceder, dejan en el olvido los casos diarios de violencia y muerte que sucede ahí, donde la civilización no ha llegado. Donde “Occidente”, no ha llegado. Desde tener varias mujeres dedicadas al rol precolombino de la mujer, hasta en el ábmito profesional.

          La solución, duro que se diga, será civilizar. Porque ese tipo de verdadero desastre de la condición humana, porque no es natural, sí se puede ver venir.

 


viernes, 23 de octubre de 2020

¿Cómo opera un psicoanalista? Y sobre la ética del mismo



        Inicialmente el presente texto se titulaba “¿Cómo trabaja un psicoanalista?” y he decidido cambiar las acciones de “trabajar”, por “operar”.  Esta segunda opción conociendo nuestra labor similar a la del cirujano, no solo por el corte que demanda precisión o la sutura en las palabras, también porque requiere mucha preparación y seriedad, además de no ser ni menos ni más que la profesión médica, sino igual de compleja.  Aunque sabemos que la preparación del psicoanalista es una cosa extra académica, algo empujado solo por el deseo.  De “operar”, por ser algo semejante a las operaciones matemáticas.

Aunque en la práctica psicoanalítica trabajar, operar y funcionar, pudieran tener alguna sinonimia, la decisión de hacer dicho cambio fue por no causar confusión entre el público que pudiera conocer una sola acepción de trabajo, la marxista por ejemplo, y no una que vendría dada desde la física.  Funcionar, en su defecto, consistiría en verbalizar, quisiera decir, “poner en verbo” el sustantivo “función” que es desde las matemáticas la relación entre dos.  Esto parte de una pregunta mía constante, a saber, ¿cómo mismo hace un psicoanalista en su consultorio? Se habla de un saber-hacer y sin pensar, del “acto analítico” como un espadazo, del habla y la escucha “de inconsciente a inconsciente” –respectivamente–, de una suerte de mayéutica, etc.

          El psicoanálisis que el francés Jacques Lacan deja como tarea puede ser apasionante para sus practicantes, dependiendo cómo se aprehenda desde cada uno.  De ese modo, siempre será una pregunta sobre cómo se asume la ética en psicoanálisis, de lo que colegas psicoanalistas sostendrán que se llega a cocer pasando por el propio psicoanálisis. Eso encierra muchas preguntas, está claro.

Se lograron diversas formas de sostener el psicoanálisis lacaniano y una de ellas encanta, ceñido de la propuesta de la filóloga Barbara Cassin[1], que plantea la similitud entre el sofista griego y Lacan… por ende un psicoanalista lacaniano.  Lo dice claramente: Lacan (y además Freud) es sofista de entrada, con la salvedad de que Lacan lo es muchísimo más que Freud (p.92), dice Cassin. Sin embargo, nada más ajeno que lo que se sostiene en la enseñanza profusa del francés, que no deja de ser meticulosamente técnica, con definiciones establecidas y herramientas que hacen posible un psicoanálisis.

Para operar como psicoanalista, dentro del dispositivo analítico se necesitará de manera inexorable de algo de dónde sostener o guiar el análisis del paciente.  Una teoría, una “caja de herramientas”, como suelen decir.  Pero como requisito fundamental establezcamos que ninguna teoría o técnica debería ser aceptada religiosa o “chamanísticamente”; ya por ahí, vamos asentando al menos una base ética.  Es decir, incluso, sin la religiosidad que el espíritu de cuerpo que un grupo pudiese contagiar.  No es de conformarse, porque no hay espacio ni tiempo para asumir al psicoanálisis –de Lacan– como algo ya sabido o ignorar que no se sabe mediante una postura religiosa de la fe que dice: “no veo (y no sé), pero creo”.  Asumir el psicoanálisis como religión puede ser lo que miente.  Pero lo que no va a mentir será el matema, la lógica y el grafo de Lacan, donde allí está inserto el decir del sujeto… el inconsciente estructurado como un lenguaje.

La ética del psicoanálisis entonces estará ahí: en no repetir religiosamente lo que dicen los otros psicoanalistas que han recibido al psicoanálisis como herencia familiar, por consanguinidad, por asociación y compatibilidad u otras categorías excluyentes que no tienen nada que ver con el estudio de la teoría y del planteamiento de la novedad contra-la-tradición, tal como hicieran Freud o Lacan.

De la misma manera el psicoanalista sabe que en el dispositivo analítico, lo que estaría contando el paciente se trataría de enunciados que les pertenecen realmente, por tradición, a otros: a lo “que se dice”, a la cultura, a lo que se enseña en las escuelitas.  Al menos así es cómo podemos asumirlo: eso que dice el paciente estaríamos dispuestos a interrogarlo porque envuelve un enigma, y ese es que lo que hay detrás es lo que se desconoce.  Lo enigmático es eso y para nada lo referente a lo “místico”, al misterio o lo tenebroso.  Y fuera de la lógica con el paciente, también y ¿por qué no?, lo podemos aplicar a lo que dicen otros analistas con respecto a la teoría… por lo tanto, lo planteado aquí tendría que ser igualmente interrogado por quien sepa leer: esto es para mí una ética del psicoanálisis.

Lo que cuenta el sujeto dentro del consultorio, esa ilación, es un enunciado del cual el sujeto mismo debe ubicarse a su respecto mediante la intervención del psicoanalista.  No hay que confundirse demasiado.  Quiere decir que el sujeto se va a ubicar con respecto a ese discurso que da, puesto que de por sí ya forma parte y no se trataría bajo ningún concepto que el sujeto se va a ubicar con respecto el acontecimiento.  No es entonces la famosa pregunta: “¿y tú qué tienes que ver con aquello que te sucede?”.  Allí no se encuentra, ni se busca, la ubicación discursiva del sujeto, porque es en relación a lo que enuncia, no a lo que le aconteció como hecho “fáctico”, de la “realidad objetiva”, etc.  Lo que el sujeto vaya a decir más allá de lo que ya ha dicho –es decir lo novedoso, lo que da otro sentido– será lo que va a separarlo de la tradición de sus decires.

Esto se da luego que el sujeto habiendo dado por sentado que lo que tenía como certeza, un discurso monolítico, tome otro estatuto por medio de la regla fundamental del psicoanálisis… la asociación libre.

La asociación libre es una herramienta que requerirá de otros presupuestos accesorios para no caer, por ejemplo, en que sea un método para corregir lo que “moralmente no diga bien el sujeto”.  Frente a la asociación libre el psicoanalista no presenta la corrección, ni otorga culpa alguna al sujeto sobre lo que narra, sino que allí entra la interrogación para dar lugar a otra significación sobre lo que está contando el sujeto, ya que lo preciso es el interrogar lo cual agujerea el relato dando salida a lo que se denomina inconsciente, a lo no sabido, a otras palabras que no dejan de estar inscritas en un discurso Otro y eso es lo que también se llama “deseo”; presto también para la mala interpretación para los practicantes del psicoanálisis.  El deseo no es nada más ni nada menos en dónde se ubica el sujeto en relación a lo que narra.

      Es desde aquí que ya podemos formular la pregunta ¿qué quiere un sujeto de un psicoanalista? Que pueda ayudarle a hacer algo que no puede hacerlo por sí solo, a ubicarse en relación con lo que se cuenta; a ubicar su deseo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

         Carlos Silva Koppel

         @filosofocar

         carlos.silva.koppel@outlook.com



[1] Cassin, B. (2013). Jacques el sofista: Lacan, logos y psicoanálisis. Buenos Aires: Manantial.

sábado, 2 de mayo de 2020

Freud: “yo no quiero ser salvado”



Supondría, es lo que diría el creador del psicoanálisis a sus detractores y críticos.  No hay que sacar mucho pecho al ser un crítico acérrimo de Freud, digo, no hay mucho mérito allí.  Menos hoy en tiempos de Netflix y posverdad, donde cualquiera puede ser presa del diluvio universal del dios de la opinión o ser protagonista de una serie muy mala.  Tampoco en defenderlo y seguirle religiosamente; como, por ejemplo, se ha concebido al psicoanálisis usualmente… en una religión, a Freud en su mesías y su obra, la Biblia.  No es nada nuevo lo que se dice aquí, ya lo han dicho otros.

Las similitudes bíblicas que se han hecho con el psicoanálisis y su «padre» son interesantes.  En este caso será con la muerte de Esteban, pasaje bíblico de Hechos 7: 54-60.  A Esteban, que en los Bosquejos para Sermones «Esteban, el mensajero martirizado», se dice que los hombres siempre son hombres y tienen tendencia a la equivocación.  Acá empleado para quien crea o agrupa una teoría o para los que tiran piedras, ambos sujetos de equivocación.  En los Bosquejos se propone que «Esteban» en griego es «marturion» y que desde allí surge la palabra «mártir» para todos los idiomas.  ¿Me siguen la idea? Con las piedras están haciendo de Freud un mártir y así mismo él podría exclamar “no saben lo que hacen”, pero sin decirle a nadie “perdónalos”.

         Los psicoanalistas estamos advertidos de una u otra manera, es decir, por la vía del análisis propio, como por la revisión de los textos, de ser menos ingenuos y darnos cuenta –si es que en algún momento incluso en el análisis se habría llevado la inquietud personal del malestar que se podría tener con Freud, que no se resuelva al fin y al cabo, desde la misma teoría– que Sigmund Freud no sería un autor tan improvisado incluso en sus últimos años, como para no fijarse de la dificultad que conllevaría replantear o hacer hincapié con nuevas reediciones sobre lo que escribió erradamente desde su inicio y hasta el final. Él sabía lo que hizo mal y se lo dejó a otros arreglarlo.

Había otras cosas sobre qué seguir escribiendo y dando más cabida a la ciencia nueva del psicoanálisis; eran épocas tensas, de depresiones económicas, de cambios científicos, guerras, etc. La labor para reformular sus ideas la dejó para los estudiosos venideros.  Jacques Lacan lo pudo notar y supo ir más allá del padre a condición de servirse de él[1], no matándolo ni mucho menos ahogándolo en el olvido.  Es decir, Lacan lo logró con instrumentos más sofisticados que las piedras.

¿Que si habría que criticar a Freud? Efectivamente.  Cualquiera que crea que deba iniciarse en este recorrido del psicoanálisis tendría la obligación de hacerlo, y sabemos, no en el sentido personal, más bien lo que nos importa está en función de la práctica psicoanalítica: su teoría y praxis, en la medida de aquella vara, incluso, epistemológica.  Su teoría es lo que hay, pero desde ahí no se le puede encontrar malicia… como si se le hubiese conocido en persona.

En este ejercicio, con la tirria o la manía no nos acercamos más que a sesgos peligrosos y este sería: descartar por completo a todo Freud, no leerle y convertirse en un simple rebuscador de citas: lo que se hace en Google, pero en los pdf’s.  El tiempo de entender se suplantó por el acto apurado de tener las respuestas, de creer que se las tiene.  Pero un Wikipedia no puede cumplir como psicoanalista.  Las citas, las palabritas, dónde se dijo esto y cuántas veces se dijo aquello, trae problemas de contexto, de discusión, de comprensión y de los usos, convenientes según lo que se quiera explicitar en un momento determinado.

¿Será de proponer que nos formemos como un psicoanalista culto –de la cultura– para prevenir al analista lego de Google? Esto tiene que ver con las herramientas de trabajo con nada más, en relación con lo que pueda escuchar dentro del consultorio, aunque fuera de éste los pacientes también se expresan… con el analista, quiero decir.

Considero buena idea seguir a Lacan y hacer como él con respecto a cultivar-se, porque en esta labor la ignorancia pasa de ser atrevida a ser peligrosa, más cuando se confía en que la propia lógica es infalible deviniendo en ridícula.  No siempre el consultorio, o la vídeollamada, es un búnker aislado del mundo.  Retomando, ¿sin Freud, Lacan es insuficiente? ¿Sin Lacan, Freud está obsoleto?


Freud en el baúl de los no leídos

         No dudo que habrá un sinnúmero de viejos autores importantes olvidados y suplantados por la campaña del “¡todo para ahora mismo!” de la época o de los problemas que nos convocan urgentemente.  Ignorancia y apuro no respetan los tiempos propios, ni los recorridos ajenos, que van cargados de observaciones personales del tan criticado valor de la experiencia.  Pero se critica la experiencia muchas veces cayendo en la tentación discursiva de: la tengo suficiente como para criticarla.


Concluyo…

No habría psicoanalista bueno, malo o excelentísimo… solamente hay psicoanalista en la medida que aparezca y perdure un analizante ¿Cómo se mediría que haya psicoanalista? ¿Por su afluencia de pacientes? ¿Por el número de libros publicados? ¿Por su salida mediática en los diarios? ¿Porque dice las cosas que todos o nadie quiere escuchar? ¿Porque escribe en lacanés en las redes sociales?

Al final del día, seguimos escuchando en los pacientes su influencia freudiana, su interés y amor por Freud, y el psicoanalista crítico escuchará a ¿regañadientes? Pero a otros analistas, aún freudianos, les hacemos las mimas preguntas, que a los críticos acérrimos de Freud: ¿sus pacientes regresan? ¿se curan? ¿hay análisis? Y pues, en los efectos lo veremos… aunque una mala praxis también produzca efectos.


Carlos Silva Koppel
Twitter/Instagram: @filosofocar
carlos.silva.koppel@outlook.com
        


[1] Lacan, Seminario XXIII.

viernes, 3 de abril de 2020

Psicoanálisis en la cuarentena: si es gratuito, es inconsistente



   En torno al COVID-19 brota viral/virtualmente el siguiente movimiento: colegas, entre estos, psicoanalistas, ofreciendo atención gratuita hasta que pase la cuarentena, por supuesto, por vídeollamada. Producto también de una suerte de interpretación apresurada del fenómeno por parte de los gremios y colegas, creo, se derivan los siguientes problemas:

   -Pensar la atención por videollamada como algo del lado únicamente de la contingencia. Como un recurso, ¿menor? ¿solo para emergencias?
   - Da cuenta de la concepción de los psicoanalistas sobre la teoría: cuerpo, presencia, transferencia, etc. 
   - No cobrar por ello, puede ser una decisión de cada analista, pero ubicarlo como una posición institucional/gremial/¿ejemplar?/¿políticamente correcta?/¿solidaria?, considero que nos presenta otro problema mayor: creer que ahí no hay posibilidad de psicoanálisis; socialmente hablando, el idilio del cobro con la gratuidad, ¡cobra! una consideración social acerca de la misma práctica psicoanalítica.
   - No es una postura coherente con el dispositivo del psicoanálisis, porque la gratuidad paga también un precio en la neurosis del paciente.

   Planteo estas cuestiones que van más allá de las sesiones individuales y es una postura que se hace extensiva incluso institucionalmente.

   Partiendo de que se trata de lecturas rápidas, apuradas, ¿desesperadas? (en el lecho de "tener que hacer algo mientras no se atienden pacientes "presencial" y ¿no quedar en el olvido en el campo de la atención salubrista?), no se está tomando la variable de un cambio en función de lo imaginario y el orden simbólico; en que, no sabemos pues, si la coyuntura es permanente o a qué condiciones políticas nos deberemos de ajustar en los meses venideros, siguiendo si se quiere la posición paranoide de Agamben en la incipiente Italia de la cuarentena: un totalitarismo de la salud que destina al confinamiento alargado y de restricciones a la movilidad física. Y, por cuánto tiempo podrán aguantar los psicoanalistas y demás haciendo cristiana caridad y, ejerciendo qué (pensando acerca de su ética). 

Carlos Silva Koppel