domingo, 18 de diciembre de 2011

El Taxi y el Diván


Los encuentros casuales que existen
entre las personas, podrían llevarnos a pensar en el momento de aquél encuentro y también en el lugar que ocuparía una persona frente a la otra. Se puede decir que corresponderían a las relaciones de poder que existen entre ellas o por lo menos, las que presumen ellas que existen. El encuentro con el psicoanalista por ejemplo, que no es nada casual, es uno que por todo lo demás, incluye una cierta anticipación. Por supuesto que está no tanto del lado del analista. Aquí el analizante supone que su analista está investido con una cierta cuota de saber, con respecto a él o con lo que lleva para decir.

Se trata de hablar, parlar, más bien de parlotear, que deja atrás la idea de “cartasis”, iniciada y abandonada por Freud, para convertirse en un “ser escuchado por un otro”. Conocemos esta práctica dentro del análisis como el “método de asociación libre”, que no implicaría método alguno hablando salvajemente, más que dejar hablar y escuchar al sujeto. El analista, ahí sentado; el analizante, ahí recostado parloteando en el diván. Sin embargo, para que esta palabrería se lleve a cabo, debe existir una dimensión transferencial y antes de ello, una demanda de análisis.

De estos encuentros, podemos también mencionar los que son del registro de la cotidianeidad, que surgen a partir del tránsito de personas: son los encuentros entre desconocidos, cuyas interacciones no sobrepasan las miradas, un saludo o alguna palabra que puede ser cortés o un mero insulto. No se habla mucho de estos encuentros, pero son parte de las relaciones de poder y de la misma interacción entre humanos. Caminar con alguien a la salida de una estación, cruzarse entre la entrada de un lugar, transportarse junto a alguien en un bus, entre otros, son encuentros.

La cuestión es: ¿Qué posición asume uno frente al otro? Como ejemplo podemos citar el encuentro entre dos personas, la primera en calidad de cliente y la otra de dependiente de un local. Se halla una interacción que se limita al saludo, al intercambio de moneda y producto, y a un ejercicio de poder. Hay una demanda de algo y su intermediario, el dependiente se encarga de cumplirla. Con respecto al ejercicio de poder, preguntémonos sobre las posiciones que implican el encuentro del ejemplo mencionado anteriormente. Es decir, ¿quién asumiría una posición sobre otro? En tal caso, de eso hay.

Me parece interesante abordar la experiencia curiosa, de la relación y el rico intercambio que se puede suceder entre un taxista y un pasajero. Éste pasajero que no se sabe qué posición ocupa dentro del taxi y éste taxista que pasa de ser un transportador de personas, a ser un confidente y consejero ocasional. Con años frente al volante, ellos conocen mejor a las personas, que a las mismas calles de la ciudad. Y es toda una serie de elementos que completan una locación particular para que exista este intercambio: el retrovisor que no enseña el rostro del taxista, solo una mirada que no mira, más que a su frente, por donde se va conduciendo; la ubicación de cada uno direcciona las palabras, uno se da la espalda con el otro, se relacionaría a la idea del analista y el diván; las chucherías que adornan al taxi, que espantan o cautivan, similar al juego de luces de un lugar de análisis; entre otras cosas.

Entonces nos topamos con esto que es algo único, dentro los encuentros entre desconocidos. ¿Por qué alguien habría de contarle su historia o alguna de ellas a un taxista? ¿Por qué éste tendría que escuchar? Y hablamos ciertamente, de escuchar, a fin de cuentas es lo que le toca. Quizá eso de solamente escuchar, es lo que hace del taxista, mejor psicólogo que los mismos de profesión y estas sesiones de un día y de un “nunca más”, son mejores que las directivas doce sesiones. Tal vez es también lo que hace que la canción de Arjona sea un sacrilegio. Es un tema abierto a la discusión.

Carlos Silva Koppel

domingo, 6 de noviembre de 2011

Psicólogo, demasiado psicólogo.

Es necesario establecer líneas claras entre un médico y un psicólogo en este aspecto. Aunque ya tomando este nombre, el de psicólogo, pareciera que el siguiente escrito podría ser un panegírico a la profesión o al profesional y de eso no se trata en absoluto. Retomando, el médico debería en teoría mantener un aspecto aséptico. De cierta forma, eso causa algo de confianza en los pacientes a la hora de practicarles una cirugía, por ejemplo. Pero, tampoco va por ahí el asunto. Es de pensar en cómo afecta al otro ver un traumatólogo fracturado, un neumólogo fumador, un nutricionista gordo, en fin… un psicólogo loco.

Dentro del ejercicio psi, hablamos de un asunto complejo. Al psicólogo se le enseña a trabajar a través del “modelado”. Se le trata de ubicar como una figura sana, de ejemplo a seguir, ubicándolo en ocasiones en una posición incluso de profesor. Psicólogo que debería de funcionar como objeto inclusor o direccionador (términos que constan en la jerga psicológica), de rescatista, de chivo expiatorio de la sociedad productiva, sana y normal (aspectos que deben ser llevados a discusión). Ubicar al psicólogo en una posición de saber sobre el otro, cuando no sabe siquiera de sí mismo. En el caso del médico fumador, se puede asumir que sabe lo que hace, por eso fuma; en el del psicólogo mal vestido, tomador, o al final “loco”, se piensa que ha fracasado; mejor eso a que se piense que tiene éxito, cosa que sabemos que nunca va a pasar: cuando triunfe la mente sana, habrá paz en el mundo, estará muerto.

Se considera que existe una suerte de “cura”, “la inserción”, “adaptar”, entre otros; y el mismo psicólogo, para poder lograr los fenómenos nombrados, técnicamente tendría que ser un perito en ellos o ejercerlos (estar curado, inserto, adaptado). Como ejemplo: se cree que para que un psicólogo “ayude” a dejar de fumar a un individuo, éste no debe de fumar. Entonces entramos en la idílica discusión, sobre el trabajo mismo del psicólogo, sobre estándares de salud, sobre la subjetividad y sobre el mismo cigarrillo. El tema de que si es verdad que el psicólogo ayuda, aconseja o chismea.

La idea del psicólogo que se tiene actualmente, es la del capacitador, el que da las charlitas, hace jueguitos, dinámicas, de presencia impecable. Lo último, los que no están de mandil, están de guayabera. Para estos, el psicólogo es el bien peinado, el bien limpio, la imagen perfecta. Ser psicólogo para algunos es vestir bien y aparentar. Es ineluctable que no entremos desde aquí a discutir sobre la ética, que bien ya es conocido, está muy difusa cuando si quiera la pronunciamos. Ética en sí, es la palabra marciana para el psicólogo promedio.

Se piensa precisamente en recapacitar sobre por dónde va el trabajo del psicólogo. Si es que es cierto que la apariencia, esto del modelado, tiene alguna validez y si es así, a qué responde: ¿A un ideal del sistema o a uno que sigue el deseo del propio sujeto?


Carlos Silva Koppel

sábado, 13 de agosto de 2011

Super 8: un E.T. furioso



Ir al cine ahora es más interesante que de costumbre. Principalmente porque se ha abolido el antiguo sistema de hacer fila para entrar a disfrutar de la película: pelear por los asientos, reservando puestos para amigos fantasmas o perdiendo tiempo de la película en la misma cola. Ahora uno puede escoger sus asientos, ya que estos se encuentran numerados.

Sin embargo, el nuevo sistema aún causa confusión entre los consumidores del cine comercial. La gente tiende a ocupar asientos que no le correspondían, ocasionando altercados en medio de la película, que por lo general podrían extenderse largos minutos. Siendo este un problema mayor, cuando la película es prometedora. Es un problema que sucede con todo tipo de público. En primera instancia pensaríamos que es una cuestión de “educar a la gente” o “culturizarla”.

Podríamos relacionar esto como una suerte de labor social, ejecutada por una corporación o una cadena de cines importante, por ejemplo. Este sistema de comprar los boletos numerados seguramente funciona bien en otros países, en base a un motivo específico: países del primer mundo, saben consumir mejor. Nos encontramos frente a un “educar a la gente”, para que puedan consumir mejor. Una labor interesante proveniente desde un dispositivo mercantil.

Somos testigos de este intento de educar a la gente dentro de un sistema de consumo, de una sociedad regida bajo las determinaciones del mercado. Más que una sociedad dentro del dispositivo de consumo, se entendería a la sociedad como sinónimo de mercado. Entonces podría decirse sin mucha dilatación, que respetar los límites o derechos del otro en esta sociedad, es saber consumir. Saber comportarnos como sociedad es: saber consumir de manera óptima, ordenada y eficaz. Cualquiera que esté dentro de la sociedad (entiéndase como sinónimo de mercado), debe saber consumir bien. Si no se está dentro de la sociedad, esa es otra historia. Pero se intenta sin embargo, que el sujeto sea parte de la sociedad de consumo, vehementemente.

El mercado, la corporación, quizá prepare mejor al sujeto para moverse dentro de los resquicios sociales, mejor que la escuela inclusive. Aunque la escuela prepara al sujeto para dejarlo instalado en lo social (en el mundo mercantil) y el mercado lo “educa”, para el buen consumir (que en nuestra tierra no sería el Sumak Kawsay, sino el Sumak Rantina); esto no quiere decir que no lo haga en demasía, sino todo lo contrario. En la escuela no enseñan a respetar los asientos dentro del cine. El mercado educa para que se consuma lo que brinda. Amoldar al sujeto, para que sea un buen hijo consumidor.

Super 8 por otro lado, es una película interesante.












Carlos Silva Koppel

viernes, 22 de julio de 2011

Adán Inca Lucio… el custodio de los libros

Por: Carlos Silva Koppel

Se sienta de vez en cuando para seguir viendo a los estudiantes de la universidad pasar. Siempre atento a la petición de alguien de cualquier tipo de libro. A primera vista parecería que la mirada le pesa, pero es esa mirada que sabe con qué clase de alma habla y qué libro está buscando.

Adán es un hombre de semblante humilde, guardián de un tesoro invalorable que consta como un patrimonio de los estudiantes universitarios. Más o menos donde empieza o termina la calle Quisquis, contiguamente a la puerta trasera de la Universidad de Guayaquil, se encuentra el hombre del que hablamos. Bajo de estatura y de orígenes indígenas, un guardián de la cultura. Tiene un lugar de venta de libros, un pasillo infinito donde el tiempo se pierde entre hojas y letras.

Cuenta que lo están desalojando del sitio, porque donde le arriendan, es un pasaje que se encuentra entre dos locales que quieren unificar para hacer un solo negocio. “No tengo adónde ir”, manifiesta de manera parsimoniosa. Cuenta luego que la situación económica está difícil, con un ánimo de decepción. Ahora lo quieren desalojar, después de 15 años de estancia a las afueras de la Universidad, quizá para poner una fotocopiadora más.

A esta guarida del saber se la ha bautizado como “El pasillo de la cultura”. Lo que nos indicaría que quien deba estar a cargo de aquél lugar, algo de libros debe de conocer. Adán responde de manera corta, pero muy diestro en sus respuestas, con la seriedad que le caracteriza.

¿Ud. Ha leído algunos de los libros de los que tiene a la venta?
Algo, algo. Aquí le falta tiempo para todo. No sólo leer los libros, hay que limpiarlos, darles mantenimiento.

¿Tiene autores preferidos?
De los ecuatorianos: José de la Cuadra, Jorge Icaza, Jorge Carrera Andrade…

¿Le gustan los autores foráneos?
A mí me gusta de todo (…) ya del extranjero me gustan Marx, Lenin y Stalin.

¿Se consideraría entonces usted, un hombre de izquierda?
Sí (lo dice con mucha firmeza). La izquierda es una sola, depende de la cultura y la conciencia definida.

Entonces, no cualquiera podría ser de izquierda si es que dependiera de la cultura
Quiero decir, madurez de conciencia.

¿Existe algo de la Universidad que le agrade o desagrade?
Debe ser agradable para todo el mundo.

¿Se va realmente a aprender ahí?
Aprende el que realmente ama la educación.

¿Ud. ama la educación?
Vivo para eso.

¿Considera que tiene usted una responsabilidad para con el lector?
Un servidor de la educación, más que un vendedor de libros.

“El pasillo de la cultura” como le llaman, tiene un número indefinido de libros esperando a ser adquiridos. Adán, quien conoce todos los libros que posee a su cargo, con sus respectivos títulos y autores, puede decir que su librería al paso es un patrimonio estudiantil que no debería desaparecer.

martes, 28 de junio de 2011

El Sacrificio de ser, humano.

Puede ser que al escuchar la palabra “sacrificio”, ciertas susceptibilidades sientan un ligero escozor rondando por la piel. Quizá por la carga significante que lleva este vocablo. Ya que es percibido, sentido y luego es llevado a la palabra: es hablado por el sujeto. Por eso también se lo asocia con el sufrimiento; el sacrificio se encuentra en un recoveco opuesto al placer.

¿Cuántas veces no hemos oído del sacrificio usado en el sentido estricto de muerte?: “el sacrificar a alguien”, como se pudo haber leído en los libros de Historia. Así, puede asumirse el término como un sinónimo de muerte. Al realizar un sacrificio, algo desaparece, se extingue, en consecuencia se obtiene una valía trascendental, proveniente de alguna entidad. Y no se malentienda, esto puede ser espiritual, religioso o subjetivo: la famosa gratificación, es ya una iluminación. Dando como resultado la fórmula: sacrificio = sufrimiento + placer.

Una figura que no resulta nueva. Ha sido muchas veces tema filosófico, y en el mismo psicoanálisis se lo ha visto desde un inicio en Sigmund Freud como “pulsión de vida” y “pulsión de muerte” y posteriormente en el psicoanalista francés Jacques Lacan, como “goce”. Hablando más en un sentido hegeliano, el sacrificio es lo que implica devenir en hombre, en ser humano. Se es logrado hombre/mujer cuando se sacrifica algo; hablando de una forma de realización del ser humano. El trabajador, el artista, el consumidor, el religioso, han renunciado a algo.

De esta manera, nos encontramos más cercanos a la muerte de lo que conocemos. Se deviene en ser humano, en tanto sacrificamos lo natural que se lleva dentro, que no es nada más que "lo animal" . Se sacrifica lo pecaminoso, lo deshonesto, lo banal, lo improductivo, para una sociedad o en su defecto, al grupo donde pertenecemos. Al final del día, se habla de sacrificio en detrimento a la identificación. Devenimos en seres humanos, según adonde queramos pertenecer: nos sacrificamos, para identificarnos/estar en un grupo.

El goce, no en el sentido lacaniano, se encuentra en la ruptura de una prohibición, en la ausencia del sacrificio. Pero hasta aquí, estamos hablando del sacrificio como “muerte del animal”, para que surja el hombre. Es en sí, cómo se constituye una sociedad, con personas “bien hechas”, con sus fugas y pecadillos de vez en cuando, pero respetando la vida del otro.

Sin embargo, si el sacrificio no va del lado de lo natural del hombre, sino que se mata al mismo hombre, dejando destapada libremente su “bestia” ¿Qué quedaría como consecuencia? El sacrificio de "lo animal", es matar a la muerte, vista como pulsión de muerte freudiana. Queda entonces observar si es que en nuestros días, lo que se está sacrificando del ser humano es a su mismo hombre, para luego poder decir “El hombre ha muerto”, para gritar “Larga vida a la bestia”.

Carlos Silva Koppel

viernes, 17 de junio de 2011

Números humanos

Si bien es cierto, transitamos en una época que trae con ella fenómenos sociales, que al hombre posmoderno cuesta adaptarse. El abordaje de las manifestaciones sociales contemporáneas, como la delincuencia, la drogadicción, el analfabetismo, el callejismo infantil, etc., siempre tienden a realizarse de la manera más objetiva posible. Se puede decir entonces que esta lente está empañada.

La objetividad con que se miran los problemas sociales, ya lo deberíamos haber descubierto, peca de ingenua. Se simplifican a investigaciones, que son los levantamientos de los proyectos, con un alto valor estadístico. Se cree que los números, en cuestiones sociales y que comprenden estrictamente con el sujeto, son definitorios para llegar a alguna solución viable. Las estadísticas acallan las subjetividades, sin embargo son rentables en la rapidez con que se elaboran los proyectos y diferentes tipos de intervención social.

No se pueden pensar las Ciencias Sociales, como ciencias duras. La frialdad científica con que se estudia al sujeto y a la sociedad, y que posteriormente elabora los planes de intervenciones psicológicas y sociales, está condicionada a la eficacia, eficiencia, premura del tiempo y presupuesto que está destinado para ello. Nos dedicamos a aprender a hacer encuestas, más no a entender a la sociedad.

Siguiendo este razonamiento, no se invierte y no interesa caminar por esta vía más profunda, no por lo complicado que resulta ser, sino por lo poco rentable y el tiempo que conlleva aprender bien. El ímpetu de la Ciencia y ahora, la propaganda política, por resolver problemas de forma eficaz, resultan una arada en el mar. Hay que entender bien, que la estadística y la planificación en materia social, no tiene caso. A veces la intervención social, es para apantallar que se está haciendo algo o que algo se puede hacer con respecto al problema; que funcione, es otra cosa.

El ser humano es biopsicosocial, pero azaroso, necio y cínico por voluntad. Reducir su estudio a términos cuantitativos, con las chispitas de lo cualitativo no es buena empresa. Suponer medidas de salud social, sin conocer bien sobre cómo camina el hombre, es sombrío. Por ejemplo: pensar que se dejará de fumar porque se sube el precio del tabaco, es una ingenuidad terrible y no mayor que las políticas aplicadas.

Es importante estar al tanto del azar, de la irreversibilidad, de las relaciones sociales, de la psicología de las masas, para entender mejor a la sociedad y tomar medidas sobre ella. No por medio del ensayo y el error, peor aún, por medio de elaboración de estrategias basadas en números, construidos a partir de las mismas subjetividades. Dichos números, por lo tanto, son cambiantes; se mueven de un lado al otro, porque son humanos.

Carlos Silva Koppel