sábado, 3 de marzo de 2012

En algún lugar de la ciudad*

Trabajo en una construcción en algún lugar al norte de Guayaquil. Se los digo así, porque no conozco muy bien la parte urbana, solo ciertas zonas y en su mayoría han sido donde he hecho trabajos. Esto de la construcción, pienso que es un hábito que todo hombre debe acuñar; construir en mi vocabulario, es sinónimo de trabajar. Es chistoso ver a gente que paga muchos dólares para que les construyan una casita mal hecha. En cambio yo, con mis propias manos construí mi casa, en un sitio ahora al que ustedes llamarán: en algún lugar de la ciudad. Lo digo así, porque acá es muy abandonado, no muchos saben que existe, que existimos, solo lo sabemos los que aquí vivimos. No te encuentras a gente famosa, no hay adoquines, ni palmeritas maricas, solo nosotros y un poco de lodo.

Salgo del trabajo, esta vez más temprano que de costumbre porque lloverá. Le he pedido al jefe de la obra que adelante la hora de salida. Él es un tipo muy bueno, por lo que asintió a mi petición. Corro con mucha suerte, pues no tengo expreso, pero cuento con el bus de la línea 58. Mi suerte va por dos lados, la primera: éste bus me deja al pie de mi casa. Allá, al fondo de la ciudad, donde hay puertos, barcazas y una chimenea gigante que nunca deja de botar humo. Y la segunda, es que conozco a todos los choros que roban en ese bus. No me crean cómplice, lo único que puedo decirles es que la sapada, con sangre se paga.

Justo en la estación del bus, es mi parada. Llevo viviendo ya algunos años y digo algunos, porque no soy muy versado con llevar cuentas. Vivo en una casa de cemento, les diré que más al fondo están las casas de caña. Casi todas han sido construidas por los mismos dueños; dejo a criterio de ustedes si eso tiene más valor que comprar una. Yo hablo de un valor sentimental, así que de acá por más invasión que sea, nadie nos saca. Cada casa dependerá de tamaño, van de los 15 a 20 m². Los vecinos dicen que la mía es de las más grandecitas, eso me halaga un poco. Aunque parece más grande por los pimientos que sembré en la parte de adelante. Lo bueno de mi casa, es que el cemento impide que entren muchas ratas; no me quejo.

Cuando llego, me recibe mi madre con un buen plato de arroz con verde. Me trata con mucho cariño, porque no le gusta que luego de llegar a casa, salga con mis amigos a echar unas bielas. Pero eso es una tradición que todo hombre de este sector debe cumplir por día. ¿Por qué? se preguntarán: porque somos alegres, porque somos tristes, porque celebramos, lloramos y muchos sentimientos más que son parte de nuestro día a día. Entonces ya sabrán cómo es por acá cada vez que nos enteramos que sube la cerveza o sube el tabaco. Aunque, existen ocasiones en que no tenemos mucho dinero y cuando eso pasa, en la tienda de la esquina venden bolos de guanchaca a 25ctvs., que calman el alma.

Me gusta donde vivo, es un lugar muy vistoso. Amanece y lo primero que veo son los contenedores multicolores, arrumados a unos metros y unas grúas gigantes haciendo ruido. Antes yo pensaba que eran cangrejos de metal, pero a medida que uno crece, se va dando cuenta de las cosas. Así es como uno toma conciencia de que si no se trabaja, no se come. Yo no sé qué piensen ustedes sobre lo que les voy a contar, pero les daré una opinión y saldré en defensa de mi amigo “Payasito”. Le dicen así porque él siempre roba con una sonrisa y si ustedes se fijan robar, para estos recovecos, es una forma de trabajar. Hay ladrones honrados, “pillos buenas gentes”, esos que roban para llevar el pan a su casa. También están los malos y esos sí que no los trago, son los que delinquen para fumársela toda. En fin, hasta yo he robado, pero fue en una mala época; las manos no solamente construyen. Mi amigo “Payasito” roba sin hacerle daño a nadie y de vez en cuando, se pega su marihuana.

Cuando vengan a visitar, tengan cuidado con los patrullajes; éstos son choros en bicicleta, son mis panas, pero en este caso más me importan ustedes y no me agradaría que se lleven una mala impresión del sector. No vengan con mucho dinero, igual, acá todo es muy barato. Vengan con unas botas o zapatos fuertes, la basura se mezcla con el agua y el lodo. Lo más importante, no tengan miedo, siempre y cuando vengan antes de las seis de la tarde. Pueden quedarse en La Perimetral, bajando el primer puente, y tomar una de las tricimotos o pueden seguir nomás en la 58 hasta el final, hasta El Trinipuerto, mi lugar en la ciudad. Ahora, con el perdón de mi madre, voy por unas guanchacas porque mañana hay que trabajar.


Carlos Silva Koppel.



*Este relato fue publicado inicialmente en www.gkillcity.com, para su espacio "La Crónica del Barrio".


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