Lo importante
aquí es saber de qué se trata el “goce”.
A Jacques Lacan, psicoanalista francés, se lo conoce en la comunidad
psicoanalítica como quien re/de-construyó el psicoanálisis freudiano. El psicoanálisis contemporáneo bien podría
ser lacaniano, avalado por el peso epistemológico del llamado “Retorno a Freud”,
dicho esto por el mismo Lacan. Es este
señor Lacan quien introduce en el psicoanálisis la dimensión de “goce”, como (des)articulador
de la subjetividad del sujeto.
(Uno de los
problemas de hablar a partir de Lacan, desde su vasta y enredada teoría, es que
quien escribe o menciona algo en función al autor en cuestión, debe saber – y
no siempre pasa- desde dónde y en qué momento Lacan dijo aquello, además de por
qué lo habrá dicho. Pero no solo la
responsabilidad es de quien está escribiendo desde Lacan, sino también de quien
está leyendo).
Goce, gozar,
gozo, goza; es un imperativo. Es muy
interesante esto; la sociedad occidental se ha desarrollado con base en este
mandato de “goce”: goce usted señor.
Pues, la estructura capitalista está asentada en la categoría de goce,
que discursivamente se le nombra consumismo.
Por otro lado se observa la dinámica socialista con la regulación
excesiva del goce. Pero el goce no es algo que se encuentra y se
promueve o se coarta solo desde el afuera, sino que está relacionado con lo más
oscuro del sujeto: su inconsciente.
Para Lacan, goce
es “la satisfacción de una pulsión”.
Pero ojo, entendamos algo acá, la pulsión se tiene que leer de forma
compleja, partiendo de que esta no se refiere a una necesidad, sino, de aquello
que al tratar de satisfacer deja un saldo de insatisfacción que empuja a la
repetición y que se perpetúa en la memoria del sujeto, condicionando su conducta[1] en
tanto que queda insatisfecho. El goce es
ese saldo que resta al momento de no satisfacer la pulsión. Recordemos que están la pulsión de vida y de
muerte (Eros y Tanatos), en constante lucha y movimiento, mas no en equilibrio. Desde la pulsión de muerte, la voluntad de
destruir, para llevarlo todo nuevamente a la vida.
El “goce” concierne entonces al deseo y se
opone al placer. El goce concierne
estrictamente al sujeto y está bajo su responsabilidad; el goce comprende el
cuerpo. Para entenderlo de mejor manera,
el goce se trata de aquella actividad que después de hacerla, pero que es
incitado por una fuerza psíquica a cometerla, nos trae culpa, malestar, rechazo
(por el superyó); acción que sin embargo se vuelve a ejecutar. Entre goce y deseo, hay un idilio en el
aparato psíquico del sujeto. Dentro de
la clínica psicoanalítica, se conduce al sujeto a desmembrar eso que encarna el
goce para llegar a su deseo. Es lo que
caracteriza la singularidad de cada sujeto, opuesto a una masificación del individuo
llevado a ser Uno solo: esa es la chatarra de la que hay que hablar en algún
momento.
Entonces, se
puede hacer referencia al goce en función al consumo de cigarrillo, alcohol, el
juego, droga… la comida chatarra. ¿A
quién no le ha pasado que después de comer un combo de hamburguesa con doble
tocino a lo grande, se siente culpable después de haberlo disfrutado? Ocurre
con más frecuencia con los que ya son diagnosticados con obesidad y en general,
con quienes a los que se hace referencia, que son los que “llenan los
hospitales mantenidos con dinero del Estado” (hospitales de ellos, los
gobernantes). Estas formas de gozar no
disminuirían con el cobro de impuestos por consumir esas hamburguesas, sino que
desembocarían en otro lado y quizá de peor forma.
Hay sociedades
donde el gran problema es la obesidad, mientras que en otras es la anorexia. Los ideales que podría establecer un Estado en
cuanto salud y otras categorías, responden a una suerte de fetichización en
todo sentido, que a la vez entra en el orden de la perversión, más aún, si va
de la mano de una sanción, como un impuesto a la comida chatarra. Sin embargo, las sociedades están
estructuradas para regular los goces y para generar malestar en el sujeto; y es
por eso que existe el psicoanálisis, donde el sujeto puede llegar al núcleo de
su goce, velar por su deseo y medio liberarse de la chatarrización cultural, a
través de la palabra… la suya.
Actualmente no
podemos decir que la forma de alimentarnos es natural o como se hacía en la
época de las cavernas, sino que alimentarse es algo cultural. No se come sencillamente para nutrirse, en el
acto de comer está involucrada la pulsión, como lo he tratado de mostrar
aquí. Pulsión que se satisfaría para ser reconocido por otro
(Padre, Estado, grupo). Los discursos
demandan al sujeto: consumo, belleza, salud, control de peso, y que la
diferencia de llevar a estos extremos al sujeto radica en la seducción
(discurso capitalista) y lo punitivo/restrictivo (socialista), posturas que
conllevan a un absolutismo psíquico.
El goce
corresponde al cuerpo, y no se puede
huir del cuerpo, ni de la pulsión, que a su vez está lleno de palabra. Los castigos y prohibiciones que se imponen
sobre el goce del sujeto en cuanto incumbe a su propio cuerpo, desaguaría en el
delirio de este cuerpo/sujeto.
Carlos Silva Koppel
Psicólogo