martes, 7 de octubre de 2014

El impuesto a gozar

Lo importante aquí es saber de qué se trata el “goce”.  A Jacques Lacan, psicoanalista francés, se lo conoce en la comunidad psicoanalítica como quien re/de-construyó el psicoanálisis freudiano.  El psicoanálisis contemporáneo bien podría ser lacaniano, avalado por el peso epistemológico del llamado “Retorno a Freud”, dicho esto por el mismo Lacan.  Es este señor Lacan quien introduce en el psicoanálisis la dimensión de “goce”, como (des)articulador de la subjetividad del sujeto.

(Uno de los problemas de hablar a partir de Lacan, desde su vasta y enredada teoría, es que quien escribe o menciona algo en función al autor en cuestión, debe saber – y no siempre pasa- desde dónde y en qué momento Lacan dijo aquello, además de por qué lo habrá dicho.  Pero no solo la responsabilidad es de quien está escribiendo desde Lacan, sino también de quien está leyendo).

Goce, gozar, gozo, goza; es un imperativo.  Es muy interesante esto; la sociedad occidental se ha desarrollado con base en este mandato de “goce”: goce usted señor.  Pues, la estructura capitalista está asentada en la categoría de goce, que discursivamente se le nombra consumismo.  Por otro lado se observa la dinámica socialista con la regulación excesiva del goce.  Pero el goce no es algo que se encuentra y se promueve o se coarta solo desde el afuera, sino que está relacionado con lo más oscuro del sujeto: su inconsciente. 

Para Lacan, goce es “la satisfacción de una pulsión”.  Pero ojo, entendamos algo acá, la pulsión se tiene que leer de forma compleja, partiendo de que esta no se refiere a una necesidad, sino, de aquello que al tratar de satisfacer deja un saldo de insatisfacción que empuja a la repetición y que se perpetúa en la memoria del sujeto, condicionando su conducta[1] en tanto que queda insatisfecho.  El goce es ese saldo que resta al momento de no satisfacer la pulsión.  Recordemos que están la pulsión de vida y de muerte (Eros y Tanatos), en constante lucha y movimiento, mas no en equilibrio.  Desde la pulsión de muerte, la voluntad de destruir, para llevarlo todo nuevamente a la vida.

 El “goce” concierne entonces al deseo y se opone al placer.  El goce concierne estrictamente al sujeto y está bajo su responsabilidad; el goce comprende el cuerpo.  Para entenderlo de mejor manera, el goce se trata de aquella actividad que después de hacerla, pero que es incitado por una fuerza psíquica a cometerla, nos trae culpa, malestar, rechazo (por el superyó); acción que sin embargo se vuelve a ejecutar.  Entre goce y deseo, hay un idilio en el aparato psíquico del sujeto.  Dentro de la clínica psicoanalítica, se conduce al sujeto a desmembrar eso que encarna el goce para llegar a su deseo.  Es lo que caracteriza la singularidad de cada sujeto, opuesto a una masificación del individuo llevado a ser Uno solo: esa es la chatarra de la que hay que hablar en algún momento.

Entonces, se puede hacer referencia al goce en función al consumo de cigarrillo, alcohol, el juego, droga… la comida chatarra.  ¿A quién no le ha pasado que después de comer un combo de hamburguesa con doble tocino a lo grande, se siente culpable después de haberlo disfrutado? Ocurre con más frecuencia con los que ya son diagnosticados con obesidad y en general, con quienes a los que se hace referencia, que son los que “llenan los hospitales mantenidos con dinero del Estado” (hospitales de ellos, los gobernantes).  Estas formas de gozar no disminuirían con el cobro de impuestos por consumir esas hamburguesas, sino que desembocarían en otro lado y quizá de peor forma. 


Hay sociedades donde el gran problema es la obesidad, mientras que en otras es la anorexia.  Los ideales que podría establecer un Estado en cuanto salud y otras categorías, responden a una suerte de fetichización en todo sentido, que a la vez entra en el orden de la perversión, más aún, si va de la mano de una sanción, como un impuesto a la comida chatarra.  Sin embargo, las sociedades están estructuradas para regular los goces y para generar malestar en el sujeto; y es por eso que existe el psicoanálisis, donde el sujeto puede llegar al núcleo de su goce, velar por su deseo y medio liberarse de la chatarrización cultural, a través de la palabra… la suya.

Actualmente no podemos decir que la forma de alimentarnos es natural o como se hacía en la época de las cavernas, sino que alimentarse es algo cultural.  No se come sencillamente para nutrirse, en el acto de comer está involucrada la pulsión, como lo he tratado de mostrar aquí.  Pulsión que se satisfaría para ser reconocido por otro (Padre, Estado, grupo).  Los discursos demandan al sujeto: consumo, belleza, salud, control de peso, y que la diferencia de llevar a estos extremos al sujeto radica en la seducción (discurso capitalista) y lo punitivo/restrictivo (socialista), posturas que conllevan a un absolutismo psíquico.

El goce corresponde al cuerpo,  y no se puede huir del cuerpo, ni de la pulsión, que a su vez está lleno de palabra.  Los castigos y prohibiciones que se imponen sobre el goce del sujeto en cuanto incumbe a su propio cuerpo, desaguaría en el delirio de este cuerpo/sujeto.




Carlos Silva Koppel
Psicólogo






[1] Palabra que tomo prestada de la psicología.

miércoles, 1 de octubre de 2014

Hamburguesa, psicoanálisis y papas fritas.

No.  Este título no corresponde al nombre de ningún posgrado, aunque muy bien podría serlo.  Es decir con una maestría así, a un psicoanalista le podría ir de maravilla trabajando en un local de comidas rápidas; al menos sí en Ecuador.  Como verán, no muchos van al psicoanalista por acá, pero sí que se llenan los restaurantes “fast-food”.  Sin embargo el psicoanálisis no se aprende en aulas universitarias, así como tampoco ahí se aprende a freír papas.  Entonces habrá que tener cuidado a qué oficio nos dedicamos por fuera de la academia.  Aunque haya que admitir que resulta más rentable laborar en restaurantes donde venden este tipo de alimentos que a ser psicoanalista; pero mejor no se dediquen a ninguna de las dos cosas.  Ahora menos con esos rumores de un nuevo impuesto a la “comida chatarra” y que siendo un poco paranoicos, todo un sistema laboral puede verse afectado.   Además son dos oficios complicados.

Por otra parte, queda claro que las personas no van al psicoanalista, pero sí a los restaurantes de “comida chatarra”; y es que el psicoanálisis no es para todo el mundo,  lo segundo sí.  Entre estas dos alternativas pueden haber tres posibles conexiones en el menú: el deseo, el dinero y los efectos, tanto de ir al psicoanalista o de comer chatarra.  Donde por ejemplo: al psicoanalista se va a hablar chatarra (la propia) y a estos restaurantes se va a comer chatarra, pero también a compartir momentos con la familia.  Estas dos elecciones no dejan de ser propias del sujeto a partir de su deseo.



El tema del dinero siempre ha sido conflictivo, pero que: permite los encuentros.  Un encuentro con el psicoanalista no puede darse sin la función que tiene la transacción del dinero (de la moneda en papel, del billete).  Pero el encuentro con el otro, también está atravesado por lo monetario.  No tachen esta postura de –burguesa-, porque sí que lo es. Y, ¿Qué no es burgués? Si hasta el mismo concepto de ciudad es burgués.  Mientras se viva en ciudad y aparezca la necesidad del encuentro con el otro, se requiere del dinero.  Más aún en una ciudad como Guayaquil, que los encuentros desde hace 20 años han sido en lugares comerciales.  Por muchos factores: falta de espacios abiertos, aumento delincuencial, calor, novelería, entro otros.  No está de más mencionar que a lo que aquí se llama “encuentro”, bien podría significar un –relacionarse con el otro-.

Recordemos el famoso “vamos al Burger de Urdesa”, o simplemente “vamos al Burger”.   Que en expresión guayaca, era lo más aniñado que podía haber.  Ahí se daban muchos encuentros.  Era un poco caro, pero asequible; eso no quiere decir que siempre se iba a consumir, a veces se iba simplemente a estar.  Las épocas cambiaron y después se decía “vamos al Mall”, y las épocas siguen cambiando y los lugares de encuentro con el otro, no dejan de estar cruzados por un aspecto comercial.  El dinero… ¡Qué tema! El dinero nos permite tomar nuestras propias decisiones y relacionarnos con el otro.

¿Qué pasaría si siguen subiendo los precios de los lugares que frecuenta la gente? Que ya de por sí están un poco caros.  Los padres llevan a sus hijos a lo mucho una vez por semana a los sitios de comida chatarra, los domingos por lo general, cuando no cocinan en casa y además si los niños se han portado bien en la escuela.  No es apresurado preguntar: ¿Qué sector de la población acude a las cadenas de restaurantes de comidas rápidas? ¿Con qué frecuencia? ¿Qué comen ahí: la ensalada césar o la hamburguesa doble carne y tocino? (Recuerden que la ensalada siempre es la más cara). La comida chatarra hace daño, pero no hay duda que en donde la venden, son lugares familiares.

Si se trata de hambre, la gente de a pie, de calle, come la fritada que está en la esquina, la salchipapa de la “Madrina” o en el “Papipollo de Niño Andrés” (donde también muchos chicos llevan a sus novias a comer).  En las cadenas de restaurantes de comida rápida se cumplen estándares internacionales de calidad; Rosa, la señora que vende empanadas en un populoso sector de la ciudad, cambia el aceite cuando tiene la oportunidad.  Pero no olvidemos que una empanada puede costar hasta 50ctvs. y son bien ricas.  Estas son comidas que bien se consumen todos los días.

Los impuestos y las alzas de los precios no disminuirán el consumo de la comida chatarra y menos las enfermedades que se quieren prevenir.  Así como ha pasado con los impuestos a los cigarrillos, la gente sigue fumando igual, pero gastando más.  Asimismo ¿De qué salud se habla cuando se piensa ponerle impuestos a las cosas? Aquello también enferma, produce dolor de cabeza, gastritis, estrés y cáncer. Si hay impuestos, se seguirá consumiendo igual o hasta en mayores cantidades.  Eso quiere decir que habrá muchas recaudaciones.

Un impuesto es una vía punitiva, y la historia nos ha enseñado que ese es el camino al fracaso social.  La educación alimentaria puede ser una alternativa, pero: ¿El semáforo en los empaques de las comidas? ¿Rojo, amarillo o verde? Se está reforzando una sociedad de idiotas.  La composición de los alimentos es mucho más compleja que tres colores o las tres categorías nutricionales que se exponen en los empaques: grasas, sal y azúcar.  Es decir, se está educando a la sociedad para ser simplista y conformista.  ¿Desde qué estándares o dietas se hacen estas regulaciones? Porque por ejemplo, habrá dietas que proponen un libre consumo de grasas u otras de alta ingesta de carbohidratos.  Los alimentos contienen toda una tabla nutricional compleja. Así no se está educando, sino, chatarrizando criterios.

Los efectos de ingerir alimentos “chatarra” son nocivos para la salud del individuo.  Los efectos de asistir al psicoanalista, conllevan al sujeto a reelaborarse psíquicamente, a reinventarse, descargar la chatarra cultural y puede ser nocivo para los dispositivos de control.  En cualquiera de los dos casos, poder discernir y decidir por sí mismo es lo que importa.  Solo que decidir hoy en día está un poco más caro, nada más. 




Carlos Silva Koppel


Psicólogo.