miércoles, 1 de octubre de 2014

Hamburguesa, psicoanálisis y papas fritas.

No.  Este título no corresponde al nombre de ningún posgrado, aunque muy bien podría serlo.  Es decir con una maestría así, a un psicoanalista le podría ir de maravilla trabajando en un local de comidas rápidas; al menos sí en Ecuador.  Como verán, no muchos van al psicoanalista por acá, pero sí que se llenan los restaurantes “fast-food”.  Sin embargo el psicoanálisis no se aprende en aulas universitarias, así como tampoco ahí se aprende a freír papas.  Entonces habrá que tener cuidado a qué oficio nos dedicamos por fuera de la academia.  Aunque haya que admitir que resulta más rentable laborar en restaurantes donde venden este tipo de alimentos que a ser psicoanalista; pero mejor no se dediquen a ninguna de las dos cosas.  Ahora menos con esos rumores de un nuevo impuesto a la “comida chatarra” y que siendo un poco paranoicos, todo un sistema laboral puede verse afectado.   Además son dos oficios complicados.

Por otra parte, queda claro que las personas no van al psicoanalista, pero sí a los restaurantes de “comida chatarra”; y es que el psicoanálisis no es para todo el mundo,  lo segundo sí.  Entre estas dos alternativas pueden haber tres posibles conexiones en el menú: el deseo, el dinero y los efectos, tanto de ir al psicoanalista o de comer chatarra.  Donde por ejemplo: al psicoanalista se va a hablar chatarra (la propia) y a estos restaurantes se va a comer chatarra, pero también a compartir momentos con la familia.  Estas dos elecciones no dejan de ser propias del sujeto a partir de su deseo.



El tema del dinero siempre ha sido conflictivo, pero que: permite los encuentros.  Un encuentro con el psicoanalista no puede darse sin la función que tiene la transacción del dinero (de la moneda en papel, del billete).  Pero el encuentro con el otro, también está atravesado por lo monetario.  No tachen esta postura de –burguesa-, porque sí que lo es. Y, ¿Qué no es burgués? Si hasta el mismo concepto de ciudad es burgués.  Mientras se viva en ciudad y aparezca la necesidad del encuentro con el otro, se requiere del dinero.  Más aún en una ciudad como Guayaquil, que los encuentros desde hace 20 años han sido en lugares comerciales.  Por muchos factores: falta de espacios abiertos, aumento delincuencial, calor, novelería, entro otros.  No está de más mencionar que a lo que aquí se llama “encuentro”, bien podría significar un –relacionarse con el otro-.

Recordemos el famoso “vamos al Burger de Urdesa”, o simplemente “vamos al Burger”.   Que en expresión guayaca, era lo más aniñado que podía haber.  Ahí se daban muchos encuentros.  Era un poco caro, pero asequible; eso no quiere decir que siempre se iba a consumir, a veces se iba simplemente a estar.  Las épocas cambiaron y después se decía “vamos al Mall”, y las épocas siguen cambiando y los lugares de encuentro con el otro, no dejan de estar cruzados por un aspecto comercial.  El dinero… ¡Qué tema! El dinero nos permite tomar nuestras propias decisiones y relacionarnos con el otro.

¿Qué pasaría si siguen subiendo los precios de los lugares que frecuenta la gente? Que ya de por sí están un poco caros.  Los padres llevan a sus hijos a lo mucho una vez por semana a los sitios de comida chatarra, los domingos por lo general, cuando no cocinan en casa y además si los niños se han portado bien en la escuela.  No es apresurado preguntar: ¿Qué sector de la población acude a las cadenas de restaurantes de comidas rápidas? ¿Con qué frecuencia? ¿Qué comen ahí: la ensalada césar o la hamburguesa doble carne y tocino? (Recuerden que la ensalada siempre es la más cara). La comida chatarra hace daño, pero no hay duda que en donde la venden, son lugares familiares.

Si se trata de hambre, la gente de a pie, de calle, come la fritada que está en la esquina, la salchipapa de la “Madrina” o en el “Papipollo de Niño Andrés” (donde también muchos chicos llevan a sus novias a comer).  En las cadenas de restaurantes de comida rápida se cumplen estándares internacionales de calidad; Rosa, la señora que vende empanadas en un populoso sector de la ciudad, cambia el aceite cuando tiene la oportunidad.  Pero no olvidemos que una empanada puede costar hasta 50ctvs. y son bien ricas.  Estas son comidas que bien se consumen todos los días.

Los impuestos y las alzas de los precios no disminuirán el consumo de la comida chatarra y menos las enfermedades que se quieren prevenir.  Así como ha pasado con los impuestos a los cigarrillos, la gente sigue fumando igual, pero gastando más.  Asimismo ¿De qué salud se habla cuando se piensa ponerle impuestos a las cosas? Aquello también enferma, produce dolor de cabeza, gastritis, estrés y cáncer. Si hay impuestos, se seguirá consumiendo igual o hasta en mayores cantidades.  Eso quiere decir que habrá muchas recaudaciones.

Un impuesto es una vía punitiva, y la historia nos ha enseñado que ese es el camino al fracaso social.  La educación alimentaria puede ser una alternativa, pero: ¿El semáforo en los empaques de las comidas? ¿Rojo, amarillo o verde? Se está reforzando una sociedad de idiotas.  La composición de los alimentos es mucho más compleja que tres colores o las tres categorías nutricionales que se exponen en los empaques: grasas, sal y azúcar.  Es decir, se está educando a la sociedad para ser simplista y conformista.  ¿Desde qué estándares o dietas se hacen estas regulaciones? Porque por ejemplo, habrá dietas que proponen un libre consumo de grasas u otras de alta ingesta de carbohidratos.  Los alimentos contienen toda una tabla nutricional compleja. Así no se está educando, sino, chatarrizando criterios.

Los efectos de ingerir alimentos “chatarra” son nocivos para la salud del individuo.  Los efectos de asistir al psicoanalista, conllevan al sujeto a reelaborarse psíquicamente, a reinventarse, descargar la chatarra cultural y puede ser nocivo para los dispositivos de control.  En cualquiera de los dos casos, poder discernir y decidir por sí mismo es lo que importa.  Solo que decidir hoy en día está un poco más caro, nada más. 




Carlos Silva Koppel


Psicólogo. 

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