No. Este título no corresponde al nombre de
ningún posgrado, aunque muy bien podría serlo.
Es decir con una maestría así, a un psicoanalista le podría ir de
maravilla trabajando en un local de comidas rápidas; al menos sí en Ecuador. Como verán, no muchos van al psicoanalista por
acá, pero sí que se llenan los restaurantes “fast-food”. Sin embargo el psicoanálisis no se aprende en aulas
universitarias, así como tampoco ahí se aprende a freír papas. Entonces habrá que tener cuidado a qué oficio
nos dedicamos por fuera de la academia.
Aunque haya que admitir que resulta más rentable laborar en restaurantes
donde venden este tipo de alimentos que a ser psicoanalista; pero mejor no se
dediquen a ninguna de las dos cosas.
Ahora menos con esos rumores de un nuevo impuesto a la “comida chatarra”
y que siendo un poco paranoicos, todo un sistema laboral puede verse afectado. Además son dos oficios complicados.
Por
otra parte, queda claro que las personas no van al psicoanalista, pero sí a los
restaurantes de “comida chatarra”; y es que el psicoanálisis no es para todo el
mundo, lo segundo sí. Entre estas dos alternativas pueden haber
tres posibles conexiones en el menú: el deseo, el dinero y los efectos, tanto
de ir al psicoanalista o de comer chatarra.
Donde por ejemplo: al psicoanalista se va a hablar chatarra (la propia)
y a estos restaurantes se va a comer chatarra, pero también a compartir
momentos con la familia. Estas dos
elecciones no dejan de ser propias del sujeto a partir de su deseo.
El
tema del dinero siempre ha sido conflictivo, pero que: permite los encuentros. Un encuentro con el psicoanalista no puede
darse sin la función que tiene la transacción del dinero (de la moneda en
papel, del billete). Pero el encuentro
con el otro, también está atravesado por lo monetario. No tachen esta postura de –burguesa-, porque
sí que lo es. Y, ¿Qué no es burgués? Si hasta el mismo concepto de ciudad es
burgués. Mientras se viva en ciudad y
aparezca la necesidad del encuentro
con el otro, se requiere del dinero. Más
aún en una ciudad como Guayaquil, que los encuentros desde hace 20 años han
sido en lugares comerciales. Por muchos
factores: falta de espacios abiertos, aumento delincuencial, calor, novelería,
entro otros. No está de más mencionar que
a lo que aquí se llama “encuentro”, bien podría significar un –relacionarse con
el otro-.
Recordemos
el famoso “vamos al Burger de Urdesa”, o simplemente “vamos al Burger”. Que en expresión guayaca, era lo más aniñado
que podía haber. Ahí se daban muchos
encuentros. Era un poco caro, pero asequible;
eso no quiere decir que siempre se iba a consumir, a veces se iba simplemente a
estar. Las épocas cambiaron y después se decía
“vamos al Mall”, y las épocas siguen cambiando y los lugares de encuentro con
el otro, no dejan de estar cruzados por un aspecto comercial. El dinero… ¡Qué tema! El dinero nos permite
tomar nuestras propias decisiones y relacionarnos con el otro.
¿Qué
pasaría si siguen subiendo los precios de los lugares que frecuenta la gente? Que
ya de por sí están un poco caros. Los
padres llevan a sus hijos a lo mucho una vez por semana a los sitios de comida
chatarra, los domingos por lo general, cuando no cocinan en casa y además si
los niños se han portado bien en la escuela.
No es apresurado preguntar: ¿Qué sector de la población acude a las
cadenas de restaurantes de comidas rápidas? ¿Con qué frecuencia? ¿Qué comen
ahí: la ensalada césar o la hamburguesa doble carne y tocino? (Recuerden que la
ensalada siempre es la más cara). La comida chatarra hace daño, pero no hay
duda que en donde la venden, son lugares familiares.
Si
se trata de hambre, la gente de a pie, de calle, come la fritada que está en la
esquina, la salchipapa de la “Madrina”
o en el “Papipollo de Niño Andrés” (donde también muchos chicos llevan a sus
novias a comer). En las cadenas de
restaurantes de comida rápida se cumplen estándares internacionales de calidad;
Rosa, la señora que vende empanadas en un populoso sector de la ciudad, cambia
el aceite cuando tiene la oportunidad.
Pero no olvidemos que una empanada puede costar hasta 50ctvs. y son bien
ricas. Estas son comidas que bien se
consumen todos los días.
Los
impuestos y las alzas de los precios no disminuirán el consumo de la comida
chatarra y menos las enfermedades que se quieren prevenir. Así como ha pasado con los impuestos a los
cigarrillos, la gente sigue fumando igual, pero gastando más. Asimismo ¿De qué salud se habla cuando se
piensa ponerle impuestos a las cosas? Aquello también enferma, produce dolor de
cabeza, gastritis, estrés y cáncer. Si hay impuestos, se seguirá consumiendo
igual o hasta en mayores cantidades. Eso
quiere decir que habrá muchas recaudaciones.
Un
impuesto es una vía punitiva, y la historia nos ha enseñado que ese es el
camino al fracaso social. La educación
alimentaria puede ser una alternativa, pero: ¿El semáforo en los empaques de
las comidas? ¿Rojo, amarillo o verde? Se está reforzando una sociedad de
idiotas. La composición de los alimentos
es mucho más compleja que tres colores o las tres categorías nutricionales que
se exponen en los empaques: grasas, sal y azúcar. Es decir, se está educando a la sociedad para
ser simplista y conformista. ¿Desde qué
estándares o dietas se hacen estas regulaciones? Porque por ejemplo, habrá
dietas que proponen un libre consumo de grasas u otras de alta ingesta de
carbohidratos. Los alimentos contienen toda
una tabla nutricional compleja. Así no se está educando, sino, chatarrizando
criterios.
Los
efectos de ingerir alimentos “chatarra” son nocivos para la salud del
individuo. Los efectos de asistir al
psicoanalista, conllevan al sujeto a reelaborarse psíquicamente, a
reinventarse, descargar la chatarra cultural y puede ser nocivo para los
dispositivos de control. En cualquiera
de los dos casos, poder discernir y decidir por sí mismo es lo que importa. Solo que decidir hoy en día está un poco más
caro, nada más.
Carlos
Silva Koppel
Psicólogo.
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