domingo, 13 de mayo de 2012

Sobre el jugador… En(e)lazar


El cierre de los casinos en el Ecuador ha sido una ruleta que ha dejado rojos y negros, heridos e ilesos.  Por un lado, los simpatizantes de la propuesta estandarizada del “mal que representa para la salud psicosocial” el juego de azar, a quienes podríamos llamar “los beneficiados” y por el otro, los aproximadamente treinta mil desempleados que dejó la clausura, “los perjudicados”.   Sin embargo muy poco se ha dicho de los personajes principales de esta historia: los jugadores, mas que no deberían de jugarse la plata de la comida.  Se les quitó ya el juguetito. 

Dostoievsky, cuyo condimento en su obra “El Jugador”, no es más que una ácida interpelación al lado primitivo del hombre del poder y la avaricia, dejando incierto el tema de la moralidad sobre el juego.  Incita a jugar, el juego emociona, y muestra la realidad, el juego decepciona; al final reposa la incertidumbre.  Pero lo deja ahí, que el lector decida qué hacer con el libro, qué hacer con su vida.

Desaparecer los caramelos de la casa, no quiere decir que deje de gustar el dulce.  El control de los cuerpos, la prohibición venida desde arriba, la represión, podría resultar más caro que la supuesta solución. El cierre de los casinos implica un choque atemporal.  El jugador cambiaba su casa por otra morada: el casino, una suerte refugio.  Donde se perdía cronológicamente, a propósito o sin saberlo; había un fin en ello.    

Estas clausuras podrían llevar a los jugadores  a un despertar-encuentro con una realidad irreconocible bañada de desesperanza, o a un pozo sin fondo donde se mantiene en la búsqueda a otro enganche igual de vertiginoso y furtivo.  Esa atemporalidad caracterizada por lo rápido del ganar y perder, de la pérdida de la noción del tiempo que implica estar dentro del centro de juegos.  El casino, mientras más clandestino, mejor.

El casino para el jugador podría llevar la definición de “burlar a una sociedad que no anda bien”, “que no me satisface”. Un malestar inducido por muchas causas, una de ellas: una sociedad para él incompleta.  El juego de azar es la solución que ha encontrado para mitigar esa señal de angustia, ese vacío, ese dolor; lo distrae y le permite creer que no existe, más que ahí dentro en la sala de juego. 

Estar en el casino, trae consigo ciertas cargas de poder en pequeñas escalas, gracia que en la sociedad donde este sujeto se desenvuelve no se da.  Poder en la mesa de juego, poseer una cantidad considerable de fichas, ser admirados por sus compañeros, burlar al “croupier”, burlar al casino; éste último como metáfora de Estado.

Si el motivo del cierre de los casinos es obligarle a ahorrar el dinero al aficionado del juego, este va a gastarse/mal gastarse, de una forma u otra.  El jugador bien podría estar gastando todo su dinero en la lotería; igualmente es un juego de azar más atemperado, con distancias mucho más lejanas de ganar.  Sin embargo, sobre el ganar o perder se tiene conciencia; más sobre el perder.  El jugador, no pretende hacerse millonario con el juego, su intención es jugar, y ahí se juegan ese “derrochar” y “la esperanza de ganar”, que toca la puerta de todos en algún momento.  Se trata más bien del “juego por el juego”.

El jugador podría pensar en pagar sus deudas con lo que ganaría, y perder en el casino, implicaría una forma de auto reproche y castigo. Aunque se necesite el dinero, no se juega con la intención de conseguirlo. No jugar, es un producto, un efecto secundario, no un objetivo por medio de una medida abrupta; una decisión a fin de cuentas, que se construye en libertad: la libertad de cada cual.

Trabajar sobre “La problemática del juego”, si se quiere llamar, es un asunto muy singular, muy personal.  Decisión que recae bajo la responsabilidad del sujeto, éste único y no impuesto de algún organismo o institución.  La persecución salubrista, que en sí persigue resultados, se encuentra parcializada y cegada en cuanto a la fantasmática subjetiva del sujeto al que nos referimos.  Las instituciones piensan en un bien común, de acuerdo, pero bajo una ortopedia que no calza en la singularidad del sujeto, por esa misma intención salubrista.

Una sociedad estrictamente apolínea, puede tener graves consecuencias.  Esa pulsión de muerte, en términos de S. Freud, debe desaguar por alguna parte.  Se la tienta, sin embargo, en la intolerancia institucional que se tiene frente a ella: la salud, la norma, llevada por la imposición. El sujeto debe estar en pleno derecho de decidir qué hacer con su cuerpo, qué hacer con su plata, qué hacer con su vida.  Los espacios clausurados, no van a representar más que la migración de estos sujetos a otros espacios, inventados, creados, más autistas, más relegados y peligrosos o más costosos para el Estado. 

En el asunto del juego, existe una cierta degradación del sujeto en la pérdida de su dinero, menosprecio que recibiría una desaprobación de los demás, es un castigo.  Pero a fin de cuentas, eso es lo que está buscando, por decisión propia. 

El demonio del juego lo llevamos todos, siempre está presente.




Carlos Silva Koppel

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