lunes, 15 de julio de 2013

El crimen: una verdad del acto


                                                   La cuestión es que el criminal siempre será inocente. 

Discutir sobre el crimen o el criminal, es un asunto complejo desde las diferentes miradas que podamos otorgarle: social, antropológica, psicológica, entro otros.  Pero se debe estar al tanto, que lo único que se indican en los libros de historia, es que la historia misma del hombre comprende en su esencia un cúmulo de sucesos criminales: violencia, discrimen, explotación, genocidio.

Sería pertinente empezar por la discusión más primaria en términos de “normalidad-anormalidad”. Términos que han estado en manos de la ciencia, la religión, la salud y la estadística para determinar, lo enfermo y lo sano, lo bueno y lo malo, el buen chico o el delincuente.  Sin embargo, podría sostenerse que por ningún motivo se debería asignar categorías salúbricas o patológicas a lo normal y anormal respectivamente, porque se trataría de una cuestión contextual colindando con lo axiológico.

Qué desastre escuchar de un asalto en un lugar donde jamás ha ocurrido tal.  Éste, a través de su regularidad se iría normalizando. O es que ¿Nos seguimos horrorizando con las masacres en tal o cual lugar? ¿Con los asesinatos de por aquí o por allá? ¿Con el secuestro del uno o del otro? Aquí es muy normal que maten gente, y al decir o aceptar esto, somos tan canallas como los mismos asesinos.  Por consiguiente, lo normal o la cuestión de la salud, inclusive de la enfermedad, quedarían en la intemperie de la relatividad del sentido que se le otorgue social o subjetivamente.

El crimen por mano propia, un acto en resumidas cuentas de justicia; incluso el delito, si se quiere algo menos grave. Es la muestra del cliché de la sociedad injusta.  El delincuente por tanto tomaría el nombre de justiciero, un héroe para muchos en su contexto de procedencia o para él mismo. No lo entenderíamos y lo demostramos en la lucha discursiva constante contra los nuevos bárbaros de la época; también conocidos como enfermos sociales.  Un superviviente del aislamiento social y psicológico.

-Uno no sabe lo que es capaz de hacer cuando tiene hambre- dice Pi, en un bote salvavidas junto al tigre de bengala (Life of Pi). Es que todos tenemos algo de eso que se llama “criminal” por dentro: un tigre asesino.  El estar por encima de la ley se manifiesta en las fantasías, en los sueños, pero hay otros que lo materializan.  Que solo lo soñemos, es porque quizá no nos conozcamos en absoluto.  En definitiva, existen también los criminales enmascarados, esperando al apocalipsis para saquear, violar, destruir o matar.  Somos los monstruos tímidos que llamamos monstruos a los asesinos en serie, al sicario o al dictador. Somos los mismos que mataríamos por celos, por dinero, por política, por religión, por territorio y entre muchos otros; el tigre siempre está ahí. ¿O es que alguien se apena por la muerte de un criminal? En todo caso, sería la muerte de otro ser humano.

La profesión criminal, bien podría inscribirse dentro de una dinámica concreta en el lenguaje, en cuanto sujeto, sujetado al discurso del otro. En términos freudianos un superyó va imprimiéndose de cierta manera, remontándonos así a la dinámica edípica que no es otra cosa que la situación familiar, por consiguiente, engranada al aparataje social.  Un asunto superyoico, la ley de ese uno.  Es la justicia llevada a cabo por la ley de ese singular.

El crimen entonces surge como síntoma, dígase, como respuesta a algo que no anda bien en lo social, y posteriormente lo que se hace es callarlo con la píldora del castigo -la cárcel-, muy parecida a la tradición médica donde sus más penosos casos del silenciamiento de síntomas, provienen de la mano de la psiquiatría.  El mal va tomando forma.

Freud en su escrito “Los delincuentes por sentimiento de culpabilidad” (1915), menciona que los delitos eran ejecutados por el alivio que este les ocasionaba a sus autores.  El autor del delito tenía un sentimiento de culpa de procedencia desconocida, que se aliviaba con la ejecución del delito.  Cabe decir que el sentimiento de culpa antecedía a la acción delictiva y no se originaba a partir de este.  El delito era un producto de la culpabilidad, que proviene originalmente del idilio edípico.  Lo que bien tendrían en común Hamlet y Los Hermanos Karamazov.

De esta forma el castigo que se asigna luego el acto del llamado malhechor, produce un alivio. Así, si esto quisiera convertirse en un asunto de comprobación, se lo puede fácilmente observar en los crímenes y/o delitos que son de índole reiterativa y que no podemos darle explicación objetiva alguna. Amor por el castigo del amo, si se le quiere dar algún nombre.  Entonces se invalida la idea de proporcionarle un estímulo negativo a la conducta que queremos extinguir, porque es ese estímulo negativo –el castigo-, que el “chico malo” está buscando.

No podemos ser deterministas en esta clase de asuntos.  Sabemos que existen muchas variables en cuestión, que siempre se escabullen ante nuestros ojos, siendo esta la única constante.  Creemos que el crimen es una enfermedad que soporta la sociedad, pero en realidad es que, la sociedad misma es una enfermedad.  Nos ponemos en la posición de espectadores y de víctimas con las atrocidades de los otros; habrá que pensar en qué otra posición podríamos ubicarnos.  Por lo que queda en decir, nos hemos adaptado a vivir entre el crimen y el delito.  Sin embargo, seguimos sin reconocer al delincuente como sujeto, siendo nosotros de la misma especie.




Carlos Silva K.

lunes, 1 de julio de 2013

Ecos del Conversatorio



El 20 de junio del 2013, se llevó a cabo en la Universidad Católica Santiago de Guayaquil, un conversatorio que tuvo por nombre “Hacia dónde se dirige la sociedad hoy”, abordado desde tres posturas: el psicoanálisis, la filosofía y la sociología; encarnadas por tres pensadores y catedráticos importantes de la ciudad de Guayaquil, Antonio Aguirre, Joaquín Hernández y Héctor Chiriboga, respectivamente.

“El tema del conversatorio es arbitrario, el conversatorio debe llevar un tema, pero los conversadores hablarán sin ningún formato establecido”; “Es necesario que la Universidad tenga estos espacios para generar una fuente de emancipación. Emanciparse del consenso dominante.  En donde en algún rato nos plantea que en el plano de las ideas en algún lado puede ser planteado por la política. El disenso es la política”.  Son las palabras de apertura del moderador Carlos Silva.


Héctor Chiriboga

El sociólogo decide traer la conversación a la realidad local. Indica que la sociedad ecuatoriana está engañada, cómoda y autoengañada, además.  Alude que el aparato democrático se encuentra cuando se sale a las calles y eso, por una parte, se refleja como una muestra de pérdida de poder de la sociedad; en este sentido, el Estado es el beneficiado. La sociedad es débil.

Cita:

“¿Cuáles son las expresiones de la debilidad de la sociedad?  La Universidad en términos generales sufre una debilidad estructural, el conocimiento y el saber han sido degradados. El privilegio del desarrollo de la investigación ha sido dejado de lado, a partir de unas transformaciones en la Universidad que reflejan una transformación de la propia economía”.

Por otra parte, menciona que ha habido cambios positivos en el aspecto laboral, sin embargo, como una suerte de canje, de atadura, los mismos cambios demandan más del sujeto:

“Estamos en una dinámica de llevarnos el trabajo a casa. Adicción al trabajo. Estamos sometidos a un estrés. El trabajo, en estas condiciones, no es un elemento de realización. Es un agobio”, dice el sociólogo. Plantea la fórmula: “más trabajo, más control, menos tiempo libre”.

De esta forma se engrana cierta complicidad entre la sociedad y el Estado, en la medida que se tiene un trabajo, pero a cambio de un desgaste a la existencia del sujeto.  Como una alusión al fin de la vida, del amor, de la familia.



Joaquín Hernández

Abre su conversación con la pregunta: “¿Y si la sociedad no va a ninguna parte cuál es el problema?”.  Cuestiona que, ¿Por qué hay que pensar que la sociedad tiene que ir a alguna parte? Y en la misma pregunta, se ven implícitas las ideas de “avance”, “progreso”, “modernización”, entre otras.  En contraste, plantea que la sociedad se despliega de forma rizomática.

Menciona que hace 80 años los filósofos decían que las sociedades tenían un punto común de unificación. Que había la creencia de que existía una esencia común entre el mexicano, ecuatoriano, colombiano, un punto en el que todos coincidían, es decir, formula que no hay “una” sociedad.

Cita:

“Luego nos damos cuenta que eso es una obstinación, por la identidad. No era posible porque ni los mexicanos, ni los ecuatorianos eran iguales entre sí”.


También aludió al “Fin de la Historia”, que fue cómo las sociedades occidentales llamaron a un fenómeno creyendo algunos erróneamente que se trataba del fin de las cosas, decía Hernández.  Lo que querían decir es que ya no habían expectativas posibles de algo radicalmente nuevo. Quizás el fin de la historia es que no haya novedades absolutas: “No hay novedades radicales, lo que hemos hecho ahora es inventar”.


Antonio Aguirre

Desde la práctica psicoanalítica, estamos rodeados, dice el psicoanalista.  Se pregunta: ¿Adónde va la sociedad en nuestros días? Y contesta con otra pregunta, seguida de una lista de posibles verdades. ¿Cuáles son las verdades colectivas en las que nos sostenemos, en las que queremos flotar en un mundo de incertidumbres?

“El matrimonio gay, la adopción, el cambio de género, la restauración imaginaria del Papa, verdades colectivas”.  Asevera que las verdades colectivas son enunciados que constituyen la base identificatoria de la colectividad, diferentes/contradictorias. Necesitamos verdades colectivas, vivimos en ellas, nos asentamos en ellas. Pero ellas nos defienden de afrontar nuestra propia verdad, dice el psicoanalista.

Alude luego a la juventud como sinónimo de insensatez.  “No se conformen pero tampoco se dejen llevar por la utopía revoltosa e insensata”, dice.  “Si se puede ser joven y sensato también se puede ser joven y conformista”, continúa.


Menciona que el sujeto tiene siempre una relación con la colectividad, pero eso no lo libra de los efectos de su realidad personal. Los vacíos en la estructura burocrática son llenados por el liderazgo político. Nadie va a querer hacer el trabajo con la gente porque ahí uno se equivoca. Más fácil es ser inspectores, supervisores, etc.

Culmina diciendo que mientras haya una sociedad civil habrá oportunidad para cada uno de ustedes de hacerse cargo de su verdad personal.



Carlos Silva Koppel
Colaboración: Sofía Mera. @sofiamera



miércoles, 19 de junio de 2013

Crossfit: el retorno a lo natural del cuerpo.



En algún momento de la Filosofía se empezó a hablar de la “nueva carne”, que implicarían formas de acuñar la personalidad desde nuevas manifestaciones corporales, que surgían a partir de, en primer lugar, la maquinización del hombre y por otro lado, el implante con finalidades estéticas en sí.

La maquinización del hombre en cierto sentido es atractiva.  De aquí proviene el denominado -cyborg-; la ilusión de ser el androide sin tener limitaciones por delante.  Dentro de la cultura popular lo hemos visto en el cine: Alien, Terminator, Robocop; en dibujos animados como Silverhawks, Mazinger, El Inspector Gadget, con un poco de magia los Visionaries; en juegos de video el camaleónico Mega Man o el héroe galáctico Metroid y no se diga en la literatura de ciencia ficción.  Lo metálico, la máquina por lo tanto, devendría invencible al hombre: el brillo de la inmortalidad, se encontraría sobre el metal.

Pensando claramente ya no estamos tan lejos de la ficción.  Nos convertiríamos en cyborgs en el mismo momento en que nos subimos a un vehículo.  Con curiosidad en un inicio y luego con la necesidad de poner en acción al motor y sentir la velocidad, hay así una sensación de poder.  El sujeto funcionaría como la conciencia del auto y este por su parte, como la bestia. Tratándose en definitiva como una cuestión de poder, y también, poder-hacer.  En otros términos, el cyborg figura como una prótesis que en ocasiones obedece solamente a necesidades subjetivas.  De aquí que hasta podemos hablar de cuestiones éticas.

Ahora es difícil escuchar sobre una posible separación de mente-cuerpo. Estos dos son en tanto, como se comportan, una sola cosa.  Existen prácticas donde se lleva al cuerpo a límites permitidos por uno mismo, como el CrossFit por ejemplo.  Aquí no hay espacio para el cyborg mencionado, se apelaría en todo caso a las mismísimas capacidades humanas, sin llevar al hombre a caer en una especie de animalización, sino más bien exceder sus propios límites en el encuentro con su misma naturaleza.  Ya habíamos escuchado que en CrossFit los hombres se hacen máquinas, pero podríamos decir también que es ahí donde se hacen humanos.


Esto va más allá de satisfacer el sentido de la vista, olvidándonos de los demás sentidos, tratándose de un hommo videns[1], que se conforma con lo que ve desde una posición de confort.  Si es que hablamos del cuerpo, nos venden imágenes de uno sano, bonito, sin marcas, acorde al maniquí del shopping o simplemente el de “los modelos”.  Sin embargo se quiere exaltar aquí al cuerpo llevado al límite, porque es ahí donde el sujeto se hace existir; a sabiendas que el cuerpo tiene límites desde su estructura: la piel que nos separa de la exterioridad.  Por lo que el conocimiento que tenemos del mundo es limitado de muchas maneras.  Llevado el cuerpo al límite, se ve el mundo de una forma distinta: existiendo aquí y ahora, extendiéndose subjetivamente sin límite hacia el exterior.

Un día normal de CrossFit no se trata de un mero masoquismo como se ha dicho antes, sino que en cierto punto del –Trabajo del Día-, el dolor va sujeto de vitalidad.  ¿Qué tan pertinente sería involucrar aquí al psicoanálisis y decir que de eso se trata del goce? Que para el psicoanalista francés Jacques Lacan, hay goce en la medida en que existe lenguaje, placer y displacer, y aquí tenemos de esas tres cuando del cuerpo se refiere llevado a los límites que le permitimos.  En tanto que el cuerpo no habla, pero al hombre le sirve para hablar.

Llegar a estos límites, superarlos, bordear un grado de dolor, significa hacerse cargo de sí, de su propio cuerpo-existencia, de su propio deseo; por lo tanto, un retorno a la esencia de su humanidad.  En la medida en que se deja desposeer por la ola de la tecnología, la belleza artificial o el híbrido entre máquina-animal y otros discursos que recaen sobre él. El cuerpo humano se encuentra en constante estructuración y diseño, evoluciona a cada momento.

Recordemos que el cuerpo ha sido objeto de estudio por tanto tiempo, intentando llegar hasta su más infinitésima capa por tratar de curarlo, sanarlo, auscultarlo, sin mencionar aquí que, el cuerpo está cargado de mente.  Se lo trata siempre de clasificarlo y encajarlo. Existe una colectivización del sujeto a partir de su cuerpo, desde un discurso muy ajeno a él.  Es decir, cuando vamos al doctor, creeríamos que él sabe más de nuestro cuerpo que nosotros mismos y hacemos con nosotros lo que este diga, por ejemplo.

Llevar al límite su cuerpo, para el sujeto, implicaría su forma de apropiarse de este.  Cincelar en el cuerpo su deseo, como si fuera un tatuaje, como si estuviera poniendo su rúbrica psíquica sobre sí: practicar CrossFit es un acto de libertad y resistencia sobre nuestro propio cuerpo.  Cuando vemos o sabemos de alguien que practica CrossFit, suponemos más de sus cualidades subjetivas que de las corpóreas.






Carlos Silva Koppel



[1] Construcción acuñada por el intelectual italiano Giovanni Sartori.

martes, 28 de mayo de 2013

Destrucción y colonización subjetiva.




La ciencia en alguna medida sirve al colonialismo y de alguna forma ahí se adjudica el capitalismo.  El colonialismo está sustentado sobre una suerte de racionalidad.  De esta manera entramos necesariamente a ideales de civilización y esta no podría existir sin barbarie.

Existe este texto de Morin "Breve historia de la civilización en occidente" un folletín que habla en resumidas cuentas que la civilización, está llena de barbarie.  Por ahí se podría hacer algún tipo de conexión entre ciencia y civilización.

Pero verán, esta cuestión del colonialismo, o como lo quieran llamar, no se lo lograba predicando sus bases racionales o en detrimento de aquello las científicas, sino que se lograban a partir de los valores, ideales o digámoslo de otro modo: la ideología.  Así como lo tuvo que hacer Lenin porque este no contaba con una clase obrera como los de la Revolución Francesa.  La idea de progreso, está agarrada del asesinato, pero como decía antes, ideología, religión y ciencia, no deben estar tan separados según este comentario.

No se puede separar tanto la ciencia del ideal religioso, en tanto de algún modo, se cree en ella o se profesa con las mismas estrategias.  Siguiendo la idea de la colonización, ya sabemos que el oscurantismo de la Edad Media termina con Descartes, pero también con la llegada de Colón a América.  Esta invasión tiene sin duda su base racional, pero llegaron con una ideología, la de evangelizar.

De aquí que civilizar, hacer el progreso, culturizar, cientifizar (si quieren decirlo), es autoritario.  Ingleses en India, franceses en Argelia, etc. Se elimina aquel que no esté con el plan del progreso, de la revolución, de la revolución ciudadana jaja.  Pero ahora en lo contemporáneo podríamos decir que se elimina al que subvierte el plan, hablo de desaparecerlo.  Pero claro, no se eliminan aquellos otros que estén en contra de la revolución asesinándolos, sino que va más del sentido como decía Ortega y Gasset en "la Rebelión de las masas", el tipo queda eliminado si no está dentro de ese plan, que se podría decir, el que sigue la masa; eliminado subjetivamente.

El ideal de la ciencia (lo racional: inclúyase aquí la administración científica) es colonizar, destruir todo aquello que pueda ser antinómico. 


@Carlos_SilvaK