sábado, 4 de febrero de 2017

Ese fútbol de la política


La falta de inteligencia ecuatoriana para elaborar una estrategia sensata que le haga frente a la de “La Revolución Ciudadana”, convierte a esta última en un régimen anquilosado.  Súmese a esto que las voces intelectuales de peso han sido sumisas, sometidas a la burocracia o silenciadas por sueldos jugosos, como para establecer nuevas propuestas en política.  En efecto, no ha habido evento que nos haga corte.  Así como en el fútbol existe la incapacidad de poner un alto al fanatismo, sucede en política, más cuando toda presunta revolución termina con la idolatría de sus jefes; más allá de buscarle las causas místicas, es por la fuerte mediatización del culto a la personalidad.  En ambos casos, fútbol y política, se siguen a ídolos ¿a dónde? Nadie sabe.

“Revolución” es una palabra mágica que cautiva a las masas, les vende el elíxir de la esperanza y promete cambiarlo todo.  Se vale del revisionismo histórico y lo más íntimo del imaginario social para utilizarlo luego en lo que puede denominarse desde lo utópico: un proyecto infinito.   Algo que nos ha enseñado la historia es que las revoluciones terminan vejadas por las más cobardes dictaduras.  Podemos remarcar entonces la existencia de una política objetiva, caracterizada por lo concreto entre desaciertos y aciertos de un gobierno, y una política subjetiva observada en la militancia, que coincide con los grupos que han sido beneficiados en el poder y por el poder.  Sin embargo un llamado proyecto revolucionario es imposible que continúe su curso, sin que la subjetividad no esté guiada por el líder que le haya dado nacimiento; lo más probable es que fracase.

Sobre las ruinas del correísmo ¿Qué podría triunfar? Con el paso del tiempo se ha olvidado qué es un triunfo político o nos han hecho creer cuál sí es un triunfo a través de la propaganda, siendo ésta el verdadero triunfo de los partidistas.  Comprenderlo es más complicado que un score futbolístico.   A estas alturas un triunfo sería esclarecer de dónde provienen las sospechosas grandes fortunas de los que tienen o han tenido un acercamiento a la política.  No desde hace diez años al presente, sino desde antes.  Un triunfo sería poder indignarse por ello e inaugurar así una nueva civilización y cuestionar que el cambio de poder, no sea nada más un cambio de futuros ricos.  O un cambio de individuos que vendan el país al mejor postor para justificar las ineptas campañas del ejercicio de los excesivos aparatos burocráticos.

Sean pocos o muchos quienes estén pensando en la historia de donde viven, pueden darse cuenta en dónde yacen los acontecimientos trascendentales y ver cuáles son las herencias que deja cada sistema político.  La militancia, con su cercanía a cualquier otro fanatismo acéfalo que le caracteriza, cuando llega al poder convierte al Estado en una extensión del partido, lo sabemos y lo hemos visto.   Estamos parados todo el tiempo, otros abanicando banderas, frente a cosas que no podemos permitir  y que como es usual, esperamos al pitido final a ver quién gana el juego que otros juegan.



Carlos Silva Koppel

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