La falta de inteligencia ecuatoriana para elaborar una
estrategia sensata que le haga frente a la de “La Revolución Ciudadana”,
convierte a esta última en un régimen anquilosado. Súmese a esto que las voces intelectuales de
peso han sido sumisas, sometidas a la burocracia o silenciadas por sueldos
jugosos, como para establecer nuevas propuestas en política. En efecto, no ha habido evento que nos haga
corte. Así como en el fútbol existe la
incapacidad de poner un alto al fanatismo, sucede en política, más cuando toda
presunta revolución termina con la idolatría de sus jefes; más allá de buscarle
las causas místicas, es por la fuerte mediatización del culto a la
personalidad. En ambos casos, fútbol y
política, se siguen a ídolos ¿a dónde? Nadie sabe.
“Revolución” es una palabra mágica que cautiva a las
masas, les vende el elíxir de la esperanza y promete cambiarlo todo. Se vale del revisionismo histórico y lo más
íntimo del imaginario social para utilizarlo luego en lo que puede denominarse
desde lo utópico: un proyecto infinito.
Algo que nos ha enseñado la historia es que las revoluciones terminan
vejadas por las más cobardes dictaduras.
Podemos remarcar entonces la existencia de una política objetiva,
caracterizada por lo concreto entre desaciertos y aciertos de un gobierno, y
una política subjetiva observada en la militancia, que coincide con los grupos
que han sido beneficiados en el poder y por el poder. Sin embargo un llamado proyecto
revolucionario es imposible que continúe su curso, sin que la subjetividad no
esté guiada por el líder que le haya dado nacimiento; lo más probable es que
fracase.
Sobre las ruinas del correísmo ¿Qué podría triunfar?
Con el paso del tiempo se ha olvidado qué
es un triunfo político o nos han hecho creer cuál sí es un triunfo a través de la propaganda, siendo ésta el
verdadero triunfo de los partidistas. Comprenderlo
es más complicado que un score futbolístico.
A estas alturas un triunfo sería esclarecer de dónde provienen las
sospechosas grandes fortunas de los que tienen o han tenido un acercamiento a
la política. No desde hace diez años al
presente, sino desde antes. Un triunfo
sería poder indignarse por ello e inaugurar así una nueva civilización y
cuestionar que el cambio de poder, no sea nada más un cambio de futuros ricos. O un cambio de individuos que vendan el país
al mejor postor para justificar las ineptas campañas del ejercicio de los excesivos
aparatos burocráticos.
Sean pocos o muchos quienes estén pensando en la
historia de donde viven, pueden darse cuenta en dónde yacen los acontecimientos
trascendentales y ver cuáles son las herencias que deja cada sistema político. La militancia, con su cercanía a cualquier
otro fanatismo acéfalo que le caracteriza, cuando llega al poder convierte al
Estado en una extensión del partido, lo sabemos y lo hemos visto. Estamos parados todo el tiempo, otros abanicando
banderas, frente a cosas que no podemos permitir y que como es usual, esperamos al pitido
final a ver quién gana el juego que otros juegan.
Carlos Silva Koppel
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