Sin
duda todos pensamos y estamos conscientes de que existe una realidad a nuestro
alrededor, sin embargo, condicionada a lo que nuestros sentidos a duras penas
pueden percibir. Algunos pensarán que podría
haber otras formas de realidad, relacionándose con alguna droga fuerte, pero
sabemos que solo distorsionan la percepción.
En cambio, la física y la biología están un poco más al tanto que para
aprehender la realidad en la medida de lo posible, tienen que hacer uso de
herramientas como el telescopio o microscopio, aún siendo éstas un poco
insuficientes para comprender a la misma.
Se
trata entonces de la alegoría de la caverna de Platón. Pero metafóricamente ¿qué sería hoy nuestra
caverna? ¿Nuestra mente? ¿Casa? ¿Ciudad? ¿El mismo mundo? ¿La religión? Lo
cierto es que en relación a la caverna, damos estatuto de Verdad a lo primero que
hemos podido ver o sentir (¿?), cuando ya nos vamos introduciendo en materia de
estudio, la Verdad (con mayúscula) y según Platón, solo puede ser accesible a
través de las matemáticas. Desde esta
apreciación, así es como hemos construido nuestra realidad con el paso del tiempo, desde la caverna. Por eso es
que Lewis Carrol nos da una lección con Alicia en el País de las Maravillas. ¿Es hora de empezar a desconfiar de nuestras
pequeñas certezas?

Aristóteles
por su parte decía que fuera de la tierra todo era eterno y perfecto, sin
cambio y que ésta era el centro del universo, comparándola incluso con el corte
transversal a una cebolla. Lo que
Copérnico en 1543 rebatió con su obra “Las revoluciones de las esferas celestes”,
donde algunos ya sabrán, propone que el sol es el centro del universo y no la
tierra. El problema con sus postulados
es que necesitaban más de la física para poderse establecer, hasta la llegada
de Galileo, Kepler y Newton. Copérnico
escribe de astronomía, sin ser un buen astrónomo. Recordemos que no existió telescopio hasta
1609, gracias a Galileo a partir de lo que ya había en ese entonces
manufacturado, decidió construir uno según su geometría.
Mientras
Galileo se encargaba de investigar las interrogantes del universo y la gravedad
de la tierra, desde Italia, en Praga lo hacía Johannes Kepler usando la
investigación recogida del danés Tycho Brahe.
Pensó que Copérnico tenía razón en que el sol era el centro, sin
embargo, las órbitas de los planetas no podrían ser circulares, sino
elipsoidales (dándole mayor importancia a la geometría), girando alrededor del
sol por alguna fuerza que aún no se podría explicar hasta la entrada de
Newton. Lo que hasta ese entonces se
decía acerca de las leyes físicas de la tierra, no coincidían con lo que se
pensaba del universo.
Newton
propone (Philosophiae naturalis principia
mathematica 1687) que la misma fuerza que atrae los objetos hacia la
tierra, es la que atrae los planetas al sol: la fuerza ejercida entre dos
cuerpos de masas m1 y m2 separados una distancia r es proporcional al
producto de sus masas e inversamente proporcional al cuadrado de la distancia,
es decir:
F es el módulo de la fuerza ejercida entre ambos
cuerpos, y su dirección se encuentra en el eje que une ambos cuerpos y G
es la constante de gravitación universal.
De esta manera Newton unifica la física de la tierra, con la física del cielo. Siendo la gravedad esencial para entender el universo.
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