Es cierto que el relativismo
tiene entre nosotros una suerte de popularidad, pero más allá de su alcance, no
llega a sostenerse sino con el ideal de “relatividad” de Einstein que se
apropia del sentido común, sin ni siquiera saber antes de qué va la fórmula E=MC2.
Eso del relativismo se enfrenta a dos grandes
problemas: el planteamiento de un universal y el reduccionismo de que una
verdad, lo bueno o lo justo responden al contexto social. En Occidente nos hemos apegado a este último,
que les puedo proponer como un relativismo contextual. De esta manera es cómo se ha configurado
nuestro pensamiento y establecido incluso las diferencias entre “los unos y los
otros”. Los unos “más salvajes” y otros,
“los civilizados”. Ya luego la psicología social se encargará con detalle abordar
el tema de los gregarismos o la antropología de la mano de Mead, Boas o
Benedict, que sostenían la inconsistencia de evaluar una cultura mediante otra.
Pero el universalismo es un problema de cierta
manera. Además de que grandes pensadores
de la historia han planteado universales, como, por ejemplo, el papi del
psicoanálisis Freud, con la idea de que todos “tenemos inconsciente”. Se le puede contraponer lo que sustenta
Richard Rorty de que cualquier verdad “objetiva” vendría de un cientificismo de
la ilustración.
Por otra parte, el relativismo llega a permear el
sentido común aupado a la vez con posiciones progresistas, que rechazan el
universalismo por considerarlo colonial estableciendo una cultura eurocéntrica
que no considera la subalternidad.
Podríamos decir que en nuestro contexto ecuatoriano “pluricultural”,
donde se manifiestan distintos grupos que defienden la diversidad, se
entendería la multiplicidad de las culturas… pero no. Se creería que somos relativistas, porque nos
tenemos tolerancia entre nosotros, sin embargo, el día a día demuestra que no
es así.
Debería ser
entonces, que nuestra posición del “todo es relativo”, la misma que va en
consecuencia con la corriente de las ciencias sociales de a mediados del Siglo
XX, chomskiana, foucoultiana, poulantziana, bourdieuana, etc., etc., no es
congruente con la manera de comportarnos entre nosotros o referirnos a otros:
en los dualismos de clase, de etnia, de grado, económicos, estéticos, etc. Allí somos universalistas.
Además, que ese relativismo moral del que nos jactamos es peligroso porque nos obliga a respetar una justicia fuera de la ley (justicia indígena), matrimonios de hombres con menores de edad que son intercambiadas por vacas. O a tolerar lo que pasa en otros países, como la ablación del clítoris, la circuncisión a la vista del público o la violencia de género que se sostiene en el islam. Aquél relativismo cultural, conservador por cierto, no acepta que las costumbres, las prácticas sociales y la cultura va cambiando.
En esta medida cabe la pregunta sobre ¿Por qué esa adicción la de nosotros
de sostener el pasado a fin de conservar la pureza de los inicios? No les puedo
dar una apreciación aún de ¿por qué sostener prácticas tan antiguas, cuando
hemos avanzado en pensamiento, leyes, educación, producción y formas de
relacionarnos?
¿La solución? Hay principios metaéticos y universales
como los Derechos Humanos a los que todos, sin excepción, nos debemos de regir.
Carlos Silva Koppel
Psicoanalista
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