martes, 14 de febrero de 2023

No todo es relativo: una crítica a la ideología del sentido común

 


               Es cierto que el relativismo tiene entre nosotros una suerte de popularidad, pero más allá de su alcance, no llega a sostenerse sino con el ideal de “relatividad” de Einstein que se apropia del sentido común, sin ni siquiera saber antes de qué va la fórmula E=MC2.

         Eso del relativismo se enfrenta a dos grandes problemas: el planteamiento de un universal y el reduccionismo de que una verdad, lo bueno o lo justo responden al contexto social.  En Occidente nos hemos apegado a este último, que les puedo proponer como un relativismo contextual.  De esta manera es cómo se ha configurado nuestro pensamiento y establecido incluso las diferencias entre “los unos y los otros”.  Los unos “más salvajes” y otros, “los civilizados”. Ya luego la psicología social se encargará con detalle abordar el tema de los gregarismos o la antropología de la mano de Mead, Boas o Benedict, que sostenían la inconsistencia de evaluar una cultura mediante otra.

          Pero el universalismo es un problema de cierta manera.  Además de que grandes pensadores de la historia han planteado universales, como, por ejemplo, el papi del psicoanálisis Freud, con la idea de que todos “tenemos inconsciente”.   Se le puede contraponer lo que sustenta Richard Rorty de que cualquier verdad “objetiva” vendría de un cientificismo de la ilustración.

             Por otra parte, el relativismo llega a permear el sentido común aupado a la vez con posiciones progresistas, que rechazan el universalismo por considerarlo colonial estableciendo una cultura eurocéntrica que no considera la subalternidad.

       Podríamos decir que en nuestro contexto ecuatoriano “pluricultural”, donde se manifiestan distintos grupos que defienden la diversidad, se entendería la multiplicidad de las culturas… pero no.  Se creería que somos relativistas, porque nos tenemos tolerancia entre nosotros, sin embargo, el día a día demuestra que no es así.

   Debería ser entonces, que nuestra posición del “todo es relativo”, la misma que va en consecuencia con la corriente de las ciencias sociales de a mediados del Siglo XX, chomskiana, foucoultiana, poulantziana, bourdieuana, etc., etc., no es congruente con la manera de comportarnos entre nosotros o referirnos a otros: en los dualismos de clase, de etnia, de grado, económicos, estéticos, etc.  Allí somos universalistas.

           Además, que ese relativismo moral del que nos jactamos es peligroso porque nos obliga a respetar una justicia fuera de la ley (justicia indígena), matrimonios de hombres con menores de edad que son intercambiadas por vacas. O a tolerar lo que pasa en otros países, como la ablación del clítoris, la circuncisión a la vista del público o la violencia de género que se sostiene en el islam.  Aquél relativismo cultural, conservador por cierto, no acepta que las costumbres, las prácticas sociales y la cultura va cambiando.

               En esta medida cabe la pregunta sobre ¿Por qué esa adicción la de nosotros de sostener el pasado a fin de conservar la pureza de los inicios? No les puedo dar una apreciación aún de ¿por qué sostener prácticas tan antiguas, cuando hemos avanzado en pensamiento, leyes, educación, producción y formas de relacionarnos?

            ¿La solución? Hay principios metaéticos y universales como los Derechos Humanos a los que todos, sin excepción, nos debemos de regir.

 

 

 

Carlos Silva Koppel

Psicoanalista

               

               

               

               

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